El marxismo cultural disfrutó de una victoria la pasada semana cuando el presidente de la Universidad de Missouri, Tim Wolfe, dimitió después de que miembros del equipo de fútbol americano de los Missouri Tigers se unieran a un movimiento estudiantil reclamando su dimisión. Aunque apoyo completamente los derechos de estos jugadores a utilizar su capacidad deportiva para defender una causa (igual que apoyaría a su universidad si decidiera quitarles su beca), lo que importa es la lista real de demandas compartidas por la causa a la que se unieron.
La prioridad principal del movimiento #ConcernedStudent1950 no era la dimisión del presidente de la Universidad de Missouri, Tim Wolfe, sino que “debe reconocer su privilegio como hombre blanco”. Aunque tengo poca simpatía por el Mr. Wolfe (estoy de acuerdo con Lew Rockwell cuando dice: “Prácticamente todos los administradores universitarios merecen lo que les espera, especialmente porque lo han promovido”), los miembros de #ConcernedStudent1950 harían bien en entender que el pecado de Mr. Wolfe no fue el color de su piel o su género, sino su postura con respecto al estado.
Después de todo, como presidente del sistema universitario del estado de Missouri, Tim Wolfe fue cómplice en el fraude sistemático de la academia moderna. Se benefició personalmente de las decenas de miles de dólares que gastaron los estudiantes en estas instituciones estatales a cambio de títulos cada vez menos valiosos y adoctrinamiento izquierdista. Las erratas y errores gramaticales habituales en la que pasa por ser la cuenta oficial de Twitter de #ConcernedStudent1950 ofrece una divertida evidencia de lo mal que se atiende a los alumnos en las universidades actuales.
Pero para investigar esto con más detalle, veamos primero cómo define la izquierda el concepto de “privilegio”.
Según el sitio web de la White Privilege Conference, “El privilegio existe cuando un grupo tiene algo de valor que se niega a otros simplemente debido al grupo al que pertenece, en lugar de debido a algo que han hecho o dejado de hacer”. Bajo esta definición, está claro que no hay mayor privilegio que el otorgado por el estado.
Ejemplos de esto hay en abundancia y amplitud. Desde el no perseguir a policías cuando su negligencia criminal lleva a la muerte de un hombre, a la inmunidad concedida a la EPA por su contaminación del río Animas, al papel del gobierno de EEUU a la hora de armar grupos terroristas, los cargos públicos caen habitualmente en comportamientos que llevarían tras las rejas a cualquiera sin una insignia.
Aunque es verdad que a lo largo de la mayor parte de la historia de Estados Unidos los hombres blancos heterosexuales han disfrutado de los beneficios del poder, el poder del privilegio estatal ha demostrado superar cualquier otro factor. Consideremos un hombre negro que es habitualmente responsable de la muerte de hombre mujeres y niños inocentes, como su predecesor, y nunca afronta un castigo por sus acciones. O que un poderoso congresista gay consiga evitar las acusaciones de un burdel que estaba funcionando desde su casa. O que Hillary Clinton esté presentándose a la presidencia.
Por supuesto, estas son ventajas del poder que van más allá de una carta de “Queda libre de la cárcel”. Ya sean caras vacaciones (financiadas por los contribuyentes) u oficinas (pagadas por los contribuyentes) tras la jubilación o simplemente un nepotismo desvergonzado, el privilegio estatal es la forma más fácil de convertirse en una “persona asquerosamente rica”.
Es también absurdo un argumento histórico para la culpabilidad blanca colectiva. Después de todo, la malvada institución de la esclavitud existió en todo el mundo, independientemente del color de la piel. Aunque es desgraciadamente cierto que blancos estadounidenses lucharon para proteger la existencia de la esclavitud en Estados Unidos, también es verdad que el movimiento abolicionista en este país fue fundado por cuáqueros blancos. La esclavitud duró lo que duró, no debido a una cuerdo extendido racial entre blancos, sino debido a los designios de los que estaban en el gobierno federal. Aun así todavía tenemos el intento “académico” progresista de explicar a los descendientes de los inmigrantes irlandeses los privilegios disfrutados por sus antepasados. No puedo sino preguntarme si algún miembro de #ConcernedStudent1950 piensa que Michelle Obama lo ha pasado peor en el mundo actual que una esposa blanca de un minero de carbón en Virginia Occidental.
Por desgracia, el énfasis en el color de la piel, el género, la sexualidad y otros factores biológicos en lugar del poder gubernamental es intencionado. El interés de quienes gritan “privilegio blanco” raramente trata sobre injusticia social y casi siempre sobre censura y poder. La izquierda progresista sabe que su mejor manera de avanzar en su programa es la demonización y la división y han tenido mucho éxito en este aspecto. Por eso vemos a Thomas Jefferson olvidado en las escuelas públicas por ser un esclavista racista, mientras vemos a FDR defendido con un gran hombre en la historia.
Ludwig von Mises entendía que la obsesión superficial con la raza olvida peligrosamente la importancia fundamental de las ideas. Por eso escribía que “no es la humanidad, el estado o la unidad corporativa la que actúa, sino hombres individuales y grupos de hombres y sus valoraciones y sus acciones son decisivas, no las de esos colectivos abstractos”. La idea de que al judío Mises se le pidiera que verificara su propio “privilegio blanco” debería ser evidentemente absurda considerando que tuvo que abandonar su hogar debido a arios obsesionados con una ideología que le veía como racialmente inferior.
Quizá la mayor tragedia de las tácticas exitosas de la izquierda de dividir y conquistar sean las devastadoras consecuencias que ha tenido en las mismas comunidades progresistas a las que afirma querer ayudar. Thomas Sowell ha documentado brillantemente las penalidades humanas del estado progresista. Independientemente de sus verdaderas intenciones, los que defienden una mayor intervención del estado en nuestras vidas estimulan activamente la mayor amenaza para la armonía social en el mundo actual.
Ahora que Peter Klein ha abandonado la Universidad de Missouri para irse a Baylor, no me afectará mucho si #ConcernedStudents1950 consiguen quemar la Universidad de Missouri hasta sus cimientos, pero hacerlo no mejorará sus vidas.
Un mañana más brillante solo llegará cuando la gente se dé cuenta de que no importa tu raza, etnia, género, sexualidad o religión: el estado es la peor amenaza para todos los que no disfrutan de su privilegio.
Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe.