Cuando un gobierno impone aranceles, la intención declarada es simple: proteger la industria nacional, apoyar el empleo local y reforzar la resistencia económica nacional. Sin embargo, desde la perspectiva de la economía austriaca, y en concreto de las ideas de Ludwig von Mises y Frédéric Bastiat, los aranceles rara vez logran sus objetivos declarados. Por el contrario, generan costes invisibles pero profundos, perturbaciones ocultas y dislocaciones económicas masivas debido a la heterogeneidad y especificidad inherentes de los bienes de capital implicados.
Charles Johnson, presidente y director general de la Asociación del Aluminio, dio recientemente ejemplos esclarecedores de la industria del aluminio que ejemplifican precisamente estas ideas. Johnson señaló la drástica disminución de las instalaciones de fundición de aluminio en EEUU —de 30 fundiciones hace unas décadas a solo cuatro en la actualidad. Los aranceles, argumenta la administración Trump, incentivarán la deslocalización de la producción de aluminio. Pero las ideas de Johnson ilustran vívidamente por qué los aranceles no sólo no logran su objetivo previsto, sino que a menudo exacerban los problemas subyacentes.
El capital es intrínsecamente heterogéneo
La piedra angular de la teoría austriaca del capital es que el capital es heterogéneo, muy específico y adaptado a tareas concretas. A diferencia de las mercancías intercambiables, los bienes de capital especializados están diseñados explícitamente para procesos de producción concretos. Las fundiciones de aluminio son un buen ejemplo. Estas instalaciones no son fábricas genéricas; son operaciones especializadas diseñadas específicamente en torno a procesos de producción de aluminio. Una fundición no puede pivotar rápidamente para producir diferentes metales, aleaciones o productos.
Johnson destaca que la construcción de una nueva fundición de aluminio primario lleva al menos entre 8 y 10 años. Estos plazos tan largos incluyen la obtención de permisos, la construcción y la puesta en marcha operativa, todo lo cual exige enormes inversiones de capital inicial. Más allá de los elevados costes iniciales, las fundiciones también requieren compromisos a largo plazo del sector energético —a menudo de 25 a 30 años— para garantizar un suministro de energía amplio e ininterrumpido, crucial para la fundición del aluminio. La fundición de aluminio es especialmente intensiva en energía, ya que consume unas seis veces más electricidad que incluso sectores con gran volumen de datos, como los centros de datos de IA.
No se trata sólo de «equipos», sino también de estructuras de capital interconectadas: infraestructuras energéticas, líneas de transmisión, ferrocarriles, puertos y redes logísticas especializadas. Los suministros energéticos, como las presas hidroeléctricas o las centrales eléctricas, están ligados a ubicaciones geográficas concretas. No pueden simplemente trasladarse sin enormes costes y trastornos. Las líneas de transmisión que conectan las fuentes de energía con las fundiciones son igualmente inmóviles y representan enormes inversiones especializadas que no pueden trasladarse o reproducirse fácilmente.
Además, las propias materias primas subrayan aún más este punto. No todo el mineral de aluminio (bauxita) es igual. Los yacimientos difieren en concentración de metal, facilidad de extracción e incluso composición molecular e isotópica, factores todos ellos que determinan el coste y el proceso de extracción. Las regiones industriales históricas —el Ruhr en Alemania, el Donbas en Ucrania, Pensilvania y Ohio en los EEUU— se desarrollaron precisamente por su proximidad a tipos específicos de mineral y a la infraestructura de apoyo adecuada, incluidos los depósitos de carbón necesarios para la fundición de acero. Del mismo modo, la producción de aluminio se beneficia de ventajas geográficas específicas y de cadenas de suministro integradas, especialmente en Canadá, donde las abundantes fuentes de energía hidroeléctrica ofrecen una energía asequible y estable, esencial para la fundición.
Johnson subraya la importancia del aluminio canadiense para la economía americana. Un puesto de trabajo en la fundición de aluminio canadiense, señala, sustenta aproximadamente 13 puestos de trabajo en la industria manufacturera americana. Así pues, la interrupción de las importaciones de aluminio de Canadá no sólo amenaza con elevar los precios internos, sino también con la pérdida de puestos de trabajo en industrias en los EEUU es como la automovilística, la aeroespacial, la de la construcción y la de bienes de consumo.
El concepto de intervención económica de Mises es claro en este caso: las intervenciones rara vez logran sus objetivos previstos sin generar consecuencias imprevistas. Los aranceles, aunque crean una «protección» visible a corto plazo (lo que se ve), introducen enormes costos ocultos (lo que no se ve), como retrasos prolongados en la producción, interrupción de las cadenas de suministro, mala asignación de recursos y pérdida de competitividad. Los aranceles desvían artificialmente recursos de usos más productivos, bloqueando el capital en ciclos de inversión prolongados e inciertos.
El principio de Bastiat de «lo que se ve frente a lo que no se ve» ilumina este escenario. Los responsables políticos podrían ver fácilmente los beneficios inmediatos y tangibles de los aranceles: los productores nacionales de aluminio parecen protegidos, podrían producirse algunos anuncios de empleo y los titulares podrían proclamar patriotismo económico. Sin embargo, las consecuencias invisibles —perturbaciones masivas, ineficiencias a largo plazo y una mala asignación del capital profundamente arraigada— son mucho mayores. Estos costos invisibles pueden propagarse por la economía durante décadas, superando con creces los beneficios a corto plazo.
Desde la perspectiva de la economía austriaca, la cuestión pasa a ser la del costo de oportunidad. ¿Desviar capital para construir nuevas y costosas fundiciones, reconfigurar las cadenas de suministro energético y replicar infraestructuras ya proporcionadas eficientemente por redes norteamericanas integradas es realmente el mejor uso de los escasos recursos americanos? ¿O es mejor asignar este capital a industrias e innovaciones en las que los recursos pueden desplegarse con mayor flexibilidad y rapidez?
Al final, la historia de los aranceles sobre el aluminio demuestra una verdad fundamental: todo el capital es heterogéneo, y esta heterogeneidad impone severas limitaciones a las intervenciones diseñadas para remodelar artificialmente los procesos de producción. Tales intervenciones son intrínsecamente costosas, perturbadoras —y rara vez logran los objetivos previstos, a menudo con resultados directamente opuestos a los buscados por los responsables políticos. Los aranceles, en lugar de fortalecer la producción nacional, pueden debilitarla inadvertidamente, cargando a la economía con costes ocultos durante décadas en el futuro.
Los responsables políticos harían bien en prestar atención a las advertencias de Johnson y a las lecciones intemporales de la economía austriaca. La fortaleza y la resistencia de la economía provienen de permitir que el capital heterogéneo fluya de forma natural hacia sus usos más productivos, no de reasignaciones forzadas a través de aranceles que alteran estructuras económicas bien afinadas.