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Por qué Keynes se equivocó —y por qué es importante hoy en día

Las ideas de los economistas —tengan o no razón— son a menudo más poderosas de lo que comúnmente se entiende. Consideremos las declaraciones del presidente Trump sobre los poderes mágicos de los aranceles o el discurso de la mexicana Sheinbaum sobre la industrialización por sustitución de importaciones. Nuestros líderes —incluso cuando se creen pensadores inteligentes e independientes— a menudo son esclavos de las ideas de economistas del pasado.

Esta noción se inspira en la reflexión de John Maynard Keynes en las notas finales de su Teoría General. Durante décadas, Keynes ha sido el «amo de esclavos» de la mayoría de los líderes mundiales. Sus ideas, tanto acertadas como erróneas, han determinado la forma en que la gente entiende la economía, incluso cuando esas ideas procedían de los propios malentendidos de Keynes.

Hay mucha literatura económica, cursos de macroeconomía y de historia del pensamiento económico que se apresuran a echar por tierra las conclusiones en torno a las ideas de la Escuela Clásica de economía.

La Ley de Say es una de las principales víctimas de estas interpretaciones exprés de las ideas de los clásicos. Durante décadas, se ha enseñado a los estudiantes que los economistas clásicos creían que «la oferta crea su propia demanda». Además, se les suele decir que, según J.B. Say, el mercado siempre funciona en competencia perfecta o como lo haría en una economía de rotación uniforme. Esta supuesta ley se cita a menudo como un pilar del pensamiento económico anticuado, una afirmación que John Maynard Keynes utilizó famosamente para argumentar en contra de los principios del libre mercado en su Teoría General.

La frase «la oferta crea su propia demanda» no fue acuñada por Jean-Baptiste Say, sino por el propio Keynes, que no sólo la malinterpretó y tergiversó, sino que sentó las bases para décadas de políticas económicas que ignoraron por completo los primeros principios de la ciencia económica.

Lo que Say dijo realmente en su Tratado de Economía Política fue que la producción crea los medios para el consumo, lo que implica que la única manera de adquirir los recursos para comprar bienes es vendiendo bienes valiosos a otros. En otras palabras, que el intercambio es una calle de doble sentido: produces y/o vendes bienes valorados por otros para obtener dinero con el que comprar bienes.

Esto dista mucho de la caricatura keynesiana. Say no era tonto, comprendía que hay desajustes y que el mercado es un proceso que intenta continuamente alcanzar el equilibrio pero nunca lo consigue del todo, y que eso permite la innovación y la creación y nueva riqueza. El objetivo de Keynes era enmarcar la economía clásica como una creencia dogmática en la autorregulación para poder impulsar sus soluciones de un papel activo del gobierno en la economía.

La primera aparición conocida de esa formulación de la ley en el mundo económico fue en 1807, no en las obras de Say, sino en los escritos de James Mill. Años más tarde, su hijo, John Stuart Mill, publicó una versión de la misma en sus Principios de Economía. Ahí es donde Keynes la encontró y siguió jugando con ella hasta que la frase «la oferta crea su propia demanda» apareció en su obra por primera vez en 1933 en las notas para una conferencia que dictó. A partir de ese momento, Keynes la repitió con tanta frecuencia que se convirtió en un lugar común entre sus alumnos. Al poco tiempo, el mito había crecido tanto que Oskar Lange —otra figura destacada de las ciencias sociales— empezó a repetirlo en sus escritos como un hecho, criticando a Say por lo que Keynes afirmaba que había dicho. Por supuesto, los objetivos de Lange y Keynes coincidían —ambos abogaban por un mayor papel del gobierno en la economía.

Se preguntarán: ¿por qué desenterrar una vieja disputa académica? Porque el malentendido de la Ley de Say sigue determinando las políticas económicas actuales.

Las ideas keynesianas han dominado el pensamiento macroeconómico durante décadas, a menudo dando lugar a políticas que priorizan el gasto público como remedio para las recesiones económicas. Tomemos como ejemplo la pandemia de cólera. Los gobiernos de todo el mundo aplicaron paquetes de estímulo masivo para impulsar la demanda, pero las interrupciones de la cadena de suministro y la producción desajustada dejaron a los mercados luchando por adaptarse. Las ideas de Say nos recuerdan que la producción no es sólo un medio para satisfacer la demanda, sino lo que la hace posible en primer lugar.

Los desequilibrios del mercado eran algo ya previsto por Say. Para él, esta equivalencia del valor de la oferta y la demanda no era automática, sino que «la existencia de esta renta depende de que los productos tengan valor de cambio, lo que sólo surge del deseo que existe de esta producción en la sociedad.» Mientras los keynesianos abogan por una interpretación robotizada de los fenómenos económicos, Say comprendió el lado humano de la economía, que es el consumidor quien impulsa la economía a través del sistema de precios y que el gobierno no tiene cabida en la ecuación.

Esta mala interpretación de la ley de Say es un vicio generalizado en la comprensión de las escuelas clásicas de economía y erradicarlo es un asunto de suma importancia, lo que dijo Say es realmente claro y ya es hora de que los «espíritus animales» lo entiendan.

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Image Source: Mises Institute
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