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Biden en el país de las maravillas: un salario mínimo de 15 dólares no aumentará los costes de las empresas

El presidente Joe Biden, en el discurso sobre el estado de la Unión, pidió un salario mínimo de 15 dólares, además de presionar y denunciar a las empresas por propagar la inflación.  El aumento del salario mínimo, junto con la falacia de que el aumento del gasto público trae consigo el crecimiento, se encuentra en el corazón de la agenda intervencionista.

 A medida que la inflación comienza a dispararse, es útil entender que el aumento del salario mínimo ha jugado su parte respectiva en este evento. Un total de 74 estados, ciudades y condados aumentaron su salario mínimo durante 2021, según el National Employment Law Project, que todavía está tabulando la cifra para 2022 pero espera que sea más o menos la misma. En Arizona, por ejemplo, el salario mínimo por hora en 2022 es de 12,80 dólares, frente a los 12,15 dólares de este año. En 2021 sólo subió 15 céntimos. El salario mínimo por hora para los trabajadores de Colorado es hoy de 12,56 dólares, frente a los 12,32 del año pasado. Y el salario mínimo por hora en California ha subido a 14 dólares, frente a los 13 dólares del año pasado.

Los argumentos a favor del salario mínimo se basan en el razonamiento macroeconómico según el cual un aumento de los salarios conduciría a un aumento de la renta disponible, y esta mayor renta disponible conduciría a un aumento de los gastos que, a través del efecto multiplicador, aumentaría la demanda agregada global de la economía.

Si bien esta lógica puede parecer sólida de forma aislada, se aleja fundamentalmente de la sabiduría de que la economía es una red interconectada de mercados en la que la vida de cada individuo se ve afectada por las acciones de todos los demás individuos y cada acción tiene efectos visibles inmediatos, y muchos invisibles. Por lo tanto, cuando los ingresos de los trabajadores ya empleados aumentan debido al incremento del salario base, la interconexión de los mercados laborales ejercería una presión al alza sobre todos los demás mercados, lo que a su debido tiempo conduce a un aumento de los costes para los productores.

Este mayor coste salarial les lleva a subir sus precios, lo que disminuye el poder adquisitivo de los consumidores. La mayoría de los empresarios que emplean a trabajadores con salario mínimo tienen márgenes brutos competitivos en los que el aumento de los costes, sin subir los precios, les hace perder la rentabilidad anterior, que es su colchón contra la incertidumbre siempre presente.

La subida de precios tiene su impacto inmediato en las personas menos cualificadas que gastan sobre todo en bienes de consumo rápido y no duraderos. Experimentarían la inflación y verían reducidos sus presupuestos (es decir, sus ingresos reales) porque el aumento de la demanda que se genera como consecuencia del incremento artificial de los salarios se abriría paso en el mercado, donde sería mayor que la oferta real.

Entonces surge el problema del desempleo. La mayoría de la gente considera que el salario mínimo es la base de todos los salarios; por lo tanto, cuando se aumenta la base, todos los demás salarios también aumentarían. Pero si tenemos en cuenta la interconexión de los mercados, esta idea se convierte inevitablemente en una falacia.

Los empleadores de una economía tratan continuamente de atraer a los trabajadores de otros empleadores mediante una oferta de salarios y beneficios para ellos. El salario de un trabajador no es una medida absoluta de su valor, sino una indicación de su valor relativo para el empresario debido a la escasez de mano de obra frente a la necesidad, o demanda, del empresario. El empresario trata de pagar al trabajador contratado adicionalmente en función de la productividad adicional que generaría en la empresa.

Cuanto más alto sea el nivel general de los salarios, más tendrá que pujar el empresario para contratar al trabajador adicional y, en consecuencia, deberá exigir una mayor productividad. El salario mínimo crea así un obstáculo que el trabajador debe saltar para conseguir el empleo en función de su cualificación y productividad. Este obstáculo dificulta el empleo a medida que aumenta el salario mínimo y que éste se paga a adolescentes que empiezan su carrera o a personas menos cualificadas.  Queda claro, pues, que cuanto más alto sea el salario mínimo, más difícil les resultará conseguir un empleo, lo que conduce a un aumento del desempleo en ese grupo demográfico, que de otro modo experimentaría un desempleo menor.

Aunque este efecto del plan intervencionista sería visible, también hay efectos invisibles que no se notarían al principio. Estos tomarían la forma de una disminución de la inversión en zonas de cultivo con precios naturalmente altos, mientras que los recursos se verterían en sectores artificialmente inflados.

Los precios desempeñan un papel fundamental en la señalización de la coordinación y la asignación eficiente de los recursos. Cuando un objeto se vuelve escaso en el mercado, un aumento de su precio instruye a los consumidores a economizar en él, al tiempo que pide a los productores que empleen sus recursos en aumentar su oferta.

Pero el aumento de los precios que se produce debido a un aumento del salario mínimo destruye este mecanismo eficiente, ya que los empresarios deben entonces invertir donde el aumento de los precios no reflejaría las verdaderas condiciones del mercado. Esto hace que pierdan oportunidades de beneficio al verse abocados a gastar en áreas no rentables.

La demanda genuina del mercado y la escasez siguen existiendo. El salario mínimo actúa, pues, como una señal que desvía el empleo de los recursos, llevando a los productores a tomar decisiones ineficientes y a asignar los recursos de forma errónea.

Así pues, un aumento del salario mínimo provoca el desempleo de los trabajadores y empeora la situación de los consumidores, ya que sus demandas reales quedarían insatisfechas, mientras que el aumento artificial de los precios actúa como un impuesto que les grava, reduciendo su poder adquisitivo. Por lo tanto, pedir que se duplique el salario mínimo y esperar que las empresas bajen los costes es una quimera que perjudicaría a todos los sectores de la economía, ya sean trabajadores, consumidores o empresarios. Al mismo tiempo, debemos recordar que los aumentos de los salarios mínimos que se han producido sin estar respaldados por aumentos de los bienes reales han contribuido a la histórica subida de precios que se observa en la actualidad.

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