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El libre mercado y la doctrina social católica

La muerte del Papa Francisco pone de relieve una preocupación de muchos católicos, entre los que me incluyo. ¿Podemos creer en el libre mercado de forma coherente con nuestra fe? Si aceptamos los puntos de vista peronistas del difunto pontífice, obviamente no podemos hacerlo. Pero, afortunadamente, tenemos a nuestra disposición una opción mejor.

Está claro que Dios quiere que tengamos paz y prosperidad, que vivamos en una «mancomunidad libre y próspera», como dijo Ludwig von Mises. Pero la ciencia de la praxeología nos enseña, por lógica irrefutable, que sólo el libre mercado nos permite evitar el caos económico. De ello se deduce que el libre mercado está ordenado por Dios. Este razonamiento es más que teórico. El gran economista del libre mercado del siglo XIX, Frédéric Bastiat, que era católico, argumentaba precisamente de esta manera.

Como señala Claudio Restani:

«[L]a libertad... es un acto de fe en Dios y en sus obras». Así concluye Frédéric Bastiat La Ley, su obra más famosa. Leyendo sus diversos escritos y panfletos, podemos notar muy a menudo una mención recurrente a Dios, o al menos a un Creador, y a la moral que hoy llamamos «judeocristiana» Como ya se ha introducido, La Ley es una obra muy importante de Bastiat, y aquí encontramos la profunda definición de libertad mencionada anteriormente pero, también encontramos otras afirmaciones con un trasfondo religioso. Volviendo a las teorías colectivistas de Jean-Jacques Rousseau y sus discípulos, horrorizado, Bastiat comenta con un toque de ironía:

¡Pero, ¡oh! sublimes escritores, dígnense a recordar algunas veces que esta arcilla, esta arena, este estiércol, de los que disponen de manera tan arbitraria, son hombres, sus iguales, seres inteligentes y libres como ustedes, que han recibido de Dios, como ustedes, la facultad de ver, de prever, de pensar y de juzgar por sí mismos!

Bastiat era un estudioso del derecho natural. Para él, todo individuo está dotado por su Creador de derechos y facultades que nadie puede arrebatarle con justicia. Es el mismo caso de otra famosa afirmación que escribió en La Ley:

La naturaleza, o más bien Dios, ha otorgado a cada uno de nosotros el derecho a defender su persona, su libertad y su propiedad, ya que estos son los tres elementos constitutivos o preservadores de la vida;...

Esto es lo que expresa La Ley de Bastiat en lo que a filosofía se refiere. Es un pensamiento filosófico iluminado por una profunda fe cristiana que ve a cada individuo como imagen y semejanza del Señor. En cuanto al pensamiento económico, Bastiat expresa sustancialmente la misma ley natural, para explicarla utilizamos sus propias palabras tomadas de Armonías Económicas y de la primera edición de Sofismas Económicos:

...el pensamiento que puso la armonía en el movimiento de los cuerpos celestes también fue capaz de insertarla en los mecanismos internos de la sociedad... la libertad y el interés público pueden conciliarse con la justicia y la paz; que todos estos grandes principios siguen infinitos caminos paralelos sin entrar en conflicto entre sí por toda la eternidad;... [Esto] sabemos de la bondad y la sabiduría de Dios como se muestra en la sublime armonía de la creación física....

Está convencido de que la armonía que existe en las ciencias naturales también está presente en la sociedad y en las relaciones interpersonales, como obra maravillosa de Dios. De nuevo, en la introducción a Armonías económicas, escribe sobre la armonía de los intereses individuales:

Es [la armonía de intereses] religiosa, pues nos asegura que no es sólo el mecanismo celestial, sino también el social, el que revela la sabiduría de Dios y declara su gloria.

Armonías económicas, aunque menos famosa que La ley, es con mucho su obra más importante. En ella, economía, filosofía y teología se funden y dan vida a la mejor y más completa expresión del pensamiento de Bastiat. En una de las últimas páginas escribe

Menoscabar la libertad del hombre no es sólo herirle y degradarle; es cambiar su naturaleza; es (en la medida y proporción en que se ejerce tal opresión) hacerle incapaz de mejorar; es despojarle de su semejanza con el Creador; es oscurecer y apagar en su noble naturaleza aquella chispa vital que brilló en ella desde el principio.

El eje del pensamiento filosófico y económico de Bastiat es precisamente la idea del orden espontáneo, de la armonía natural puesta por Dios en las relaciones humanas gracias a la inteligencia y el libre albedrío con que el Creador ha dotado a los individuos.

Usted podría objetar que incluso si este argumento es correcto, va en contra de las enseñanzas oficiales de la Iglesia, expresadas en los documentos papales. Ciertamente va en contra de lo que enseñaba el Papa peronista, pero sus encíclicas no son doctrina infalible. Como señaló el Padre James Sadowsky, S.J., que era amigo de Murray Rothbard, la Rerum Novarum (1891) del Papa León XIII es la encíclica papal más autorizada escrita en la era moderna sobre justicia social, y es favorable al libre mercado:

Lo que yo llamo la doctrina social clásica es la que prevaleció entre los pensadores católicos romanos desde la época de Rerum Novarum (1891) hasta mediados del siglo XX. Rerum Novarum es el título de lo que se denomina una «encíclica», una carta papal dirigida a los obispos, que articula la posición de un papa sobre algún asunto de importancia para la Iglesia católica. Aunque lo que se expone en las encíclicas posee gran autoridad, las encíclicas no tienen, por sí mismas, fuerza de doctrina. En otras palabras, las posiciones pueden cambiar, y de hecho cambian, con el paso del tiempo. Sin embargo, más que ningún otro documento, la Rerum Novarum ha guiado el pensamiento de los católicos romanos en cuestiones socioeconómicas durante la primera mitad de nuestro siglo.

La encíclica fue escrita en 1891. León XIII se esforzaba por mejorar las condiciones de vida de los trabajadores, y con razón. He aquí el resumen que hace el Papa León del problema que, a su juicio, requería su atención: «Destruidos los gremios en el siglo pasado, sin que ninguna protección los sustituyera, y desechada la enseñanza religiosa tradicional por las instituciones públicas y la legislación, la época actual ha entregado a los obreros, solos e indefensos, a la inhumanidad de los patronos y a la codicia desenfrenada de los competidores... y, además, todo el proceso de producción, así como el comercio de toda clase de bienes, ha quedado casi enteramente bajo el poder de unos pocos, de modo que unos pocos hombres sumamente ricos han impuesto un yugo casi de esclavitud a las innumerables masas de trabajadores no propietarios». Ningún socialista, ningún teólogo de la liberación podría haber formulado una acusación más contundente.

Pero si uno espera que el Papa proponga como suyo el remedio socialista, se lleva una gran decepción: «Para curar este mal, los socialistas, excitando la envidia de los pobres hacia los ricos, sostienen que es necesario suprimir la posesión privada de los bienes y, en su lugar, hacer que los bienes de los individuos sean comunes a todos, y que los hombres que presiden un municipio o que dirigen todo el Estado actúen como administradores de estos bienes. Sostienen que, mediante esa transferencia de los bienes privados de los particulares a la comunidad, pueden curar el mal actual dividiendo la riqueza y los beneficios equitativamente entre los ciudadanos. Pero su programa es tan inadecuado para poner fin al conflicto que en realidad perjudica a los propios trabajadores. Además, es sumamente injusto, porque viola los derechos de los propietarios legítimos, pervierte las funciones del Estado y sume a los gobiernos en una confusión total. Si el trabajador no puede utilizar su salario para comprar propiedades, cosa que bajo el socialismo no podría hacer, se le quita el derecho a disponer de su salario como mejor le parezca». En otras palabras, el socialismo condena al trabajador a permanecer para siempre bajo el mismo sistema salarial que deplora,... en la medida en que los socialistas pretenden transferir los bienes de las personas privadas a la comunidad en general, empeoran la suerte de todos los asalariados, porque al abolir la libertad de disponer del salario les quitan por este mismo acto la esperanza y la oportunidad de aumentar su propiedad y de asegurarse ventajas para sí mismos’. Aún más importante, un régimen de propiedad privada es exigido por la propia naturaleza humana. A diferencia de los animales, el hombre debe planificar el futuro. Sólo puede hacerlo si puede poseer el fruto de su trabajo de forma permanente y estable.

Está en el poder del hombre, escribió León, «elegir las cosas que considera más adecuadas para beneficiarle no sólo en el presente sino también en el futuro. De donde se sigue que el dominio no sólo sobre los frutos de la tierra, sino también sobre la tierra misma, debe recaer en el hombre, puesto que ve que las cosas necesarias para el futuro se le suministran con los productos de la tierra. Las necesidades de todo hombre están sujetas, por así decirlo, a constantes recurrencias, de modo que, satisfechas hoy, plantean nuevas exigencias mañana. Por lo tanto, la naturaleza necesariamente le dio al hombre algo estable y perpetuamente duradero con lo que puede contar para un apoyo continuo. Pero nada puede dar un apoyo continuo de este tipo, salvo la tierra con su gran abundancia».

La propiedad de la tierra por el hombre en general sólo significa que Dios no asignó ninguna parte concreta de la tierra a ninguna persona, sino que dejó que los límites de las posesiones privadas los fijaran la industria del hombre y las instituciones de los pueblos. Por utilizar una expresión técnica, la propiedad en el estado original era negativa y no positivamente común: no era propiedad de nadie pero podía ser convertida en propiedad por cualquiera. ¿Cómo se convierte en propiedad lo que no lo es? Trabajando en lo que hasta ese momento no se poseía. De este modo, «se apropia de la parte de la naturaleza física que ha cultivado». Imprime su propia imagen en el trabajo de sus manos de tal manera que «no se debe permitir a nadie de ninguna manera violar este derecho».

Además, quienes pretenden negar al individuo la propiedad del suelo que cultiva, al tiempo que le conceden los productos que resultan de esa actividad, olvidan que las modificaciones que el hombre introduce en el suelo son inseparables de él. El hombre no puede poseer uno sin poseer el otro. En resumen, he aquí la acusación de León contra el socialismo: «De todas estas conversaciones se desprende que el principio fundamental del socialismo, que haría de todas las posesiones propiedad pública, debe ser rechazado de plano porque perjudica a los mismos a quienes pretende ayudar, contraviene los derechos naturales de las personas individuales y arroja a la confusión las funciones del Estado y la paz pública. Téngase, pues, por establecido que en la búsqueda de ayuda para las masas se ha de considerar ante todo como básico este principio, a saber, que la propiedad privada debe ser preservada inviolada». En toda la encíclica se afirma que el derecho natural del hombre a poseer y transmitir la propiedad por herencia debe permanecer intacto y no puede ser suprimido por el Estado, «porque el hombre precede al Estado», y «el hogar doméstico es el antecedente, tanto de hecho como de derecho, de la reunión de los hombres en una comunidad». A lo sumo, el Estado podría modificar el uso de la propiedad privada, pero nunca podría, con razón, quitarle el derecho básico a su propiedad y ejercicio ordinario.»

Hagamos todo lo posible por promover el libre mercado. Esa es la mejor manera en que los católicos podemos adherirnos a las enseñanzas de nuestra Iglesia.

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