Fue en pleno apogeo de la Guerra Fría cuando la CIA y el gobierno americano, —temiendo el debilitamiento del bloque capitalista en América Latina debido a la influencia de la Teología de la Liberación en la parte sur del continente—, comenzaron a subvencionar misiones protestantes, en su mayoría de confesión pentecostal, con la intención de diluir la presencia católica y evitar la propagación de los ideales marxistas a través de la religión. Documentos desclasificados de la CIA, memorandos del Departamento de Estado y contratos de la USAID (Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional) indican que, entre los años 50 y 80, los EEUU utilizó las misiones protestantes como parte de una estrategia de contrainsurgencia.
Pero, ¿por qué se tomaron esas medidas? En primer lugar, es necesario comprender por qué la Iglesia católica permitió que las interpretaciones «marxistas» de las Escrituras ganaran espacio dentro de su propia estructura.
Históricamente, fue la Iglesia —con su doctrina racionalista propagada por Santo Tomás de Aquino, los escolásticos tardíos y muchos otros— la que dio forma a una Europa en la que la ley natural y la propiedad privada se convirtieron en pilares del orden social. La influencia de este racionalismo se percibe de manera que incluso hoy en día en la Escuela Austriaca de Economía: desde Menger, con su noción de subjetividad, hasta libertarios contemporáneos como Rothbard, que reforzaron la ley natural y la centralidad de la propiedad privada.
Sin embargo, el cambio decisivo no se produciría hasta el siglo XX, más concretamente en 1962, con el Concilio Vaticano II. Solo sobre este concilio se han escrito y se siguen escribiendo cientos de libros, tanto favorables como críticos. Basta decir que en él la Iglesia adoptó una postura más «liberal» con respecto a las interpretaciones de las Sagradas Escrituras, abriendo espacio tanto a lecturas pseudoprotestantes, como las de los grupos carismáticos, como a enfoques políticos, como el de la Teología de la Liberación.
Aunque unos años antes, papas como Pío XII y León XIII habían condenado públicamente el comunismo y aplicado la excomunión automática a quienes lo apoyaban, el clero posconciliar —movido por un «celo piadoso» en relación con el Concilio y sus enseñanzas— dejó de actuar contra los teólogos de la TL, que ya se estaban extendiendo por toda América Latina. Incluso Juan Pablo II, a menudo recordado por los conservadores como uno de los responsables del declive del socialismo en Europa, nunca emitió una excomunión específica ni aplicó sanciones decisivas contra la TL. Algunos líderes del movimiento, como Leonardo Boff, sufrieron castigos, pero nunca hubo una condena doctrinal definitiva.
En este escenario, durante la Guerra Fría, comenzaron a surgir varios centros pentecostales, apoyados por los EEUU, precisamente en las regiones donde LT tenía mayor influencia. La Cruzada Estudiantil para Cristo (ahora CRU), fundada por Bill Bright y claramente anticomunista, recibió el apoyo de las embajadas americana en Brasil durante la dictadura militar, incluida la campaña «Here’s Life» (Aquí está la vida) en 1974, coordinada con funcionarios consulares para promover un cristianismo despolitizado. La CIA también financió redes como Trans World Radio y HCJB en Ecuador, que transmitían sermones anticomunistas a zonas dominadas por la Teología de la Liberación. Los materiales de la USIA (Agencia de Información de los Estados Unidos) tildaban a los teólogos de la liberación de marxistas y se distribuían entre los líderes religiosos.
Estas iniciativas se consideran hoy en día una de las principales razones del crecimiento del protestantismo en América Latina en relación con el catolicismo. Actualmente, las variantes protestantes más populares están asociadas a la llamada «teología de la prosperidad», que, a pesar de las controversias, es la que atrae a más seguidores en el protestantismo latinoamericano, ya que enfatiza la prosperidad material como una promesa divina.
A pesar de los resultados, las consecuencias del constante crecimiento del protestantismo en América Latina no justifican una paz definitiva. La doctrina protestante, a diferencia de la católica tomista, carece de la base racional en la que se apoyan los liberales austriacos. Por el contrario, las iglesias evangélicas adoptan cada vez más una posición más momentánea, lo que hace que el movimiento evangélico en la política sea extremadamente dependiente de la situación en la que se encuentre la derecha. En contraste con el orden religioso-político que el catolicismo promovió en Europa, los protestantes terminan a merced de los políticos para adoptar movimientos políticos. La solución definitiva a los males del comunismo reside en el racionalismo, fruto del catolicismo y el austrolibertarismo, que caminan de acuerdo con el instinto humano, su naturaleza y la propiedad privada. Solo estos valores pueden garantizar el orden social y la libertad.