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La trata de esclavos en África no habría sido posible sin las élites africanas

El estudio de la trata transatlántica de esclavos está experimentando un renacimiento. Varios estudios señalan la trata de esclavos como la génesis de los defectos de las sociedades africanas. Siguiendo la tradición intelectual de Walter Rodney, estos trabajos posteriores postulan que la trata transatlántica de esclavos subdesarrolló a África. Sin embargo, no hay un veredicto sobre los efectos de la trata transatlántica porque los estudiosos siguen divididos sobre sus consecuencias.

Sin embargo, a pesar de sus diferencias, los campos opuestos en la literatura adoptan una postura sesgada al fijarse en las implicaciones de la trata de esclavos en lugar de discutir la agencia de los africanos. Los investigadores tienden a explorar cómo la trata de esclavos alteró las sociedades africanas en lugar de mostrar que los comerciantes europeos se integraron en las complejas redes sociopolíticas de África.

Los africanos estaban construyendo imperios y jefaturas mucho antes de las interacciones con los europeos, así que cuando éstos llegaron a África, reconocieron rápidamente que su fortuna estaba ligada a la benevolencia de las élites africanas. Sin cumplir con la normativa local, los comerciantes europeos no podían hacer negocios. A menudo se enseña que los europeos construyeron fuertes en África, pero rara vez se señala que dichos fuertes no podrían haberse construido sin el permiso de las élites africanas.

En el imperio de Galinhas, el adagio vai «Sunda ma gara, ke a sunda-fa», que significa «Un extranjero no tiene más poder que sus propietarios», describe las relaciones de los comerciantes extranjeros con los gobernantes africanos. Los africanos no estaban dispuestos a tolerar a los ocupantes ilegales, por lo que los europeos tenían que pagar por sus alojamientos.

En África Occidental, por ejemplo, los akwamu cobraban rentas de los fuertes europeos y empleaban a un funcionario de aduanas para supervisar el flujo comercial. Este extracto de un informe elaborado por un funcionario danés capta la autoridad de los gobernantes africanos: «El rey de Akwamu cobra aquí derechos de aduana por todas las mercancías que pasan por el río y, para asegurarse de que se pagan, ha contratado a un funcionario que se ocupa de sus intereses».

Los africanos no sólo obtenían beneficios económicos cobrando a los europeos por la construcción de fuertes en suelo africano, sino que también conservaban los derechos de propiedad de la tierra. En algunos casos, los africanos invitaban a los europeos a sus centros comerciales. El alquiler de espacio a los europeos llegó a ser tan lucrativo que en la Costa de Oro las élites africanas permitían un grupo europeo por ciudad comercial. Además, la intensa rivalidad entre los europeos elevó la posición de los africanos y les permitió beneficiarse de precios más bajos y de una mayor variedad de productos.

La trata transatlántica de esclavos fue un acontecimiento espeluznante, pero no por ello dejó de ser un negocio que puede analizarse con herramientas económicas. Las víctimas de la trata fueron desproporcionadamente africanas, pero esto no debe ocultar el hecho de que para muchos africanos la trata de esclavos era una empresa legítima relacionada con acuerdos comerciales preexistentes. En su nuevo libro, Slave Traders by Invitation: West Africa’s Slave Coast in the Precolonial Era, Finn Fuglestad afirma que la trata de esclavos fue sostenida por los africanos que invitaron a los europeos a comerciar.

Los africanos incluso formalizaron las relaciones comerciales con los europeos participando en tratados que regulaban la compra de esclavos. Además, según los informes del siglo XV del funcionario portugués Diego Gómez, algunos monarcas se inclinaban tanto por sus intereses económicos que demostraban una «voluntad abrumadora» de ofrecer nativos como esclavos. La colaboración con los africanos fue crucial para el éxito del comercio de esclavos y de los centros comerciales europeos como Liverpool.

Según David Richardson, los africanos fueron fundamentales para establecer las redes y los acuerdos institucionales que permitieron que la esclavitud británica prosperara. «Sin la intervención y el apoyo de los africanos, la esclavitud británica no podría haber alcanzado la magnitud que tuvo», escribe.

Además de restarle importancia a la agencia africana, los historiadores suelen argumentar que el comercio transatlántico socavó las economías africanas. Pero esta suposición es un fallo en la comprensión de la utilidad económica. Si los artículos importados satisfacen las demandas de los africanos, no podemos argumentar que las importaciones los empeoraron.

Los africanos tenían la ventaja en las negociaciones comerciales y a menudo determinaban la calidad y los precios de los productos que obtenían de los europeos. Antes de decidirse a importar cobre, por ejemplo, Daniel Cunha explica que los africanos comprobaban «la calidad del cobre evaluando sus propiedades materiales de enrojecimiento, luminosidad y sonido, que servían para incorporarlo a los sistemas rituales y mitológicos».

De hecho, debido a las elevadas exigencias de los comerciantes africanos, las mercancías eran rechazadas con frecuencia sin ni siquiera una explicación. Tampoco hay pruebas convincentes que indiquen que las importaciones impidieran la producción local. A pesar de las importaciones, la industria del hierro floreció en Camerún y Bassar hasta el siglo XIX. Pieter Emmer, en un artículo clásico, echa por tierra el mito de que la trata transatlántica de esclavos tuvo un impacto sustancial en las economías africanas:

El valor de las importaciones europeas en África Occidental no pudo ser superior al 5% del valor de la producción interna de África y eso suponiendo que los africanos no produjeran más que su subsistencia.... En resumen, no hay pruebas que demuestren que entre 1500 y 1800 el comercio atlántico de mercancías pudiera haber influido mucho en la economía de África Occidental, ni cuantitativa ni cualitativamente.

Ciertamente, la brutalidad de la trata transatlántica de esclavos evoca sentimientos de hostilidad; sin embargo, el emocionalismo no debe impedirnos estudiar el tema con una mirada objetiva. Durante siglos, la esclavitud se consideró un comercio legítimo; de ahí que los africanos, al igual que sus pares, la sancionaran y estuvieran dispuestos a participar en la venta de su pueblo para avanzar en sus agendas económicas y políticas. Blanquear la participación de África en el comercio transatlántico sólo consigue infantilizar a la gente negra.

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