Power & Market

¿Es hora de repensar a Ayn Rand?

Se ha convertido en un tópico que los escritores de ficción americanos arremetan contra el capitalismo y el sistema de libre mercado como algo inherentemente inmoral. Dado que pocos han entrado en la lucha para contrarrestar estas nociones espurias, los progresistas dominan la ficción, lo que les permite moldear el entorno cultural en uno cada vez más estatista. De los pocos que defienden la libertad en la ficción, Ayn Rand es quizás la más destacada. Sin embargo, aunque Rand defiende su visión del mundo de forma persuasiva, malinterpreta componentes clave del sistema de mercado, dando sin quererlo munición a quienes desean caracterizar el mercado como una mera empresa egoísta y vil.

Rand definió el egoísmo en La virtud del egoísmo como «la preocupación por el propio interés». Dado que ella escribe que ésta es la definición del diccionario, no es descabellado ampliarla incluyendo también la definición de Merriam-Webster: «preocupado excesiva o exclusivamente por uno mismo».

Dado que Rand creía que el egoísmo era una virtud moral, los héroes y heroínas de Rand exhiben este rasgo por diseño: es lo que separa a sus protagonistas de los demás personajes. Pero la veneración de Rand por este vicio hace que su defensa del capitalismo deje mucho que desear. Dejando de lado la filosofía moral y las discusiones por el estilo, el egoísmo no es algo central en el capitalismo en absoluto, de hecho, todo lo contrario. El capitalismo es un sistema que sólo funciona si los agentes no son egoístas.

Ludwig von Mises sostiene en Acción humana que el libre mercado es un sistema de cooperación social organizado en torno a la división del trabajo. Este sistema, dice Mises, está impulsado por los deseos de los consumidores:

En su calidad de empresario, el hombre es un servidor de los consumidores, obligado a cumplir sus deseos. No puede satisfacer sus propios caprichos y fantasías. Pero los caprichos de sus clientes son para él la ley suprema, siempre que estos clientes estén dispuestos a pagar por ello.

Mises continúa señalando el hecho obvio de que la gente «nunca es un mero consumidor». Dado que nuestras actividades están organizadas según la división del trabajo, las personas desempeñan múltiples funciones en el mercado al mismo tiempo. Por ejemplo, cuando trabajamos, producimos como productores, y cuando frecuentamos negocios, consumimos como consumidores. Debemos proporcionar algo que otros deseen para poder intercambiar los bienes y servicios que no producimos nosotros mismos. Fabricar algo que otros quieran comprar requiere que tengamos en cuenta cuáles son los intereses de los demás. Los egoístas, por definición, no pueden hacer esto, o al menos no pueden hacerlo bien.

Es cierto que las acciones de las personas están guiadas por el interés propio. Adam Smith, en La riqueza de las naciones y en Teoría de los sentimientos morales, describe el interés propio como una versión restringida del egoísmo en la que las personas persiguen objetivos que consideran deseables teniendo en cuenta los efectos que sus acciones tendrán en los demás. Dicho de otro modo, cuando las personas actúan en su propio interés, lo hacen de tal manera, dentro de los límites del comportamiento justo, que les ayudará a alcanzar los fines que han seleccionado como buenos.

Para que las personas alcancen los objetivos que consideran buenos en un sistema de mercado, deben saciar los deseos de quienes les rodean. Si la gente no viera lo que necesitan sus vecinos, los objetivos no se alcanzarían por falta de medios. En el capitalismo —que es un sistema organizado en torno a la persuasión y el comercio en lugar de la coerción— las personas deben mirar más allá de sí mismas y servir a los demás si esperan servirse a sí mismas. Si los agentes del mercado fueran egoístas, nunca tratarían de entender —ni se preocuparían por entender— cómo satisfacer los deseos y necesidades de los demás. El interés propio no es el egoísmo y viceversa.

Por lo tanto, los protagonistas de Rand están desinformando a los lectores: el sistema de mercado no es un sistema guiado por el egoísmo. Ciertamente, las virtudes del sistema de mercado no provienen del hecho de que permita a las personas actuar de forma egoísta. El sistema de mercado exige que los actores no sean egoístas, pues de lo contrario no habría comercio, y cada uno se convertiría en un Robinson Crusoe en su propia isla, luchando por la supervivencia y luchando por la autosuficiencia.

Dado que criticar a Ayn Rand sin proponer un sustituto es inútil, propongo que recurramos a Jean Valjean en Los miserables de Víctor Hugo como un personaje cuyas acciones argumentan mejor el caso a favor de los mercados libres.

Valjean es un exconvicto que, al eludir la libertad condicional, asume una nueva identidad y se traslada a una aldea de las afueras de París. Reestructura la economía del pueblo, impulsada por la fabricación de bienes de consumo, cuando sugiere utilizar un sustituto de menor coste para uno de los insumos del proceso de producción. Hugo escribe: «Este ligerísimo cambio ha obrado una revolución». Valjean se vuelve increíblemente rico, dando trabajo a la gente del pueblo y donando generosas sumas para construir hospitales y escuelas, al igual que los «barones ladrones» de la Edad Dorada. Gracias al ingenio de Valjean, «la ociosidad y la miseria son desconocidas» en la ciudad. Al proponer un cambio en el proceso de producción —es decir, al innovar— Valjean «se había enriquecido, lo que estaba bien, y había hecho ricos a todos los que le rodeaban, lo que estaba mejor».

Valjean, a diferencia de Dagny Taggart, no se guiaba por el egoísmo, sino por el interés propio, que en su caso era mejorar la vida de los que le rodeaban. Como explica la narración de Hugo, en la búsqueda de sus propios intereses, el empresario enriquece a los demás y mejora la vida de los que le rodean. Sólo se ayudó a sí mismo ayudando primero a los que le rodeaban. Las acciones de Valjean explican el hecho de que el libre mercado requiere que las personas se preocupen por los intereses de los demás. La visión de Rand sobre el capitalismo ignora por completo esta verdad, dando crédito a las concepciones asininas del sistema de mercado como un sistema inhumano impulsado principalmente por el materialismo egocéntrico.

Los defensores de la libertad deben utilizar la ficción si esperan defender el sistema de mercado. Las mentes de las personas no se cambian a través de la teoría económica o la filosofía política, sino a través de la ficción, de las historias que nos contamos a nosotros mismos. Pero los defensores del libre mercado no deben conformarse con autores que alimentan los argumentos erróneos planteados contra el capitalismo. Jean Valjean y personajes como él —no John Galt— deben ser los portavoces del capitalismo.

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