Podemos sentir los vientos del belicismo soplando por Europa mientras el continente agita el espectro de la guerra con Rusia. Recientemente, la Comisión Europea dio a conocer una serie de medidas para reforzar la defensa de los Estados miembros de la UE, sobre todo a través del plan ReArm Europe. El plan —aprobado por el Consejo Europeo Extraordinario del 6 de marzo de 2025— pretende movilizar 800.000 millones de euros para las capacidades de defensa de la UE. Incluye una reorientación de los fondos públicos, pero no sólo: también incluye el uso del ahorro público. Como se anunció el 17 de marzo de 2025, esta estrategia pretende hacerse con unos 10 billones de euros en depósitos bancarios europeos y redirigirlos hacia la industria armamentística y las políticas públicas de defensa.
Otro ejemplo europeo: Valérie Hayer, eurodiputada francesa y líder del grupo Renew Europe en el Parlamento Europeo, declaró recientemente que el viejo continente vive «un momento de gravedad» probablemente no visto desde la Segunda Guerra Mundial. ¿El culpable? La guerra de Ucrania y la amenaza existencial que supone Rusia para la democracia y el orden europeo. Para hacer frente a esta amenaza, ella y otros políticos europeos quieren movilizar los ahorros de los europeos para financiar este esfuerzo colectivo en la industria armamentística.
En Francia y Alemania
A mediados de marzo, varias personalidades políticas francesas se pronunciaron a favor de movilizar el ahorro privado para rearmar el país ante la amenaza rusa. El 13 de marzo, el ministro francés de Economía, Éric Lombard, se pronunció a favor de esta medida ante los senadores franceses. En aquel momento, no se trataba de crear una cuenta de ahorro específica, sino de destinar todo el capital ahorrado por la población.
Sin embargo, ante las críticas generalizadas, Éric Lombard dio marcha atrás el jueves 20 de marzo y anunció la creación de un fondo de 450 millones de euros gestionado por Bpifrance y abierto a los inversores particulares que deseen contribuir al esfuerzo nacional de rearme convirtiéndose en accionistas indirectos. La cantidad mínima a invertir en este fondo será de 500 euros, con una inversión inicial máxima que podría ser de «varios miles de euros». Una vez invertidos, estos fondos «seguros» permanecerán congelados durante al menos cinco años.
En Alemania existe la misma retórica belicista. Antes de dejar el cargo, Olaf Scholz habló en el Bundestag sobre la «Zeitenwende», el punto de inflexión histórico al que se enfrenta Alemania en la actualidad. Prometió afrontarlo invirtiendo masivamente en el rearme del ejército alemán, la Bundeswehr. El más que probable futuro canciller alemán, Friedrich Merz, consiguió que el Parlamento alemán votara a favor de gastar 1 billón de euros en el rearme del país. Un gasto sin precedentes en un país que ha delegado durante mucho tiempo su propia defensa nacional en la OTAN y los Estados Unidos.
Todas estas inversiones europeas se presentan como «inversiones seguras y rentables» (según Valérie Hayer). Sin embargo, como nos demuestra la historia, estas inversiones son todo lo contrario.
Lo que nos enseña la historia
La sociedad ha surgido de las obras de la paz; la esencia de la sociedad es la pacificación. La paz y no la guerra es el padre de todas las cosas. Sólo la acción económica ha creado la riqueza que nos rodea; el trabajo, y no la profesión de las armas, trae la felicidad. La paz construye, la guerra destruye. (Mises, Socialismo, p. 59)
Históricamente, invertir en bonos y fondos de guerra siempre ha significado asumir el riesgo de apostar por el caballo equivocado. Esta apuesta podría muy bien llevar a la ruina a los acreedores del Estado derrotado. Así ocurrió en Alemania con el imposible reembolso de los bonos de guerra después de 1918. Estos bonos habían perdido su valor porque las reparaciones exigidas por el Tratado de Versalles y la hiperinflación de la República de Weimar hacían imposible su reembolso.
Por el contrario, si el Estado salía victorioso, el reembolso de estos préstamos, a menudo masivos, podía durar años, arruinando al acreedor por la inflación monetaria y la represión financiera que se instauraba tras el conflicto para enjugar las deudas del Estado. Es lo que ocurrió en los Estados Unidos después de 1945, cuando se reembolsaron los Bonos de la Victoria. La política de represión financiera de la posguerra mantuvo bajas las tasas de interés y alta la inflación del dólar, provocando un descenso gradual del valor de la moneda. A medida que se reembolsaban los préstamos, el poder adquisitivo de los acreedores disminuyó en los años siguientes al final de la guerra.
Más grave que la ruina de los acreedores es la ruina de la sociedad. Estas inversiones desvían capital de alternativas genuinamente productivas que realmente mejoran las condiciones de vida de las personas; retrasan el progreso al desviar capital (recursos, trabajo y dinero) a estas industrias de defensa. No entienden que la prosperidad a corto plazo que ofrece la «industria de la destrucción» es sólo una ilusión y se produce a costa de la prosperidad a largo plazo de la sociedad en su conjunto.
Cualquier sociedad militarizada, patriotera y belicista sólo conseguirá retrasarse aún más en el camino hacia el progreso y la mejora de las condiciones de vida que posibilita la mejor asignación posible del capital en la estructura productiva de la sociedad. Como escribió el economista Frédéric Bastiat, la guerra es una ilusión de riqueza: crea actividad económica visible (la industria armamentística), pero siempre a expensas de lo «invisible» (es decir, las oportunidades perdidas y los costes diferidos). La guerra nunca es una salida a una crisis, sino la crisis máxima a la que puede enfrentarse una sociedad.
En resumen, los belicistas de todo tipo —entusiasmados por la idea de lucrarse económicamente de una posible guerra— en el fondo no entienden nada de economía ni de historia. Peor aún, no entienden nada sobre la guerra.