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Rush Limbaugh era genial cuando los Demócratas estaban en la Casa Blanca

Rush Limbaugh ha muerto a los setenta años.

Se esté o no de acuerdo con él, Limbaugh fue durante mucho tiempo inevitable para quienes tenían algún interés en los comentarios políticos, especialmente durante la década de los noventa. Limbaugh tuvo una carrera muy larga, pero su pico en términos de talento y relevancia fue probablemente durante los años de Clinton.

En sus primeros años, ni siquiera sabía que Limbaugh tenía un programa de radio, porque yo estaba en la escuela cuando su programa se emitía en la radio. Como mucha gente, sólo lo conocí cuando se estrenó su programa de televisión en 1992. Para muchos de los que nos considerábamos opositores al «gran gobierno», Limbaugh parecía una voz de disidencia constante en los primeros años de la administración Clinton.

Limbaugh fue implacable en sus burlas a Clinton y en contradecir el mensaje de la administración. Limbaugh incluso se hacía pasar por Clinton con una voz de imitación.

Como criticaba a la administración en el poder, Limbaugh parecía ser un verdadero disidente. Parecía oponerse a todo lo que hacía el gobierno federal. Incluso parecía ser bueno en política exterior, cuestionando las políticas de la administración Clinton en Bosnia e Irak. A finales de 1993, National Review etiquetó a Limbaugh como «el líder de la oposición», lo que parecía apropiado y cierto.

A finales de los noventa, escuchaba bastante el programa de radio de Limbaugh, en gran parte porque trabajaba como contratista en servicios de limpieza y jardinería. Eso significaba conducir mucho en mi camioneta. Y eso significaba mucha radio AM.

Como adolescente despistado, y más tarde como estudiante universitario despistado, pensaba que las personas que se oponían al régimen y a sus planes siempre lo harían, independientemente de quién estuviera en el poder. Cuando terminaron los años de Clinton y empezaron los de Bush, aprendería el error de mis ideas.

Al comenzar los años de Bush, Limbaugh adoptó de repente un tono diferente. Apoyaba los planes y programas de la administración, incluso cuando eran muy similares a los de los años de Clinton. Las cosas empeoraron mucho después del 11 de septiembre. En ese momento, Limbaugh se convirtió en un defensor a ultranza de la administración, impulsando todos los planes que la Casa Blanca estaba impulsando, y abogando por un estado policial en toda regla controlado por el GOP.

En otras palabras, Limbaugh se volvió insufrible. Ya no era divertido ni mordaz. No era más que otro cómplice del régimen, con un poco de escepticismo simbólico para mantener una apariencia de independencia de los mensajes oficiales que salían de la Casa Blanca.

En ese momento, por supuesto, había aprendido la lección. Habiendo empezado a participar en debates políticos durante los años de Clinton, pensaba que quienes criticaban las políticas abusivas y exageradas de la administración lo hacían por algún tipo de principio ideológico. Pensaba que esas personas estaban de acuerdo conmigo en que era importante no dar la vuelta y adoptar las posiciones contrarias sólo porque «nuestro hombre» estuviera en la Casa Blanca. Gracias a Limbaugh, aprendí lo irremediablemente ingenua que era esa postura.

Resulta que la oposición al régimen entre muchas de estas personas sólo importa cuando «su hombre» es el presidente. El resto del tiempo, se supone que debemos hacer lo que nos dicen y apoyar la posición oficial, porque si no lo hacemos, también podríamos esta apoyando al malo.

Al menos, ése es el mensaje que se recibió del giro completo de Limbaugh en 2001, y la lección siempre me quedó grabada.

Nunca me molesté en volver a sintonizar durante los años de Obama para ver qué hacía Limbaugh. Sospecho que volvió a fingir ser un disidente como durante la década de los noventa.

A su favor, en los últimos años, Limbaugh ha dado muestras de comprender —por fin— que el «Estado profundo» no es de los buenos y que todos esos funcionarios de la CIA y del Pentágono a los que había estado vitoreando todos esos años quizá no eran los patriotas desinteresados que aparentemente supuso durante mucho tiempo que eran. Parece haber descubierto que los Dick Cheneys del mundo quizás no son amigos del pueblo estadounidense.

Pero, en su mayor parte, su legado fue el de ser pro-régimen cuando el GOP está dentro y ser anti-régimen cuando el GOP está fuera. Dado que era un artista, por supuesto, es difícil culpar a Limbaugh por esto. Sólo estaba dando a su audiencia lo que quería. Y lo que su público quería era una idea simplista pero incoherente que sostenía que las cosas están bien cuando los Republicanos están en el poder, pero que el mundo es un desastre cuando los Demócratas ganan la Casa Blanca. Está claro que tuvo mucho éxito a la hora de transmitir el mensaje.

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