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El sendero a la verdadera libertad es la privatización sistemática

La política en todas sus variantes, especialmente la política de partidos, es el archienemigo de la libertad, la prosperidad y la paz. Sin embargo, miremos donde miremos, se invoca más gobierno como solución.

Muy raras son las voces que afirman que es posible un camino diferente. Pocos se pronuncian a favor del anarcocapitalismo y de un orden social libertario.

Hoy en día es bastante común anunciar con confianza el veredicto de que el anarquismo, una sociedad libre de un Estado represivo, no es posible. Para la mayoría, un orden social libertario es una quimera. Abundan las acusaciones falsas, como que el anarcocapitalismo traería la injusticia y perjudicaría a los pobres.

La precaria posición del libertarismo tiene que ver en parte con la evolución de la historia. La evolución de la sociedad dio un giro equivocado cuando Roma derrotó a Cartago y, en lugar de una sociedad comercial, se impuso la estatalidad militarista. Más de dos mil años de cesarismo han generalizado la creencia de que no hay alternativa a la política y al Estado. La jerarquía y el autoritarismo han llegado a considerarse la forma natural de organización de la sociedad, sin reconocer que tales órdenes son impuestos.

El libertarismo significa una sociedad de derecho privado. En una mancomunidad social, las empresas privadas del mercado desempeñan las funciones tradicionales del Estado. El orden contractual voluntario del anarcocapitalismo sustituye a la coordinación jerárquica de las actividades del Estado. El significado básico del anarcocapitalismo es un orden en el que la cooperación horizontal basada en el intercambio voluntario domina la coordinación de las actividades humanas.

El orden espontáneo de una sociedad anarcocapitalista requiere que se produzca como un proceso gradual de privatización. Empezando por el fin de los subsidios y las regulaciones, así como la venta de empresas semipúblicas y servicios públicos, la privatización debe extenderse paso a paso a la educación y la sanidad y, finalmente, abarcar la seguridad y el sistema judicial.

Hay muchas pruebas de que los llamados servicios públicos serán mejores y más baratos bajo el anarcocapitalismo. Bajo un sistema integral de libre mercado, la demanda y la oferta de educación, sanidad, defensa y seguridad nacional serían muy diferentes a como son ahora. La privatización de estas actividades, que ahora están bajo la autoridad del Estado, no sólo conduciría a una disminución de los costes por unidad de los servicios, sino que también cambiaría el carácter de los productos.

Dado que la mayor parte de la oferta actual de los llamados bienes públicos es un despilfarro inútil, una vez privatizados estos productos caería una enorme carga sobre los contribuyentes. Al no perderse ninguno de los beneficios genuinos de la educación, la sanidad y la defensa, estos bienes se ajustarían a los deseos de los consumidores y se suministrarían de la forma más eficiente. Los costes se reducirían a una fracción de su tamaño actual.

Si se incluye el desmesurado aparato judicial y de la administración pública en la reducción de la actividad estatal, el gasto público —que hoy en día se acerca al 50% del producto interior bruto en la mayoría de los países industrializados— bajaría a porcentajes de un solo dígito. Las cotizaciones se reducirían en un 90%, al tiempo que aumentaría la calidad de los servicios.

A diferencia de la creencia dominante en la actualidad, la privatización de las funciones policiales y judiciales no es un problema tan grave. Significaría ampliar lo que ya está ocurriendo. En varios países, entre ellos los Estados Unidos, el número de policías y agentes de seguridad privados ya supera al de policías oficiales. La prestación privada de servicios judiciales también va en aumento. Los tribunales de arbitraje han experimentado una fuerte y creciente demanda, incluidos los servicios para litigios transfronterizos.

Estas tendencias continuarán porque la protección privada y el arbitraje son más baratos y mejores que la provisión pública. En Brasil, por ejemplo, que cuenta con uno de los sistemas judiciales más caros del mundo, hay actualmente unos ochenta millones de casos pendientes sin decisión, y la inseguridad jurídica se ha vuelto monstruosa. En los Estados Unidos, muchas partes del sistema judicial se han vuelto locas.

La solución para los problemas actuales no es más sino menos gobierno, no más sino menos Estado, y no más sino menos política. Desaparecería la actual maldición que obliga a los jóvenes a tener un trabajo fijo bien remunerado o a vivir al límite. Anarcocapitalismo significa alta productividad y amplio tiempo libre. En una sociedad anarcocapitalista, la monotonía asalariada dejará de ser la norma y será sustituida por el autoempleo individual.

El anarcocapitalismo no es un sistema que deba establecer algún partido o un hombre fuerte. Una mancomunidad libertaria debe surgir como un orden espontáneo. El camino correcto, entonces, hacia una sociedad libertaria es la acción negativa. La tarea pendiente es la eliminación de subsidios y regulaciones. En lugar de crear más leyes y nuevas instituciones, la misión es abolir leyes e instituciones. Para ello, es necesario un cambio en la opinión pública.

En la medida en que gane terreno la idea de que menos política y menos Estado es la solución, más impulso cobrará el movimiento libertario. Para lograrlo, es necesaria la voluntad de exigir y conseguir la privatización de tantas instituciones públicas como sea posible.

La privatización es un medio, no un objetivo. La privatización sirve para poner a un proveedor de bienes bajo el control del público en general. En el libre mercado, los clientes determinan qué empresas siguen en activo y cuáles deben cerrar. En el actual sistema de capitalismo de Estado, grandes partes de la economía están controladas por la política y el aparato tecnocrático.

La privatización somete a los negcoios al régimen de lucros y pérdidas y, por tanto, al control del cliente. El lucro es la clave de la acumulación de capital y, por tanto, de la prosperidad. El lucro corporativo es el motor del progreso económico y, al mismo tiempo, el resultado del avance económico. Sólo una economía que prospera genera lucros. Por la misma lógica, se puede decir que los lucros impulsan la economía hacia la prosperidad.

En el caso de las compañías privadas, la magnitud del lucro depende del grado de eficacia de su funcionamiento y de la utilidad de su producto para satisfacer los gustos del público. Sin embargo, la privatización per se no es suficiente. Debe ir acompañada de la desregulación. En el pasado, muchos casos de privatización fracasaron porque no se eliminó el marco regulador. Las antiguas barreras de entrada siguieron existiendo.

Otro error que se ha cometido a menudo ha sido privatizar precipitadamente compañías públicas que prestan servicios esenciales en lugar de empezar por lo obvio: recortar los subsidios. La desregulación y la eliminación de los subsidios son condiciones previas cruciales para que la privatización tenga éxito. El capitalismo requiere competencia, y la competencia necesita barreras de entrada bajas.

El anarcocapitalismo denota un orden económico en el que el empresario guía la compañía según el mando de los lucros y las pérdidas. Éstas, a su vez, dependen directamente de la actuación de los clientes. Las leyes de lucros y pérdidas obligan al empresario a emplear su capital en beneficio de los consumidores. En este sentido, la economía de mercado funciona como un mecanismo de selección permanente a favor de la asignación de recursos allí donde existe el mayor grado de productividad y bienestar.

Para tener éxito, la privatización debe considerarse un paso dentro de un conjunto de medidas para establecer una economía de libre mercado. Para que funcione bien, la privatización debe ir acompañada de la apertura de los mercados, incluido el libre comercio internacional, reduciendo la burocracia y flexibilizando el mercado laboral.

Los requisitos fundamentales para que los mercados libres funcionen son una moneda sólida y una presión fiscal baja. La privatización de la economía fracasará mientras el sistema monetario esté sujeto al control político y tecnocrático y las elevadas cargas fiscales constriñan las acciones económicas del individuo.

En la economía de mercado hay un plebiscito permanente sobre las ideas de los empresarios. Las compañías privadas deben responder a los deseos de los consumidores porque son ellos quienes indican sus preferencias con sus actos de compra. La elección democrática en política es sistemáticamente peor que las decisiones en el mercado. Mientras que la mayoría de las decisiones de compra permiten una corrección y sustitución inmediata o en un breve espacio de tiempo, las decisiones políticas tienen consecuencias a largo plazo que a menudo escapan al control y al horizonte intelectual del electorado.

La prosperidad es el objetivo, y el anarcocapitalismo la proporciona. El principio básico a favor de la privatización se deriva de la idea de que la propiedad privada de los medios de producción —y, por tanto, la privatización— garantiza el progreso económico y la prosperidad para todos.

Los mercados no son perfectos, como tampoco lo son los empresarios ni los consumidores. La producción capitalista no puede satisfacer todos los deseos o necesidades de cada persona. Ningún sistema puede. El sistema de mercado no elimina la escasez para todos, pero el sistema de mercado es el orden económico que mejor hace frente a la presencia universal de la escasez.

El anarcocapitalismo, correctamente entendido, no entra en la misma categoría que el socialismo. El socialismo necesita ser impuesto. Su establecimiento y mantenimiento requieren violencia. Con el anarcocapitalismo es diferente. Surgirá espontáneamente a través de la eliminación de las barreras que se oponen al orden natural de las cosas.

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