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La demencial política arancelaria de Trump

La última excusa que han esgrimido los defensores a ultranza de la política arancelaria del presidente Trump se encuentra ahora en ruinas. Trump había puesto en marcha aranceles exorbitantes, reconocían estos defensores, pero se trataba solo de una táctica negociadora, para conseguir que los países objetivo rebajaran sus propios aranceles sobre los productos americanos. Pero si ése es su objetivo, lo está persiguiendo a golpe de trabuco. Como dice Paul Craig Roberts, firme defensor de los aranceles: «La posición de Trump sobre los aranceles es problemática por muchas razones. En primer lugar, permítanme decir que históricamente los aranceles eran una cuestión legislativa. El arancel Morrill fue votado por el Congreso. El arancel Smith-Hawley fue votado por el Congreso. ¿Cómo es que el ejecutivo está imponiendo aranceles? Suponiendo que el presidente tenga esta autoridad y suponiendo que no tengamos aranceles sobre otros pero que otros tengan aranceles sobre EEUU, el camino hacia el éxito es que Trump se siente con los infractores y les explique que la situación no nos conviene. ¿Cómo proponen rectificar la desigualdad? Esto habría dado ventaja a Trump. En lugar de eso, se le presenta amenazando no solo a China, sino también a los aliados americanos. Las represalias se han convertido en el juego».

Ron Unz, que es un maestro del análisis estadístico, ofrece la mejor explicación de dónde se ha equivocado Trump. Unz, como Roberts, no se opone a los aranceles protectores, pero explica plenamente la irracionalidad de Trump. Trump ha confundido déficit comercial con aranceles, lo que le ha llevado a cifras absurdas: «Por ejemplo, nuestro presidente, cuestionado por los hechos, declaró que sus nuevas tasas arancelarias eran ‘represalias’ y, de hecho, la primera columna del gráfico que mostró mostraba los aranceles extranjeros que supuestamente habían provocado sus represalias, pero todo el mundo se dio cuenta rápidamente de que esas cifras eran un completo disparate. Ni Suiza impone un arancel del 61% a los productos americanos, ni Vietnam mantiene un arancel del 90% contra nuestros productos. En su lugar, estas cifras se calcularon simplemente utilizando una fórmula basada en el déficit comercial de bienes existente en América, que era algo totalmente distinto. De modo que si otro país nos vendía más bienes de los que ellos mismos compraban, eso se describía como debido a un arancel, aunque en realidad no existiera tal arancel. En un ejemplo perfecto de este absurdo, Trump afirmó incorrectamente que los pingüinos de la isla de Norfolk, cerca de la Antártida, mantenían enormes barreras contra los productos americanos, con su arancel compensatorio del 29% destinado a castigar a esas aves acuáticas por sus prácticas comerciales desleales. Obviamente, las afirmaciones de Trump justificando sus nuevas tasas arancelarias eran totalmente ridículas, pero en realidad lo eran de varias maneras diferentes. Supongamos que no fuera así, y que nuestro comercio de bienes con el resto del resto del mundo estuviera totalmente equilibrado, tal y como Trump deseaba. En esas circunstancias, tendríamos naturalmente superávits comerciales con algunos países y déficits comerciales con otros, con todas las diferentes cifras compensadas a cero. Pero según el marco de Trump, aquellos países con los que tuviéramos un superávit comercial seguirían viéndose afectados por un nuevo arancel del 10 por ciento, mientras que aquellos con los que tuviéramos un déficit sufrirían aranceles mucho mayores, que luego se incrementarían si esos países decidieran tomar represalias. Así que el objetivo aparente y el punto final de las políticas de Trump sería reducir drásticamente o incluso eliminar todo nuestro comercio con el resto del mundo. De este modo, Trump estaba autosancionando a América del mismo modo que había intentado hacerlo contra Irán, Rusia, Corea del Norte y todos los demás países a los que él y las administraciones anteriores habían mirado con considerable hostilidad. Sin embargo, curiosamente Trump parecía creer que cortar el comercio mundial de los países que no le gustaban les perjudicaría gravemente, pero cortar nuestro propio comercio fortalecería a nuestro país y beneficiaría al pueblo americano.»

Ante tanta irracionalidad, surge una pregunta obvia: ¿a qué juega Trump? Eric Schliesser, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Ámsterdam, sugiere que Trump busca concentrar el poder en sí mismo y promover sus propios intereses financieros y los de sus compinches: «Desde mi propia perspectiva, más (escéptica) liberal, los aranceles son una expresión de desconfianza contra los juicios de los individuos; limitan e incluso nos niegan nuestra capacidad de dar forma a nuestras vidas con nuestros asociados significativos como mejor nos parezca. Y los aranceles lo hacen, en parte, cambiando el patrón de los costes que recaen sobre nosotros y, en parte, alterando el panorama político a favor de unos pocos bien conectados. Por supuesto, en la práctica, los aranceles son siempre enormemente regresivos al aumentar los costes de los productos de consumo. Este es, de hecho, un efecto familiar del mercantilismo y ha sido un grito de guerra para los liberales desde Adam Smith y la liga del maíz. Es decir, algunos de los efectos más insidiosos y peligrosos de los aranceles son evidentemente de carácter político. Crean lucros de monopolio para unos pocos conectados, que pueden, de este modo, atrincherarse contra competidores, reguladores y consumidores. Es bien sabido que una vez que un arancel está arraigado es increíblemente difícil de eliminar. Crean tentaciones permanentes de sobornar al ejecutivo y a quienes tienen acceso a él. Esté atento a las historias sobre contingentes de importación, vacaciones arancelarias y exenciones arancelarias ad hoc que aparecerán en la prensa y en la política posterior. La incertidumbre política y económica suele ser un proceso que se refuerza a sí mismo. Para deshacerla se exigen cada vez más acciones del ejecutivo por parte de un público asustado y manipulado por aventureros en busca de lucros. Es totalmente previsible que veamos el auge de un sistema de subsidios selectivos y cárteles a medida que se afiancen los aranceles de Trump.»

Schliesser también establece una conexión entre los aranceles elevados y el imperialismo. «De repente, los comentaristas se llenan de guiños cómplices a William McKinley y sus aranceles. Se sabe que el propio presidente Trump se refiere a él. Y, sin embargo, existe el tentador error de tratar los aranceles como prueba de aislacionismo. McKinley no era aislacionista. La de McKinley fue la presidencia imperialista americana que se anexionó Hawai, y tras la guerra con España se anexionó Puerto Rico, Guam, Filipinas y Samoa Americana, así como el control de Cuba. Que el presidente Trump admire al presidente McKinley y prevea la anexión de Canadá, Groenlandia, Panamá e incluso Gaza encaja con su visión del mundo.»

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