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La igualdad imaginaria es inalcanzable, costosa y perjudicial

En su libro Intelectuales y raza, el gran economista Thomas Sowell censura a los intelectuales por su papel en la promoción de planes estatistas de ingeniería social. Sowell define a los «intelectuales» como «una ocupación particular, es decir, personas cuyo trabajo empieza y termina con ideas. Es una designación ocupacional, más que un título honorífico, y no implica nada sobre el nivel mental de quienes ejercen esa ocupación». Pueden o no ser inteligentes, pero su ocupación consiste en vender ideas para justificar las intervenciones del Estado. Murray Rothbard describe a estos intelectuales entrometidos como «intelectuales de la corte». Como observa David Gordon: «Es bien sabido que Murray Rothbard piensa que los intelectuales desempeñan un papel crucial a la hora de conseguir que el público acepte al Estado.»

Los vendedores ambulantes de ideas estatistas pueden influir en gran medida en el debate público a través de los medios de comunicación y el sistema educativo. Sowell señala que «las tendencias, ideas preconcebidas y conclusiones de la intelectualidad se difunden a través de los medios de comunicación y las instituciones educativas, desde las escuelas hasta las universidades». Atribuye a estos intelectuales la difusión de los nostrums de lo que denomina «igualdad fingida»:

Muchas personas que defienden lo que consideran igualdad promueven lo que en realidad es una «igualdad» ficticia. En términos económicos, tomar lo que otros han producido y dárselo a los que no han producido tanto (o nada en absoluto, en algunos casos) es una igualdad fingida.

La igualdad fingida se denomina a veces «equidad» o «igualdad sustantiva». Sus partidarios creen que la igualdad no es «real» a menos que se iguale a las personas mediante diversas intervenciones estatales. Resulta irónico que sus partidarios califiquen de «igualdad real» la igualdad imaginaria que se produce al igualar artificialmente los resultados de determinados grupos —el único tipo de igualdad que consideran «real» es la que construye artificialmente el Estado. En su libro La búsqueda de la justicia cósmica, Sowell sostiene que esta igualdad imaginaria aspira a una visión de la justicia universal e intemporal que es inalcanzable, costosa y, en última instancia, perjudicial.

Un efecto nocivo de la igualdad imaginaria que identifica Sowell es que provoca hostilidad y resentimiento entre los distintos grupos. La envidia se convierte en la ideología social y política dominante. Como explica: «Las cruzadas ideológicas en nombre de la igualdad promueven la envidia, cuyas principales víctimas son los que envidian». En su opinión, la expresión «justicia social» no es más que el «alias más subido de tono» de la envidia, y funciona como una máscara para hacer constantemente comparaciones malsanas entre diferentes grupos.

Estas comparaciones impulsan los interminables intentos de los grupos «desfavorecidos» por salir ganando a costa de los grupos «favorecidos». Todo se convierte en una comparación entre sus respectivos resultados. Los informes sobre delincuencia suscitan con frecuencia comparaciones entre delincuentes blancos y negros, incluso cuando los casos no tienen nada en común, lo que no parece importar a quienes consideran que la vida no es más que una constante «competición» entre grupos raciales. Un ejemplo lo encontramos en los debates sobre las directrices para la imposición de penas en el Reino Unido, que fueron criticadas por aconsejar a las cortes que tuvieran en cuenta la raza del delincuente a la hora de dictar sentencia, con el fin de cerrar la «brecha» entre delincuentes blancos y negros.

Las orientaciones del Consejo aconsejaban a las cortes que «normalmente consideraran» ordenar un informe previo a la sentencia de un delincuente si pertenecía a «una minoría étnica, minoría cultural y/o comunidad religiosa minoritaria», era transexual, joven o mujer.

Las directrices se retiraron en el último momento, tras las protestas públicas contra el «análisis erróneo» en el que se basaban. Ese análisis se centraba en los resultados de las sentencias en función de la raza, y señalaba «una brecha ligeramente creciente en la proporción de personas blancas y negras» condenadas a penas de cárcel. Estudiaron los resultados de las condenas sin tener en cuenta el tipo de delito en cuestión. Dado que los delitos graves tienen más probabilidades de acabar en la cárcel que los delitos leves, la elección de considerar únicamente los resultados raciales fue claramente errónea. Como dice Sowell, las disparidades raciales no prueban la discriminación.

Sowell también advierte de los efectos desestabilizadores en la sociedad cuando el éxito de una persona es visto por otra como nada más que una fuente de agravios, lo que da lugar a una lucha constante por arrebatar a uno para dar al otro. En Intelectuales y raza explica:

No se puede culpar a ningún individuo o grupo por haber nacido en circunstancias (incluidas las culturas) que carecen de las ventajas que tienen las circunstancias de otras personas. Pero tampoco puede asumirse automáticamente que la «sociedad» sea la causa o la cura de tales disparidades. Y menos aún puede suponerse automáticamente que una institución concreta cuyas decisiones en materia de empleo, precios o préstamos transmiten diferencias intergrupales sea la causa de esas diferencias.

Los esquemas de igualdad ficticia también crean resentimiento debido a la percepción de injusticia que supone tratar a los grupos «privilegiados» de forma menos favorable que a los grupos «vulnerables» con el fin de igualarlos. En su libro Liberalism: the Classical Tradition, (Liberalismo: la tradición clásica) Ludwig von Mises advierte de que, inevitablemente, se formarán nuevos grupos para conseguir los «favores» que se conceden a otros grupos. Por ejemplo, la concesión de derechos especiales a las mujeres sólo conduce a que otros grupos exijan derechos especiales para su «género». Del mismo modo, la concesión de protección especial a una religión lleva a otras religiones a argumentar que ellas también necesitan protección especial. Mises advierte: «Quien niegue derechos a una parte de la población debe estar siempre preparado para un ataque unido de los privados de derechos contra los privilegiados».

Los favores especiales y la ingeniería social acaban extinguiendo la libertad porque crear una igualdad imaginaria siempre requiere coerción. Al igual que Mises, a Rothbard también le preocupan las implicaciones para la libertad cuando el Estado intenta igualar los resultados humanos. Rothbard trata la «variedad, diversidad, diferenciación» de los seres humanos como un aspecto bello y valioso de la naturaleza humana, en lugar de como algo que hay que «corregir». Destaca la importancia de «los hechos ineluctables de la biología humana; en particular, el hecho de que cada individuo es una persona única, en muchos aspectos diferente de todos los demás.» Esto explica por qué Rothbard rechazó la igualdad inventada como una revuelta contra la naturaleza.

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