Para aquellos de nosotros que hemos vivido recesiones anteriores, esta última novedad no es ninguna sorpresa: a medida que la economía de los EEUU empeora, ahora se nos dice que los consumidores están perjudicando a la economía porque ahorran demasiado dinero.
Este es un tropo bastante común entre los economistas del régimen cuyo trabajo es, —aparentemente—, exhortar sin cesar al consumidor americano a que gaste hasta el último centavo que tiene en baratijas de las empresas de América. Después de todo, si el consumidor ahorra «demasiado» dinero, esto llevará a la economía de los EEUU a una trampa de liquidez. Al menos, así es como se presenta oficialmente.
Los lectores habituales de mises.org no se sorprenderán al saber que la supuesta trampa de liquidez no es real, y que no es en absoluto un problema que los consumidores ahorren dinero en lugar de gastarlo. Al fin y al cabo, el progreso económico real depende de una base sostenible de ahorro e inversión, y no de que los consumidores malgasten sus jubilaciones en otra ronda de coches de lujo y cruceros por el Caribe.
Allá por 2001, en los días del estallido de la burbuja puntocom, el entonces vicepresidente Dick Cheney dijo que los americanos que estaban pasando por momentos difíciles debían «apoyar a las tropas» —¿recuerdan esa frase propagandística sin sentido?— gastando más dinero en productos minoristas. Si ahorrabas tu dinero, entonces ganaban los terroristas.
Cuando comenzó la recesión de 2008, la historia fue la misma, pero con menos patrioterismo. Paul Krugman, por ejemplo, promulgó el habitual evangelio keynesiano con un artículo titulado «Cuando los consumidores capitulan» y explicó que ahorrar es malo porque «la virtud individual puede ser un vicio público» y «los intentos de los consumidores de hacer lo correcto ahorrando más pueden empeorar la situación de todos».
En otras palabras, ahorrar dinero será contraproducente, por lo que al gastar menos estás perjudicando a América.
Así, al igual que esperamos que los narcisos broten de la nieve como señal de la llegada de la primavera, esperamos señales de empeoramiento de la economía en forma de columnas condescendientes que dicen a los consumidores que no gastan suficiente dinero.
Quizás la primera señal de este fenómeno en el ciclo actual fue el artículo del Wall Street Journal de abril, titulado «Tu nuevo hábito para almorzar está perjudicando a la economía», en el que se sermoneaba a los consumidores por llevarse el almuerzo en una bolsa de papel. Pero, desde luego, la cosa no quedó ahí. En una columna dominical para la CNBC, Kevin Williams saca a relucir los viejos y manidos «argumentos» de Krugman y se lamenta de que los americanos no gasten tanto dinero en teléfonos inteligentes y de que eso «le esté costando a la economía». Escribe:
Si estás conservando tu vieja impresora o tu smartphone roto más tiempo del que habías planeado, no eres el único. (...)
El americano promedio conserva su smartphone durante 29 meses... y ese ciclo se está alargando. La media era de unos 22 meses en 2016.
Aunque sacar el máximo partido a tu dispositivo puede suponer un ahorro a corto plazo, especialmente en un contexto de temor generalizado sobre la fortaleza del mercado de consumo y del empleo, a largo plazo podría suponer un coste para la economía...
¿Cómo «perjudica» exactamente a la economía? Bueno, parece que si no te gastas hasta el último centavo en un nuevo iPhone —recuerda que ya no se fabrican monedas de un centavo, gracias a la inflación—, entonces estás perdiendo milisegundos de «productividad». ¿La solución? Endosarte aún más en deudas por un teléfono de 900 dólares para poder estar al día más rápidamente de los vídeos de gatos creados por IA.
Los «expertos» en economía nos dicen que si ahorras tu dinero en lugar de comprar tecnología más «eficiente», entonces no eres un engranaje óptimo en la máquina de la granja fiscal corporativa que llamamos «los Estados Unidos».
Por supuesto, uno puede preguntarse: ¿cómo saben los «expertos» si me conviene más comprar un teléfono nuevo o ahorrar ese dinero para otras prioridades? ¿Cómo saben si es más «eficiente» para mí gastar mi dinero en un teléfono ahora, en lugar de, por ejemplo, en la matrícula de la educación de mi hijo? La respuesta es que no tienen ni idea de lo que conviene más a cualquier consumidor. Los economistas que suelen citar los medios de comunicación solo afirman saber estas cosas porque han sido entrenados para inventar sin pensar nuevas razones por las que siempre es mejor que la gente normal gaste tanto dinero como sea posible, en todo momento.
Una vez más, este nuevo llamamiento a comprar teléfonos inteligentes más nuevos es solo la primera señal de lo que está por venir, ya que cada vez está más claro que los consumidores están agotados. Las primeras señales están ahí, como el aumento de las tasas de morosidad en los automóviles y las tarjetas de crédito. La contratación se mantiene prácticamente estable y la tasa de desempleo está aumentando, incluso cuando cientos de miles de inmigrantes se auto deportan. Las ejecuciones hipotecarias de octubre aumentaron, año tras año, un 32 %.
Podemos esperar más artículos como esta columna de la CNBC en el futuro, con «advertencias» sobre cómo los consumidores deben gastar más o, de lo contrario, caerán presa de los males inducidos por el ahorro, como la «ineficiencia» o incluso la recesión total.
Sin embargo, ahora es un buen momento para recordar por qué estas llamadas al gasto máximo e inmediato son erróneas. La clave del crecimiento económico nunca ha sido gastar tanto dinero como sea posible en los productos y servicios existentes en este momento. Más bien, una economía dinámica puede provenir del ahorro y la inversión, que se convertirán en capital esencial que se transformará en empresas productivas en el futuro.
Es decir, una mejor economía en el futuro requiere ahorro e inversión ahora. No hay que preocuparse por que los consumidores ahorren «demasiado» su dinero. Bob Murphy lo explica:
Será útil explicar con detalle qué ocurre exactamente en una economía de mercado cuando los consumidores deciden ahorrar más de sus ingresos. Lo primero que hay que tener en cuenta es que las personas no deciden «gastar» o no; más bien, deciden si gastar en el presente o en el futuro. Por ejemplo, imaginemos que miles de parejas de una gran ciudad deciden un día dejar de ir al restaurante una vez a la semana para ahorrar para un crucero en verano. A primera vista, parece que esto perjudicaría a la economía. Al fin y al cabo, los restaurantes locales ven caer sus ventas, por lo que compran menos productos a sus proveedores y despiden a algunos trabajadores. A su vez, los proveedores y los trabajadores tienen menos ingresos para gastar, por lo que las ventas también se ven afectadas en otros sectores.
Sin embargo, siempre que los empresarios del sector de los cruceros prevean el eventual aumento de la demanda de sus servicios, compensarán exactamente los efectos mencionados al contratar a más trabajadores y adquirir otros productos para prepararse para los ajetreados meses de verano. Los nuevos ahorros (que antes se gastaban en restaurantes) hacen bajar los tipos de interés, lo que quizá permita a los operadores de cruceros pedir préstamos y pagar un transatlántico adicional. Por lo tanto, la decisión de ahorrar más no reduce los ingresos totales ni el empleo, una vez que todo el mundo se adapta a los nuevos patrones de gasto. En realidad, no es diferente de un escenario en el que miles de personas se preocupan por su salud y deciden gastar su dinero en verduras en lugar de en comida rápida.
La CNBC quiere hacernos creer que «la economía» sufre cuando no compramos más teléfonos nuevos. En realidad, los únicos que sufren son los vendedores de iPhone. La economía y Apple no son lo mismo.
En cualquier caso, ningún consumidor debería dejarse convencer de que ahorrar dinero le perjudica a él mismo o a «la economía». Lew Rockwell señala:
Pero esto también desafía todo lo que sabemos sobre las finanzas familiares. El camino hacia una prosperidad segura es retrasar el consumo. Uno debe gastar lo menos posible y ahorrar lo máximo posible para el futuro, y dejar que ese dinero se utilice en inversiones que produzcan una tasa de rendimiento sólida. Aquellos que han elegido un camino diferente ahora ven la locura: están sufriendo las consecuencias del débil mercado inmobiliario, por ejemplo.
La lección también es válida para la nación en general, porque la lógica no cambia por arte de magia cuando se pasa del presupuesto familiar al escenario nacional. El hecho de que algo tenga que ver con la «macroeconomía» no significa que debamos dejar de lado el sentido común. Pero eso es precisamente lo que ha hecho la gente con respecto a la economía, desde que J. M. Keynes convenció de alguna manera al mundo de que arriba es abajo e izquierda es derecha.
En una recesión o una crisis, lo más adecuado para los individuos es ahorrar. Lo mismo ocurre con la economía nacional. Una recesión inminente provocará una caída del gasto de los consumidores como respuesta racional a la percepción de problemas económicos. Esta acción no provoca que la economía caiga en recesión, del mismo modo que un mayor gasto no puede salvarla de la recesión. La recesión es un hecho inevitable. No culpamos a los paraguas por las inundaciones y, del mismo modo, no debemos culpar a los consumidores tacaños por las recesiones.
Por lo tanto, no existe una trampa de liquidez y el ahorro no provoca recesiones, por lo que podemos ignorar con seguridad todos los futuros artículos de los medios de comunicación sobre cómo ahorrar dinero es malo para la economía.