The Austrian

¿Puede sobrevivir la libertad sin el Estado?

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[The Square and the Tower: Networks and Power, and the Freemasons to Facebook  · Niall Ferguson · Penguin Press, 2018]

Niall Ferguson tiene credenciales impecables como miembro del “establishment” (una palabra que proviene, nos dice, del historiador A.J.P. Taylor). Ha enseñado historia en Oxford, Cambridge, Harvard y la NYU y es también consultor para un fondo global de inversión. Como cabría esperar, no es un libertario. Sin embargo, se ha enfrentado a menudo a la opinión convencional de una manera que los libertarios encontrarán agradable. Por ejemplo, en The Pity of War argumentaba que los británicos tendrían que haberse mantenido fuera de la Primera Guerra Mundial, a pesar de la ortodoxia prevaleciente de que la cruzada contra el káiser Guillermo era “algo bueno”. En The Square and the Tower continúa y expande su desafío a los dogmas izquierdistas prevalecientes.

Ferguson encuentra un tema unificador que aplica a muchos episodios históricos: un conflicto entre jerarquías y redes. Las jerarquías son “organizaciones estructuradas verticalmente y caracterizadas por el mando, control y comunicación centralizados y de arriba abajo”. Las redes, por el contrario, son canales informales de comunicación entre personas. Ferguson complica las cosas sosteniendo que “lejos de ser lo opuesto a una red, una jerarquía es un tipo especial de red”, una a la cual “siempre se añaden nodos hacia abajo, pero nunca conecta los nodos lateralmente”.

Esto significa que la gente al mismo nivel en una jerarquía se comunica solo con los que están por encima o por debajo de ellos, no con aquellos al mismo nivel. (¿Es esto verdad siempre?). Ferguson complica a menudo las cosas innecesariamente y sus eruditas referencias a la solución de Euler al problema de los puentes de Königsberg y sus muchos diagramas matemáticos e informes de investigación sobre redes en diversos campos no ayudan a su relato de los acontecimientos históricos. Su nivel de erudición es impresionante, aunque inexplicablemente no cita a Harrison White, uno de los sociólogos más influyentes sobre redes.

La comparación real que ilustra el libro no es entre las organizaciones de abajo arriba y otras redes: es más bien el enfrentamiento entre la coacción estatal y las actividades libres de las personas. El libro va de los tiempos prehistóricos hasta el presente y siempre son ineludibles los efectos malignos del estado. Ferguson cita al gran historiador Sir Ronald Syme, quien, en “su estudio clásico La revolución romana (…) argumentaba que la república había (…) sido dirigida por una aristocracia romana cuyas peleas habían hecho que Italia cayera en una guerra civil. (…) Fue agrupando a sus seguidores en un ‘partido cesarista’ como Augusto fue capaz de concentrar gradualmente el poder en sus manos al tiempo que restauraba nominalmente la República. ‘En ciertos aspectos’, escribía Syme, ‘su principado fue un sindicato’”.

Ferguson se ha convertido en un revisionista todavía más decidido acerca de la Primera Guerra Mundial con respecto a su libro anterior. “Rusia pareció intentar explotar la crisis bosnia con una visión de un debilitamiento permanente, si no un desmembramiento, de Austria-Hungría. (…) Si una persona merece ser acusada del fallo sistemático que se produjo [después del asesinato del archiduque Francisco Fernando], fue el secretario británico de exteriores, Sir Edward Grey. Se suponía que Gran Bretaña tenía que ser la potencia equilibradora en una crisis como esta”. Acciones torpes e imprudentes por parte de quienes estaban en lo alto de las jerarquías de las grandes potencias europeas llevaron a la catástrofe.

Ferguson sostiene que el triunfo de la Revolución Bolchevique deriva en buena medida de una conspiración patrocinada por el estado. “Aun así, el plan alemán que funcionó demostró tener tanto éxito que estuvo muy cerca de revolucionar todo el mundo. Fue el plan de enviar al líder bolchevique Vladimir Ilyich Lenin, que entonces vivía en Suiza, de vuelta a Rusia, tras la revolución de febrero de 1917 que derrocó al zar Nicolás II. (…) El gobierno alemán suministró a Lenin no solo un billete de ferrocarril de Zurich a Petrogrado (…), sino también enormes fondos para acabar con el nuevo gobierno provisional”.

En su explicación del auge del nazismo, Ferguson muestra cómo la adoración a un movimiento político puede llevar al desastre. “Para muchos observadores, parecía un despertar religioso. (…) Los nazis desarrollaron una liturgia consciente, con el 9 de noviembre (la fecha de la revolución de 1918 y del fracasado putsch de la cervecería de 1923) como un día de luto, completado con hogueras, coronas funerarias, altares, reliquias manchadas con sangre e incluso un libro de los mártires nazis”. Ferguson cita aquí correctamente a Eric Voegelin, al que califica incorrectamente como católico.

Ferguson admira enormemente a Henry Kissinger, pero incluso aquellos que no compartimos su opinión favorable sobre este intrigante maquiavélico sacaremos mucho de la extensa investigación de Ferguson de cómo Kissinger se impulsó a la cumbre del poder. Ferguson usa bien su explicación de las redes: “La hipótesis debe ser que la influencia y reputación de Kissinger fueron el producto, no solo de su influencia y su trabajo, sino de su sobrenatural conectividad. (…) La red tenía la condición previa para su diplomacia de ‘reacción en cadena’. (…) Eso era lo que justificaba la afirmación de que ‘Kissinger [probablemente] tuvo más impacto que cualquier otra persona del mundo’”].

Los opositores al libre mercado argumentan a veces que Internet apareció gracias a la expansión de un programa patrocinado por el Departamento de Defensa. Ferguson no está de acuerdo. Después de describir la Advanced Research Projects Network (ARPANET), patrocinada por el gobierno, dice: “Por tanto, importa mucho que aquello en lo que se convirtió Internet no estaba diseñado así, sino que apareció más o menos espontánea y orgánicamente, asumiendo la iniciativa los ingenieros informáticos de la universidad y el sector privado, en lugar de los planificadores militares”. Tanto aquí como en su libro anterior, El triunfo del dinero, Ferguson ignora la teoría austriaca del ciclo económico, pero no se hace ilusiones acerca del papel del Sistema de la Reserva Federal en provocar la crisis financiera de 2008: “La Reserva Federal permitió una política monetaria demasiado laxa entre 2002 y 2004. (…) [Incluso después de la quiebra de Lehman]. Sin embargo, increíblemente, los economistas del personal en la Reserva Federal no vieron ninguna razón para prever una recesión”.

Ferguson crítica mordazmente el papel del estado en la economía moderna. “El gobierno federal ha degenerado en lo que puede llamarse un estado ‘administrativo’ o ‘gestor’, jerárquico y burocrático en su modo de operación, dedicado a generar regulaciones cada vez más complicadas que tienen exactamente el efecto opuesto al pretendido. (…) El estado administrativo ha encontrado una solución fácil al problema del aumento en el número de ‘bienes’ públicos sin realizar aumentos proporcionales en impuestos, que es financiar el consumo público actual mediante préstamos. (…) Aun así, todos estos recursos del estado administrativo imponen cargas sobre el sector privado, lo que en último término reduce la tasa de crecimiento y la creación de empleo. (…) En resumen, el estado administrativo representa la última reiteración de la jerarquía política: un sistema que escupe normas, genera complejidad y menoscaba tanto la prosperidad como la estabilidad”.

Dado su poderoso alegato contra el estado, es decepcionante que Ferguson acabe reclamando jerarquías estatales más fuertes. Piensa que se necesitan para combatir en las futuras ciberguerras y contra la yihad islámica. No es la primera vez que un autor no consigue sacar las lecciones correctas de su propio libro y los lectores de The Square and the Tower harían bien en beneficiarse de las ideas del autor sobre los males del estado, al tiempo que ignoran su conclusión.

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