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Inflación: más allá de los agregados

La definición convencional de inflación —como un aumento sostenido del nivel general de precios, medido mediante métricas como el Índice de Precios al Consumidor— domina el discurso económico, reduciendo el comportamiento humano a tendencias estadísticas. Los modelos neoclásicos y keynesianos enfatizan factores macroeconómicos —crecimiento de la oferta monetaria, shocks de demanda o presiones de costos— mientras ignoran en gran medida las acciones intencionales de los individuos. Incluso los economistas austriacos, a pesar de su compromiso praxeológico con la acción humana, como lo expresó Mises, a menudo permanecen atados a términos de mercado como «inflación de precios» o «expansión monetaria» al criticar las perspectivas dominantes. Este enfoque —quizás una consecuencia de abordar los argumentos neoclásicos— corre el riesgo de diluir la idea de que los fenómenos económicos se derivan de decisiones humanas intencionales.

Acción humana (1949) de Ludwig von Mises establece la economía como el estudio del comportamiento intencional: individuos que actúan para alcanzar sus fines subjetivos. A diferencia de los modelos agregados que priorizan resultados estadísticos, como los índices de precios, la praxeología se centra en las intenciones que subyacen a las decisiones. Para replantear la inflación, debemos partir de este principio: lo que llamamos «inflación» no es simplemente un fenómeno de mercado, sino una manifestación de acciones humanas deliberadas, en particular aquellas que alteran las condiciones en las que los individuos comercian. Este cambio nos aleja de las métricas impersonales y nos acerca a las motivaciones que impulsan las interacciones económicas.

En un marco praxeológico, los mercados funcionan mediante intercambios voluntarios donde los individuos persiguen sus objetivos basándose en valoraciones subjetivas. Los precios surgen orgánicamente como señales de estas preferencias, facilitando la coordinación sin coerción. Lo que llamamos «inflación» a menudo refleja acciones que distorsionan este proceso: intervenciones deliberadas que distorsionan los términos de intercambio.

En un marco praxeológico, el dinero facilita el intercambio voluntario al transmitir valoraciones subjetivas, una función que depende de la confianza en su estabilidad. La manipulación deliberada —como la expansión de la oferta monetaria— introduce distorsiones que minan esta confianza, aunque no de forma instantánea. Los actores responden recalibrando sus expectativas y comportamientos, intentando sortear los términos de intercambio sesgados. La inflación refleja este proceso más profundo de interferencia monetaria, mientras que las métricas agregadas captan solo sus manifestaciones superficiales —variaciones de precios y desequilibrios económicos—, ocultando la progresiva erosión de la confianza en la integridad del dinero, que, de no abordarse, corre el riesgo de culminar en su abandono como medio de intercambio.

Las acciones monetarias como artificio

La praxeología, tal como la articuló Mises, postula que los fenómenos económicos surgen de la acción humana intencionada, dirigida a alcanzar fines subjetivos. La manipulación monetaria ejemplifica dicha acción mediante intervenciones deliberadas que distorsionan la función del dinero como medio de intercambio. Estas incluyen prácticas históricas como el recorte de monedas, en el que los actores raspaban metales preciosos para crear más moneda, y la falsificación, en la que los individuos producen dinero ilícitamente para obtener poder adquisitivo no ganado, así como las políticas modernas de la autoridad central, como la expansión de la oferta monetaria para influir en las condiciones económicas. Cada una representa un acto intencional para alterar los términos del comercio voluntario, socavando la coordinación espontánea de los intercambios de mercado y sentando las bases para las distorsiones asociadas con la inflación.

El intercambio voluntario se basa en el dinero como medio que transmite valoraciones subjetivas, lo que permite a los actores coordinar sus planes sin coerción. Las manipulaciones monetarias deliberadas —ya sea mediante el recorte de monedas, la falsificación o políticas de la autoridad central, como la expansión de la oferta monetaria— perturban este proceso al alterar el valor del dinero de maneras que no son mutuamente consentidas por las partes. Estas acciones distorsionan las señales de precios, distorsionando la escasez relativa y las preferencias que guían las decisiones económicas. Como resultado, lo que parece actividad de mercado no refleja las intenciones genuinas de los participantes, sino las distorsiones impuestas por los manipuladores, erosionando los cimientos del orden espontáneo, fundamental para la concepción del mercado de Mises.

La desalineación de la coordinación económica causada por manipulaciones monetarias —como el recorte de monedas, la falsificación o la expansión de la oferta monetaria de los bancos centrales— se deriva de precios que ya no reflejan las verdaderas preferencias y las condiciones de escasez del intercambio voluntario. A medida que los actores se basan en estas señales distorsionadas para tomar decisiones, se enfrentan a consecuencias —pérdidas imprevistas, ganancias desiguales o mala asignación de recursos— que traicionan sus expectativas de un comercio justo. Esta discrepancia fomenta una creciente desconfianza en la fiabilidad del dinero como medio de intercambio, lo que lleva a las personas a cuestionar la validez de las interacciones del mercado y a ajustar su comportamiento de maneras que desestabilizan aún más el orden económico, como la búsqueda de depósitos de valor alternativos o la reducción de la participación en el comercio.

Los aumentos deliberados de la oferta monetaria por parte de las autoridades centrales generan tasas de interés artificialmente bajas, que se apartan de una estructura de producción que refleja el ahorro genuino y las preferencias de inversión. Estas tasas inducen a error a los actores sobre la disponibilidad de capital, lo que permite que negocios, de otro modo inviables, persistan más tiempo del que las condiciones del mercado permitirían. Esta prolongación artificial distorsiona la alineación temporal de la producción y el consumo, desviando recursos hacia proyectos que no se ajustan a la coordinación económica sostenible y sembrando las semillas para una corrección inevitable cuando la divergencia se vuelva insostenible.

Consecuencias sociales de la interferencia monetaria

Las manipulaciones monetarias deliberadas extienden su impacto más allá de las asignaciones económicas desproporcionadas, erosionando la confianza social que sustenta la acción humana cooperativa. A medida que las personas experimentan los efectos de la inflación —aumento de precios, disminución del poder adquisitivo o transferencias de riqueza no ganada mediante el efecto Cantillon—, comienzan a percibir las interacciones económicas como cada vez más injustas, lo que fomenta el escepticismo no solo hacia la fiabilidad del dinero, sino también hacia las instituciones y los vínculos sociales que facilitan el comercio. Esta erosión de la confianza genera comportamientos defensivos —ahorro, especulación o retirada del mercado— que fragmentan la cooperación comunitaria y debilitan el tejido social esencial para una armonía económica e interpersonal sostenida.

Quienes lidian con los efectos de la inflación a menudo sienten que están jugando un juego donde cada movimiento resulta en pérdidas: los ahorros se erosionan, los costos aumentan y las ganancias parecen eternamente inalcanzables, sin reconocer las fuerzas invisibles que inclinan la balanza. Esta frustración implacable, nacida de la experiencia de rendimientos decrecientes a pesar del esfuerzo sincero, cultiva un impulso social de reescribir las reglas, fomentando ideales igualitarios como medio para nivelar el campo de juego. Sin ser conscientes de cómo el juego está amañado, las personas recurren a nociones de «justicia» y «resultados compartidos», buscando reestructurar los acuerdos sociales para mitigar la persistente sensación de derrota que impregna su vida cotidiana.

El giro hacia el igualitarismo, impulsado por la incesante sensación de pérdida en un juego desigual, transforma la percepción social de la justicia, a medida que los individuos aspiran colectivamente a un sistema donde los resultados se alinean más con el esfuerzo que con las ventajas invisibles. Este cambio trasciende la mera frustración y se transforma en una convicción compartida de que la justicia exige una igualación de recompensas y cargas, a menudo expresada mediante demandas de supervisión o redistribución comunitaria. A medida que las personas lidian con las fuerzas opacas que erosionan su estabilidad, redefinen la justicia —no como mérito individual, sino como equilibrio colectivo—, alterando así el panorama moral que rige sus interacciones e instituciones.

Conclusión

Replantear la inflación desde la perspectiva de Mises, basada en Acción humana intencional, la revela como algo más que un artefacto estadístico o una distorsión económica: emerge como una profunda fuerza social, arraigada en actos de duplicidad que se extienden más allá de los mercados y se extienden a la esencia de la vida humana. Desde el recorte histórico de monedas hasta las expansiones modernas de la oferta monetaria, estos actos perturban el intercambio voluntario, desorganizan la coordinación y generan pérdidas persistentes que erosionan la confianza y la cooperación, impulsando en última instancia aspiraciones igualitarias y un renovado sentido de justicia. Este análisis subraya que la verdadera importancia de la inflación no reside en las medidas agregadas, sino en su capacidad para transformar las percepciones, las relaciones y los marcos morales humanos, destacando la primacía de la intención y sus consecuencias en la evolución económica y social.

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