Parece que hoy en día no escasean los inversores y expertos que critican las intervenciones en el mercado de los bancos centrales del mundo. El estímulo monetario en forma de tasas de interés artificialmente bajas y los abultados balances de los bancos centrales (18,5 billones de dólares, para ser exactos), según el argumento, han creado otra peligrosa burbuja financiera (evidenciada por los omnipresentes y burbujeantes ratios de valoración del mercado bursátil) que, en última instancia, amenaza de nuevo al sistema financiero. El autor comparte de todo corazón esta crítica.
El problema ético es, ¿dónde estaban estas voces cuando todo esto empezó, con Greenspan en los años 90 y, más concretamente, con Bernanke en 2008? Los críticos actuales de los bancos centrales que no fueron críticos de —y en la mayoría de los casos incluso simpatizaban— con los grandes rescates y estímulos que comenzaron hace casi una década han reservado sus críticas sólo para aquellas intervenciones que parecen perjudicar sus intereses, en contraposición a las que les han ayudado. Después de todo, nadie estaría en desacuerdo con que los rescates y el estímulo monetario nos sacaron de la última crisis financiera, pero sin duda también nos llevaron a donde estamos hoy, vulnerables a otra aún mayor.
Estamos tan preocupados por nuestro amigo el yonqui colgado, aunque le prestábamos poca atención cuando no era más que un consumidor ocasional. Es tan fácil preocuparse cuando los problemas se hacen evidentes y críticos, tan difícil cuando son más sutiles e incipientes. El estímulo artificial en una economía es lo mismo: se ignora fácilmente como un problema en su infancia, pero siempre se convierte en un gran problema. Las economías y los mercados se ven estructuralmente alterados y distorsionados por dicho estímulo, de tal manera que no puede eliminarse sin romper esas nuevas estructuras. Más bien hay que aumentarlo cada vez más, aunque incluso esto sólo retrasará un colapso inevitable.
En el entorno inversor actual es demasiado fácil, e incluso necesario para la mayoría de los participantes, simpatizar con las intervenciones de los bancos centrales e incluso explotarlas. Hacer lo contrario crea un coste de oportunidad en la propia carrera e inversiones. Pero hacerlo nos coloca en la posición de facilitadores de la dependencia autodestructiva del sistema económico de los estímulos artificiales. No se puede ser un liberal clásico a tiempo parcial, criticando la planificación central sólo cuando va en contra de los propios intereses. De hecho, este es el problema del socialismo: hay ganadores y perdedores; los ganadores están aquí y ahora, lo que se ve; los perdedores están en el futuro, lo que no se ve. Los ganadores no se quejan, y los perdedores no pueden hacerlo hasta que es demasiado tarde.
Pero a medida que el futuro se convierte en el aquí y el ahora, lo invisible se convierte en visible, aquellos que ahora piensan que están anticipando un problema y su causa, y sin embargo apoyaron esa misma causa cuando se beneficiaron, deben ser vistos por lo que son: compañeros de viaje en la ideología de la planificación central que se apodera de los mercados financieros actuales. Llegan demasiado tarde.