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El lastre ucraniano de Biden

Al entonces Secretario de Estado Colin Powell se le atribuye el mérito de haber popularizado la regla del «Pottery Barn» en política exterior. Aunque niega haber utilizado esa frase exacta, al argumentar en contra de lo que se convirtió en el desastroso ataque de EEUU a Irak en 2003, Powell señaló que, como en Pottery Barn, «si lo rompes, eres el dueño».

Bush y sus neoconservadores —irónicamente con la ayuda del propio Colin Powell— efectivamente quebraron a Irak y el pueblo americano, como resultado, fue «dueño» de Irak durante los 22 años subsiguientes (y contando). Fue una guerra idiota y, como predijo el difunto ex jefe de la NSA, el general Bill Odom, resultó ser «el mayor desastre estratégico de la historia americana».

Atacar y destruir Irak —y ejecutar a su líder— no sólo no tenía ningún valor concebible para Estados Unidos, sino que tenía un valor negativo. Al asumir la responsabilidad del futuro de Irak, el gobierno de Estados Unidos obligó al pueblo americano a pagar la cuenta de un millón de graneros saqueados.

No había salida. Sólo maniobras y manipulaciones constantes para demostrar desesperadamente lo imposible —que el movimiento tenía algún valor o incluso tenía algún sentido.

Lo mismo ocurre con Ucrania. En 2014, la Administración Obama/Biden consiguió terminar lo que los neoconservadores de Bush empezaron una década antes. Con el derrocamiento del gobierno ucraniano apoyado por EEUU ese año, los EEUU llegaron a «poseer» lo que nadie en su sano juicio buscaría: un caso perdido económico de un país con una clase política/empresarial cuya corrupción es materia de leyenda.

En lugar de admitir el colosal error que supuso todo esto, el establishment de política exterior de EEUU dobló la apuesta.

«Oh, esto podría ser una herramienta ingeniosa para derrocar nuestras propias elecciones: ¡finjamos que Trump es un agente de Putin!»

De hecho, Trump fue enjuiciado políticamente porque un tal coronel Alexander Vindman —él mismo de origen ucraniano y que hacía las veces de un gobierno ucraniano instalado por Washington— testificó solemnemente ante Adam Schiff y sus colegas Demócratas a cargo de la Cámara de Representantes que Trump era claramente una marioneta de Putin porque su falta de entusiasmo por seguir siendo «dueño» de Ucrania iba en contra del «Consenso Interinstitucional

Somos «dueños» de Ucrania y no hay vuelta atrás, al menos si el establishment de la política exterior americana se sale con la suya.

Por eso, nuestro desventurado Departamento de Estado sigue vendiendo la ficción de que Rusia está a punto de invadir —y, por tanto, de «poseer»— Ucrania. La política exterior de Estados Unidos es de proyección: acusar a tus rivales de hacer lo que tú mismo estás haciendo. Ningún país cuerdo querría ser «dueño» de Ucrania. Excepto la clase del Think Tank de la Circunvalación, completamente infundida con el dinero del complejo militar-industrial.

Por ello, el gobierno de EEUU, a través de su embajada en Kiev, se jacta de la llegada de 200 millones de dólares en ayuda letal, todo ello apuntando directamente a Rusia.

Por eso, el Departamento de Estado de Estados Unidos mantiene la ficción de que Rusia está a punto de lanzar una guerra terrestre para ocupar Ucrania, anunciando dramáticamente una «evacuación» de todo el «personal no esencial» de su embajada en Kiev.

Es una lástima que no compartamos la opinión de quién es realmente el personal «no esencial» del Departamento de Estado en Kiev: al último que salga se le podría pedir que apague las luces.

Al derrocar a un gobierno elegido en Kiev en 2014, el gobierno de EEUU privó del derecho a voto a millones de electores del este de Ucrania que votaron al presidente derrocado. No es de extrañar que esos votantes consideraran ilegítimo el régimen instalado por Estados Unidos y buscaran el autogobierno bajo el concepto de autodeterminación. Como rusos étnicos, muchos de ellos solicitaron con éxito pasaportes rusos.

Rusia ha sido clara durante mucho tiempo respecto a Ucrania: no permitirá una invasión armada en el este de Ucrania que suponga la muerte de miles de ciudadanos rusos. Si el zapato estuviera en el otro pie, cabría esperar que Estados Unidos —y cualquier país— reaccionara de la misma manera.

EEUU es casi el último país de la tierra que todavía mantiene el concepto de guerra de la época de la Segunda Guerra Mundial para obtener ganancias territoriales. Rusia quiere ser «dueña» de Ucrania como la mayoría de la gente quiere ser «dueña» de un Saturno de 2003. Por eso, a pesar de la propaganda neocon/neoliberal, magnificada por los medios de comunicación de EEUU, Rusia no está a punto de invadir Ucrania.

Esta fantasía es impulsada por aquellos que necesitan desesperadamente seguir alimentando el entusiasmo por una empresa imperial completamente idiota y contraproducente.

Biden, siendo vicepresidente, sembró los vientos del cambio de régimen en Ucrania. Ahora su inepta Administración cosechará el torbellino de ese continuo choque de trenes y la eventual disolución del país. No importa lo que Antony Blinken venda en sentido contrario.

Incluso el comediante Zelensky sabe que esto es un chiste muy malo.

Publicado originalmente en el Instituto Ron Paul

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