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Libre comercio, Brexit, y la OMC

El debate que rodea al referéndum de la UE en Gran Bretaña, previsto para dentro de dos semanas, y el destino del Reino Unido fuera de la UE está ahora mismo a toda marcha. Nos sorprende que hasta ahora se haya dicho poco de importancia sobre el asunto. Cabría esperar que ambos bandos estuvieran mejor preparados con argumentos para apoyar su causa, en muchos aspectos discutidos no sólo han sido erróneos, sino que han apelado al miedo de la gente en lugar de a su inteligencia. Tanto el bando del Permanecer como el del Abandonar han fracasado a la hora de mostrar cómo mejoraría la libertad económica y política cada decisión; por el contrario, han tratado de aventajar al otro en la conservación y crecimiento del estado existente del bienestar, el complejo militar y el aparato burocrático.

Dejando aparte el decepcionante discurso democrático dentro de Reino Unido, un factor aún más irritante han sido las declaraciones las organizaciones internacionales con respecto un posible Brexit. Como sea el progreso económico hubiese sido imposible ante de la creación de instituciones europeas intergubernamentales, el FMI ha advertido repetidas veces que un voto de Abandonar “precipitaría un periodo extendido mundial que incertidumbre, llevando a una volatilidad financiera del mercado y se dio un golpe para la producción”. La última en unirse a esto es la Organización Mundial del Comercio, supuestamente una menos adecuada para mostrarse orgullosa, dado su historial. Roberto Azevedo, director general de la OMC, ha declarado que, en caso de un Brexit, no sabe «exactamente cómo van a reaccionar sus miembros [hacia Reino Unido] ni qué tipo de compromiso habría. [Las negociaciones podrían llevar] dos, tres, cuatro años. Puede llevar una década o más. Depende de las complejidades de las negociaciones y la disposición de los miembros a hacerlo rápidamente [pero] habría un vacío. Reino Unido sería el único miembro de la OMC sin una lista de sus compromisos (…) es una incertidumbre legal. No tengo una bola de cristal y el mensaje del estoy es que nadie tiene esa bola de cristal».

Azevedo tiene razón inconscientemente en dos cosas: la OMC, en sus 20 años de existencia, ha conseguido crear un barrizal de regulación de acuerdos que no sólo no ha promovido el libre comercio, sino que en realidad lo ha obstaculizado y ha aumentado la volatilidad e incertidumbre del comercio global. En segundo lugar, ninguna negociación de comercio internacional dura ahora décadas, lo que no sorprendente, dado que los tratados comerciales multilaterales no buscan la liberalización del comercio, sino la sutil introducción de un barreras adicionales ocultas a la libertad económica internacional.

No hace falta una bola de cristal para señalar que, en el caso de Reino Unido, si hay un interés sincero, los beneficios de ser miembro de la UE para el comercio podrían superarse fácilmente fuera de la Unión y fuera de cualquier otro acuerdo internacional a través de una liberalización unilateral. De hecho, no hay necesidad de acuerdos bilaterales (o de acuerdos multilaterales) entre países, ya que la eliminación de aranceles y barreras comerciales no tiene que ser recíproca para que un país obtenga los beneficios completos del libre comercio. Si el Reino Unido se encontrara fuera del mercado común de la UE y del foro de negociaciones multilaterales de la OMC, todo lo que hace falta para un acuerdo real de libre comercio (como señala Robert Ebeling) es «una breve legislación que declarara algo similar a esto: ‘El gobierno [de Reino Unido] elimina por este acto todas las barreras, restricciones y prohibiciones existentes a la importación y exportación, la compra y venta de todos los bienes y servicios libre y sin restricciones entre [Reino Unido] y todas y cada una de las naciones del mundo. El gobierno [de Reino Unido] declara que todas las formas de comercio e intercambio pacíficas y no fraudulentas son asunto de los ciudadanos de [Reino Unido] y todos y cada uno de los demás ubicados en otro país. Esta ley entrará en vigor tras su aprobación’».

Si pasara esto, lo más probable sería que importadores y exportadores de todo el mundo se relacionaran encantados con Reino Unido (como hacen actualmente con Hong Kong, que no tiene barreras a la importación). La OMC ha calificado convenientemente a la locomotora asiática como un caso ‘inusual’, pero por muy inusual que sea hoy, es uno de los de más éxito, en un mar de países socios por el contrario fuertemente proteccionistas. E incluso si otros países quisieran ejercer represalias o simplemente no actúa recíprocamente, Reino Unido seguiría estando mejor. Mises resumía esto perfectamente: «Incluso sí todos los demás países se aferrarán a la protección, todas las naciones sirven mejor a sus propios intereses por medio del libre comercio».

Es verdad que la liberalización unilateral es imposible de lograr cuando los intereses políticos son exactamente los contrarios. Como argumentaba Mises, «si la gente considera las importaciones como un daño, no se detendrán en ningún punto del camino hacia la autarquía» (1944, 250). Sin embargo, el proteccionismo florece dentro de la UE o la OMC, donde intereses políticos perjudiciales para el libre comercio no sólo encuentran confirmación de apoyo entre otros países miembros, sino también mayores palancas económicas para impulsar una mayor intervención comercial. Repito, Mises explicó que los tratados comerciales públicos se buscan solo «mientras obstaculicen el comercio es portador de otra nación y parezcan animar el propio» (Mises 1944, 250).

En otras palabras, la OMC y el mercado común de la UE equivalen a poco más que a camarillas bien organizadas de políticos proteccionistas autocalificándose como librecambistas. Sin duda, hay una vía mejor para el libre comercio fuera de ambas organizaciones.

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