[Este artículo está transcrito del podcast Libertarian Tradition episodio «William Graham Sumner»]
Fue hace 101 años, el 12 de Abril de 1990, cuando murió William Graham Summer. Había nacido cerca de 70 años antes, el 30 de Octubre de 1840, casi 30 años antes del nacimiento de otro libertario estadounidense, Albert Jay Nock, cuya carrera tiene una notable, aunque superficial, similitud con la de Sumner. Como Sumner, Nock comenzó su carrera, todavía en su veintena, como clérigo episcopaliano. Como Nock, Sumner entró en esa labor, para complacer a su familia. Pero ese trabajo encajaba mal en ambos hombres. Nock se alejó luego de un poco más de una década. Sumner ni siquiera duró 5 años.
Los dos hombres cambiaron directamente de su trabajo religioso, a la tarea en la cual fueron más conocidos: Nock, a los 40, se dedicó al periodismo en revistas, por lo cual se hizo muy famoso durante las décadas de los veinte y los treinta; Sumner, todavía en sus primeros 30, obtuvo un puesto de profesor de economía política en Yale, que mantuvo el resto de su vida.
Hoy en día ni Nock o Sumner son particularmente muy conocidos, y aquéllos que conocen a Sumner (los que no lo confunden con Charles Sumner, el abolicionista senador de Massachusetts) probablemente lo conocen como un «darwinista social». Y es irónico, porque no era tan conocido durante su vida o muchos años después. Robert C. Bannister, el historiador de Swarthmore, editó una valiosa colección de los ensayos de Sumner casi dos décadas atrás para el Liberty Fund. Así es cómo describe la situación en su prólogo a este volumen: «El ‘darwinismo social de Sumner’», escribe, «aunque enraizado en controversias durante toda su vida, recibió su más influyente expresión en el Social Darwinism in American thought de Richard Hofstadter que se publicó por primera vez en 1944.
De hecho, hay una considerable evidencia que todo el concepto de «Darwinismo social» tal y como lo conocemos hoy en día fue prácticamente inventado por Richard Hofstadter. Eric Foner, en una introducción a una nueva edición del libro de Hofstadter publicado a principios de la década de los noventa, se niega a ir tan lejos. «Hofstadter no inventó el término darwinismo social», escribe Foner, «el cual se originó en Europa en la década de 1860 y cruzó el Atlántico a comienzos del siglo XX. Pero antes de que lo escribiera, solo era usado en raras ocasiones; hizo un resumen general de un complejo de ideas de finales del siglo XIX, una parte familiar del léxico del pensamiento social». En el proceso, no solo retrató a William Graham Sumner como un «darwinista social»: también retrato a Herbert Spencer en esa manera. De hecho Richard Hofstadter parece que es el origen principal de la creencia generalizada moderna de que estos dos hombres eran «darwinistas sociales».
¿Pero lo eran? ¿Cuál es realmente este «tardío complejo de ideas del siglo XIX», como dice Eric Foner, que supuestamente indica la expresión «darwinismo social»? Tal vez lo más frustrante de hacer una pequeña de lectura general en este campo, es descubrir lo difícil que es encontrar algún tipo de definición de esa expresión («darwinismo social») especialmente si uno espera encontrar una definición sucinta y citable. Se han escrito libros enteros sobre el tema sin delimitar cuidadosa, clara y exactamente cuál es el tema. Sin embargo, en esencia, el «darwinismo social» parece ser una noción de que el éxito en el mercado demuestra la aptitud de un individuo para sobrevivir en la lucha por la existencia, de forma que tanto la legislación como la caridad privada que existen para asistir a quienes fallan en el mercado no son recomendables, ya que nuestra especie va a crecer más fuerte si se permite desaparecer a estos individuos «no aptos».
¿Alguien defendió alguna vez esta doctrina? Herbert Spencer indudablemente no lo hizo. Spencer, que nació hace 191 años, el 27 de abril de 1820, fue un entusiasta exponente de la evolución, de verdad. De hecho, escribió sobre la evolución antes de que lo hiciera Darwin. De hecho fue Herbert Spencer, no Charles Darwin, quien acuñó la expresión «supervivencia del más apto». Pero Spencer no era darwinista en absoluto. Hasta antes que Darwin comenzara a publicar, Spencer se mantuvo como un lamarckiano, discípulo de un pasado defensor de la evolución, quien creía que los organismos podían pasar a su descendencia los caracteres adquiridos. En el caso de los humanos, la opinión de Spencer era que la cultura y la educación hacían posible este proceso. Spencer era asimismo defensor de la caridad privada.
¿Fue William Graham Sumner un defensor del «darwinismo social»? Como he indicado, fue así descrito, principalmente por Richard Hofstadter y varios otros durante los últimos 60 y pico años. Robert Bannister califica a esta descripción como de «una caracterización más caricaturesca que precisa» de Sumner, sin embargo dice más adelante que «lo representa mal de una forma grave». Apunta que el breve libro de Sumner, What Social Classes owe to Each Other, que fue publicado por primera vez en 1885 cuando el autor estaba en sus primeros 40 años, «le haría ganarse una reputación como ‘líder darwinista social’ de la época dorada» aunque «no invoca ni los nombres ni la retórica de Spencer o Darwin»
Es interesante, de hecho, echar un vistazo a sus páginas y ver qué es exactamente lo que propone What Social Classes owe to each Other. A continuación aparecen algunos pasajes que creo que representan fielmente las preocupaciones y propuestas centrales del libro.
Una de esas preocupaciones era la historia de la civilización humana, particularmente su componente político. «La historia de la raza humana», escribía Sumner, «es una larga historia de los intentos de ciertas personas y clases para obtener el control del poder del Estado, para ganar gratificaciones mundanas a costa de otros». Todo esto comenzó, según Sumner, «en tiempos antiguos [cuando] bandas organizadas de ladrones (…) saqueaban a trabajadores y comerciantes,» hasta que finalmente, «encontraron esos medios de robo que consistían en obtener el control de la organización civil (el Estado) y usaron su poesía y romance como una tapadera con encanto para hacer legal el robo».
Por «organización civil», aquí Sumner parece significar cualquier organización local o tribal que provea el conjunto de servicios (defensa comunitaria, adjudicación de disputas, identificación y aprehensión de malhechores) que Albert Jay Nock llamó «gobierno». Las bandas de ladrones tomaron el gobierno local y lo transformaron en un Estado. Y, por supuesto, «desarrollaron teorías de alto bordo sobre nacionalidad, patriotismo y lealtad» para justificar estos hechos nefastos ante sus víctimas.
Desde entonces, escribía Summer, la historia humana fue «solo una repetición aburrida de una historia. Personas y clases han buscado ganar la posesión del poder del Estado para vivir lujosamente a costa de las ganancias de otros» Aún así:
la moda de la época [Sumner se refiere aquí a la década de los ochenta] es acudir a los consejos, comisiones, e inspectores del gobierno para poner bien lo que está mal. Ninguna experiencia parece arruinar la fe del público en estas agencias. Los liberales ingleses de mediados de este siglo parecían tener plena comprensión del principio de la libertad, y tener fijado y establecido favorecer la no interferencia. Sin embargo desde que llegaron poder han adaptado los viejos instrumentos y los han multiplicado ya que ellos tenían una gran cantidad de reformas a ejecutar. Parecen pensar que la interferencia es buena si son ellos los que interfieren. En este país, el partido que está en el poder siempre interfiere, y el partido que no lo está, defiende la no interferencia.
Me pareció sorprendente después de leer este pasaje recordar que Sumner está escribiendo acerca del Partido Republicano y el Partido Demócrata como eran 130 años atrás. No es de extrañar que Robert Bannister nos diga que Sumner experimentó «una desilusión con la política» ya en 1877 y había «repudiado la política como un desperdicio de tiempo» en 1880, «negándose hasta a votar» en la elección presidencial de ese año.
Summer decía que solo había «dos nociones» para elegir al tomar decisiones políticas. Una era la noción que el estado debería «regular cosas por medio de un comité de control y la otra dejar que las cosas se regulen por sí mismas por el conflicto de intereses entre hombres libres», y estas dos nociones, decía, «son diametralmente opuestas; y la primera es la corrupción de las instituciones libres, porque los hombres a los que se enseña a esperar que los inspectores del Gobierno vengan a cuidarlos pierden toda verdadera educación en libertad».
La conclusión, según Sumner, era que « si todos nos hemos equivocado durante los últimos trescientos años en apuntar a una consecución completa de libertad individual, como una condición de una felicidad general y ampliamente difundida, entonces tenemos que volver al paternalismo, la disciplina y autoridad, pero tener una combinación de libertad y dependencia es imposible». De hecho, por supuesto, Sumner no creyó por un momento que nos hayamos «equivocado durante los últimos trescientos años». Creía, por el contrario, que es una sociedad libre no es el estado el que mantiene unida a la gente. Más bien
los lazos por los cuales todos se mantienen unidos son los de la libre cooperación y el contrato. Si miramos atrás para comparar con cualquier cosa de la cual la historia humana nos da un tipo de experimento, vemos que el moderno sistema de libre industria nos ofrece a todos los seres humanos posibilidades de felicidad indescriptible muy por encima de la que hayan podido poseer las anteriores generaciones. No ofrece garantías, como las que tenían algunos, de que no sufrirían en ningún caso. Tenemos un ejemplo a mano. Los negros, una vez esclavos en Estados Unidos, tenían cuidados, medicina, y sustento asegurados; pero realizaban su trabajo y otros hombres se quedaban con su producto. Han sido liberados. Eso significa sólo esto: ahora trabajan y son dueños de su producto, y no tienen garantía de nada salvo de lo que ganan. Escapando de la subyugación han perdido derechos. Tendrán cuidados, medicina y sustento si se los ganan. ¿Alguien va a decir que el hombre negro no ha mejorado? ¿Alguien va a negar que los individuos negros pudieran parecer estar peor? ¿Alguien va a permitir que dichas observaciones lo cieguen ante el verdadero significado del cambio? Si alguien piensa que hay o tendría que haber algún lugar en la sociedad que garantice que ningún hombre sufra dificultad, que entienda que no existen dichas garantías, a menos que otros hombres les den, es decir, a menos que volvamos a la esclavitud, y hagamos que el trabajo de de un hombre lleve al bienestar de otro.
Sumner creía que si la pregunta era qué se debían unas clases sociales a otras, deberíamos encontrar la respuesta correcta centrándonos, no sólo en clases sociales pero también en los individuos. «Cada hombre y mujer en la sociedad», escribía:
tiene un gran deber. Este es cuidar de sí mismo. Es un deber social. Afortunadamente, el asunto está en que el deber de hacer lo mejor de uno mismo individualmente no es algo distinto del deber de cumplir el lugar de uno en la sociedad, pero los dos son uno, y el primero se cumple cuando se realiza el segundo. La idea común, de todos modos, parece ser que uno tiene un deber hacia la sociedad, como una cosa especial y separada, y que este deber consiste en considerar y decidir lo que el prójimo debería hacer. Ahora, el hombre que pueda hacer lo que sea para alguien aparte de sí mismo es apropiado para ser cabeza de familia; y cuando se convierte en cabeza de familia tiene deberes hacia su esposa y sus hijos, además del previo gran deber. Por eso, de nuevo cualquier hombre que pueda cuidar de si mismo y su familia está en una posición muy excepcional, si el no so encuentra en su entorno inmediato gente que necesite de su cuidado y le reclame algo personal. Ahora, si es capaz de cumplir con todo esto y cuidar de cualquiera fuera de su familia y dependientes, debe tener un exceso de energía, sabiduría y virtud moral más allá de la que necesita para sus propios asuntos. Ningún hombre la tiene, pues una familia es una carga capaz de crecer infinitamente, y ningún hombre podría satisfacer a la completa exigencia de deber que la familia pueda demandar de él. Tampoco ningún hombre puede dar a la sociedad un empleo tan ventajoso de sus servicios, cualesquiera que sean, de cualquier otro modo como dedicándolos a la familia. En esto, de todos modos, no voy a insistir. Recurro a la observación de que un hombre que proponga cuidar de otra gente tiene que primero cuidar de sí mismo y su familia, y después de eso, debe tener aún una cantidad de energía sin emplear.
Esos enérgicos hacedores del bien tendrían que atender a los potenciales inconvenientes de lo que ellos están llevando a cabo, pues, como dice Sumner:
el peligro de meterse en los asuntos de otros es doble. Primero hay un peligro que un hombre deje sin atender sus propios asuntos, y segundo está el peligro de una interferencia impertinente en los asuntos de otros. Los «amigos de la humanidad» casi siempre se lanzan hacia los dos peligros. Yo formo parte de la humanidad, y no quiero ningún amigo voluntario. Considero a la amistad como mutua, y quiero tener mi opinión acerca de ella. Supongo que otros componentes de la humanidad sienten lo mismo. Si es así, tienen que considerar como impertinente a cualquiera que asuma el papel de amigo de la humanidad. Mandar al amigo de la humanidad de vuelta a sus propios asuntos es obviamente el próximo paso.
Sin embargo nos vemos molestados constantemente, y los parlamentos están constantemente ocupados por la gente que ya tiene su idea hecha de que es sabio y los lleva a la felicidad vivir de cierta manera, y quieren convencer a todos los demás para que vivan a su manera. Alguna gente a decidido pasar su domingo de cierta manera y quiere que se apliquen leyes para hacer que otras personas pasen también el domingo de la misma manera. Algunas personas han resuelto ser abstemios, y quieren que se aplique una ley para que todos los demás sean abstemios. Algunas personas han resuelto evitar lujos, y quieren impuestos para que otros también eviten lujos. El poder fiscal es especialmente algo que pica en los dedos a los reformadores. Algunas veces hay un elemento de interés propio en la reforma propuesta, como cuando un editor quería una tasa sobre los libros, para evitar que los estadounidenses lean libros que trastornen su americanismo; y cuando los artistas quieran un impuesto sobre pinturas, para evitar que los estadounidenses compren pinturas malas.
Había otro deber que Sumner creía que los individuos en la sociedad se debían unos a otros. Y era bastante raro para un «darwinista social» como él. Pensaba que la gente se debía compasión y asistencia. «Podemos filosofar tan fría y correctamente como cuando elegimos nuestros deberes y las leyes del una vida correcta», escribió Sumner:
ninguno de nosotros vivimos lo que creemos. El hombre atrapado debajo del árbol caído tal vez fue descuidado. Todos somos descuidados. Rodeados como estamos de riesgos y peligros, que nos caen como desgracias, ningún hombre de entre nosotros está en posición de decir: «Yo conozco todas las leyes, y estoy seguro que las obedezco todas; por eso yo nunca necesitaré ayuda ni simpatía». En el mejor de los casos, uno de nosotros falla en alguna manera y otro en otra, si es que no fallamos en todo. Por lo tanto el hombre bajo el árbol es uno de nosotros que por el momento está herido. Mañana puedes ser tú, y el próximo día yo. Es la fraternidad común ante un peligro común la que nos da cierto tipo de solidaridad de interés en rescatar a aquél cuyas posibilidades de vida se acaban de volver malas. Probablemente la víctima sea la culpable. Casi siempre es así. Una lección en este sentido en medio de la crisis de su peligro estaría fuera de lugar, porque no sería apropiada ante urgencia del momento; pero sí lo sería en otro tiempo y lugar, cuando la necesidad sea prevenir la repetición de dicho accidente en otra persona. Los hombres, por lo tanto, se debe a los hombres, en los peligros y azares de esta vida, ayuda y simpatía, a la vista de la participación común en la fraternidad y locura humanas.
Sumner advirtió a sus lectores que él creía que el deber de proveer ayuda y simpatía a otros pertenece «al campo de las relaciones privadas y personales, bajo la regulación de la razón y la conciencia». No creía en la existencia de este deber justificado por ningún estado de garantías contra la dificultad.
What Classes Owe to Each Other contiene mucho más de interés para los libertarios modernos, incluyendo uno de sus mejores explicaciones sencillas y populares que encontraremos antes de la década de los cuarenta acerca de la importancia del capital para la civilización. Es un tesoro de la tradición libertaria, y lo recomiendo de todo corazón.
Tal vez Richard Hofstadter debería haberlo leído antes de llamar a William Graham Sumner un «darwinista social».
Este artículo está transcrito del podcast Libertarian Tradition episodio «William Graham Sumner (1840–1910)».