A medida que el discurso público sobre los aranceles retrocede, es crucial abordar un aspecto del libre comercio y la política arancelaria que ha recibido menos atención durante los últimos debates: las implicaciones morales de la imposición de aranceles. Aunque las teorías económicas suelen dominar los debates, la forma en que la política arancelaria entra en conflicto con los valores fundacionales de los Estados Unidos es igualmente significativa. Milton Friedman afirmó célebremente: «Lo correcto para los Estados Unidos sería deshacerse unilateralmente de sus restricciones y decir al mundo: vengan a vender aquí sus productos. Estamos encantados de venderles».
El libre comercio es una virtud
El libre comercio representa una virtud intrínseca de América. Una parte importante de la búsqueda de la independencia de América surgió de su deseo de libre comercio. Gran Bretaña operaba bajo una filosofía mercantilista, regulando estrictamente el comercio para asegurar que los beneficios volvieran a la Corona. Las Leyes de Navegación obligaban a transportar las mercancías coloniales exclusivamente en barcos británicos y bajo el control de comerciantes británicos. La Ley del Azúcar de 1764 y las Leyes Townshend de 1767 restringieron aún más a los colonos al limitar su capacidad de comerciar con otros países. La Ley del Té —que culminó en el infame Motín del Té de Boston— epitomizó estas políticas intrusivas. Estas medidas restringían las libertades económicas de los colonos mediante impuestos —principalmente aranceles— sin representación. Estas medidas atentaban contra las libertades individuales y contribuyeron a encender el espíritu revolucionario, preparando el terreno para la Declaración de Independencia.
En la Declaración de Independencia, los llamamientos al libre comercio se entrelazan con invocaciones a la libertad humana, tal y como se recoge en la frase «Vida, libertad y búsqueda de la felicidad», que afirma que un Creador otorga estos derechos inalienables. Reforzando esto, los derechos son otorgados por una fuerza externa, todopoderosa, que opera fuera de los límites de la autoridad humana. La Declaración revela un reconocimiento del valor intrínseco del ser humano. En la visión americana, la igualdad ante la ley y la libertad no son ideales mutuamente excluyentes, sino fuerzas complementarias que engloban la libertad individual. Los seres humanos poseen una capacidad única de razonamiento moral y autoconciencia. Esta singularidad sustenta nuestra concepción de los derechos inalienables como columna vertebral de la libertad. Jefferson y otros creían que el único papel del gobierno era salvaguardar los derechos e impedir que se atentara contra la libertad personal.
El concepto de libre comercio está integrado en el derecho a la libertad. El libre comercio es un componente del ejercicio de nuestra capacidad de ganar y gastar dinero como mejor nos parezca. Ayuda a desarrollar una igualdad ante la ley sin que el gobierno guíe o dirija esas decisiones. La libertad de comercio nos permite buscar la felicidad; la libertad económica y la política deben coexistir.
Adam Smith sostenía en La riqueza de las naciones que los seres humanos son las únicas criaturas capaces de participar en el libre comercio. Esta capacidad distintiva fomenta las relaciones económicas, crea lazos de confianza y facilita el intercambio cultural. Al comerciar, las personas aprenden lecciones valiosas, derriban barreras culturales e impulsan el progreso humano. En esencia, el libre comercio es una extensión natural de lo que significa ser humano y propietario de uno mismo, que nos permite expresar nuestra individualidad al tiempo que fomenta el crecimiento mutuo y la cooperación.
Los aranceles son una forma de control centralizado de los derechos humanos
Los aranceles representan una forma de control centralizado que viola nuestras libertades. Cuando el gobierno grava los bienes importados, aumenta los costes y altera las fuerzas voluntarias de la oferta y la demanda. Esta interferencia desvía las señales del mercado y crea una demanda falsa, como cuando el Estado interviene en sectores como la energía limpia o la sanidad, donde los incentivos a veces producen irregularidades no deseadas, acabando tanto con la capacidad de elección como con la innovación.
Los aranceles distorsionan la información y las tendencias del mercado. Las distorsiones del mercado obligan a los consumidores a modificar su comportamiento; los precios más elevados de los bienes importados repercuten en los mercados nacionales, dejando a los individuos con menos renta disponible y menos opciones. Al limitar la libertad económica, los aranceles restringen de hecho la libertad de elección, socavando así la base misma de la autonomía personal. Además, al influir directamente en la oferta y la demanda, los aranceles obligan a los consumidores a adquirir bienes nacionales o a asumir costes más elevados, lo que restringe la libertad fiscal.
La toma de decisiones centralizada deshumaniza a los individuos al reducir sus opciones a lo que el gobierno considera preferible. Cuando las normas y reglamentos rígidos favorecen a grupos de interés específicos, se ignoran otras voces y la personalidad individual queda subordinada a las prioridades dirigidas por el Estado.
Las intervenciones gubernamentales demuestran sus limitaciones al no ser capaces de predecir y adaptar unas condiciones que cambian con rapidez. Cuando surgen acontecimientos inesperados, la naturaleza inflexible de los programas centralizados deja a la población en general para absorber los choques económicos resultantes. Estos enfoques también van en contra de las protecciones establecidas por la Novena y la Décima Enmiendas de la Carta de Derechos, que defienden el poder gubernamental descentralizado como esencial para preservar la autodeterminación y la libertad.
La interferencia gubernamental distorsiona el orden espontáneo del intercambio voluntario, un proceso que promueve de forma natural el beneficio mutuo y la confianza entre los individuos. Más tarde, Milton Friedman se hizo eco de esta opinión al sostener que la libertad económica es inseparable de la libertad personal; por tanto, los aranceles impuestos por el gobierno no sólo disminuyen la eficiencia del mercado, sino que también erosionan los fundamentos morales de una sociedad libre.
En conjunto, estas perspectivas subrayan que los aranceles —al imponer un control centralizado sobre las transacciones económicas— son contrarios a los principios básicos de la autotitularidad, la propiedad privada, la libertad de intercambio y la dignidad humana que constituyen los cimientos de los valores americanos.
La falacia Tu Quoque
«Otros países imponen aranceles a nuestras importaciones, así que ¿por qué no deberíamos hacer nosotros lo mismo?». Este razonamiento comete la falacia Tu Quoque-comúnmente resumida como «dos errores no hacen un acierto». El hecho de que otra nación aplique políticas proteccionistas no justifica la adopción de medidas igualmente inmorales. En esencia, el comportamiento poco ético de una parte no sirve como contramedida aceptable ni nos exime de nuestras obligaciones morales.
Este principio tiene peso en todas las sociedades humanas. En los grupos o naciones en los que se normalizan las prácticas poco éticas e ilegales, la prosperidad se resiente a medida que la corrupción desenfrenada y los abusos erosionan los cimientos del orden social. Las prácticas reprobables no son rentables.
En el caso de los aranceles, estas medidas proteccionistas, irónicamente, imponen ineficiencias y perjudican a las propias naciones que las aplican; este hecho también refuerza un argumento en contra de los aranceles como política estratégica. Los costes económicos de los aranceles repercuten invariablemente en los consumidores y las industrias nacionales, reduciendo el bienestar general. Aunque las represalias puedan parecer necesarias en determinadas circunstancias, abandonar los principios —cuando se negocia con un oponente dispuesto— socava el propósito moral superior del libre comercio y sus beneficios a largo plazo.
Antes de que se nos acuse de ingenuidad moral o de idealismo optimista, no se trata de abandonar la razón o la realidad. La libre elección es una solución pragmática que puede combatir a los adversarios comerciales que incurren en malas prácticas, sin intervención gubernamental. Según datos comerciales de 2011 del Banco de la Reserva Federal de San Francisco, los productos chinos representaron el 2,7% de los gastos de consumo. Según datos de 2024, las prendas de vestir constituían una parte más significativa del gasto en importaciones chinas. Sin embargo, un vistazo al perfil general de las importaciones en los Estados Unidos ofrece una imagen de diversificación con productos procedentes de Canadá, Alemania, Japón y Corea del Sur. Además, según un informe de 2023, las importaciones procedentes de China han disminuido y están siendo sustituidas constantemente por importaciones procedentes de México. Esta transición pone de relieve que EEUU se ajusta a la dinámica cambiante del comercio a través de mecanismos de libre mercado. El argumento de que EEUU no puede ejercer presiones a través de la libre elección simplifica en exceso la cuestión e ignora el poder de la soberanía del consumidor y el intercambio voluntario para dar forma a los mercados.
Al rechazar la falacia de «si ellos lo hacen, nosotros también», los EEUU subraya su compromiso con sus principios fundacionales. En lugar de recurrir al proteccionismo a corto plazo, opta por políticas que elevan y defienden la integridad moral reflejada en el legado de libertad y libre comercio de la nación.
América debe tomar la iniciativa moral
La amenaza de aranceles, como herramienta de negociación, puede ser eficaz. Sin embargo, cuando se aplican como política oficial general, los aranceles se convierten en algo más que meras fichas de trueque económico —comprometen los ideales sobre los que se construyó nuestra nación. Los Fundadores reconocieron que los derechos individuales y el intercambio voluntario son sagrados. Estos principios están consagrados en nuestra Declaración de Independencia, la Constitución y la Carta de Derechos, afirmando que la libertad humana no surge de lo que un gobierno concede, sino de los derechos inherentes, otorgados por Dios.
Cuando el gobierno interviene en el libre mercado mediante aranceles, distorsiona la dinámica natural del mercado y restringe la capacidad de elección del consumidor. Tales intervenciones obligan a los individuos a ajustarse a los patrones comerciales dirigidos por el gobierno, socavando la «mano invisible».
El anuncio del presidente de una pausa de 90 días en los aranceles del Día de la Liberación representa una oportunidad crucial para los responsables políticos americanos. Durante estos 90 días, los debates y las negociaciones determinarán el futuro previsible de nuestras políticas comerciales. Esta pausa llama a reevaluar nuestro enfoque: nuestros líderes deben honrar los valores y virtudes de larga data que han impulsado el éxito de nuestra nación. El presidente Donald Trump debería adoptar la posición moral más elevada en lo que respecta a la política arancelaria.
Al defender el libre comercio, América reafirma su compromiso con los principios de libertad y orden natural y da un ejemplo convincente en la escena mundial. Defender la libertad económica expresa nuestro deber de proteger los derechos humanos y mantener una sociedad dedicada al bien moral.