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Confianza, corrupción y los fundamentos culturales del capitalismo

Los economistas promueven el capitalismo de libre mercado como el sistema más ventajoso para el desarrollo humano. A pesar de la popularidad de su retórica, el capitalismo sigue siendo un término irrisorio en el mundo en desarrollo. El trasplante de instituciones pro mercado a los países en desarrollo no ha logrado generar un apoyo generalizado al capitalismo. Para que el capitalismo funcione en el mundo en desarrollo debe contar con la ayuda de la infraestructura cultural adecuada.

Un obstáculo para el crecimiento del capitalismo en el mundo en desarrollo es la escasez de confianza. La confianza facilita los negocios al reducir los costes de las transacciones. Cuando los empresarios confían entre sí, es probable que colaboren y cosechen los frutos de la innovación. En un entorno de confianza, los empresarios llegan a acuerdos lucrativos antes de firmar un contrato, sabiendo que ambas partes cumplirán el acuerdo. Por ejemplo, Macauley (1963) sostiene que los empresarios rara vez dependen del cumplimiento legal para resolver conflictos y, en muchos casos, ni siquiera crean contratos que estipulen condiciones con los clientes.

Las instituciones que protegen los derechos de propiedad son débiles o inexistentes en los países en desarrollo. La deficiencia de estas instituciones limita la capacidad de crear riqueza y hace que la gente piense que la formación de riqueza es un juego de suma cero. Por ello, los habitantes de los países en desarrollo tienden a creer que los empresarios obtienen su éxito explotando a otras personas. Por tanto, los habitantes del mundo en desarrollo confunden el capitalismo con la búsqueda de rentas. De ahí que la creación de instituciones occidentales en los países en desarrollo sin cambiar la concepción popular del capitalismo sea poco probable que dé resultados prometedores.

Por ejemplo, según Graafland (2019) las instituciones de libre mercado fomentan el desarrollo sólo en los países de alta confianza, no en las sociedades de baja confianza. Las instituciones de mercado proporcionan las herramientas para la cooperación, pero cuando las personas son escépticas entre sí, pueden no estar dispuestas a cooperar. Un ejemplo es la negativa de los investigadores a solicitar subvenciones porque suponen que la fundación puede apropiarse ilícitamente de sus ideas. Si no se deposita la confianza en las instituciones, éstas serán ineficaces.

Está claro que la reforma cultural es crucial para la receptividad hacia el capitalismo en el mundo en desarrollo, como observa Graafland:

Los países con alta libertad económica y baja confianza deberían prestar más atención al desarrollo de las virtudes en la vida empresarial. Si los individuos están intrínsecamente motivados para preocuparse por el bienestar de los demás, están menos inclinados a aprovechar las oportunidades para romper acuerdos y beneficiarse económicamente. Si los responsables políticos liberalizan su economía en una situación de baja confianza, surgen desajustes institucionales. El marco formal mejorado no generará entonces los beneficios económicos que la gente espera de ellos, ya que la falta de valores culturales podría obstaculizar las acciones empresariales. La virtuosidad de los actores económicos es, por tanto, una condición importante para la aceptación social del libre mercado. Si no se puede confiar en las empresas, la sociedad espera que las operaciones de libre mercado produzcan más externalidades negativas y el apoyo a las operaciones de libre mercado disminuye. Si los ciudadanos llegan a esperar mayores riesgos y costes porque las empresas desarrollan prácticas desleales abusando de la asimetría de la información, los ciudadanos apoyarán una mayor regulación gubernamental.

Del mismo modo, la política, al igual que la cultura, puede impedir la aceptación del capitalismo en los países en desarrollo. Rafael Di Tella y Robert MacCulloch, en su artículo «¿Por qué no llega el capitalismo a los países pobres?», afirman que los gobiernos de los países pobres «tienen una retórica más izquierdista que los de los países de la OCDE». Afirman que una posible explicación de este hecho es que «la corrupción, más extendida en los países pobres, reduce más el atractivo electoral del capitalismo que el del socialismo».

Debido a la prevalencia de la corrupción en los países en desarrollo, los ciudadanos están motivados para abogar por la intervención del gobierno como estrategia para frenar las actividades corruptas. Invariablemente, la corrupción rampante afecta negativamente a la percepción del capitalismo y socava la confianza en las instituciones del mercado. Utilizando métodos estadísticos, Di Tella y MacCulloch demuestran empíricamente que existe una correlación negativa entre el nivel agregado de corrupción de un país y la orientación hacia la derecha del gobierno en años posteriores.

También sostienen que la percepción de la corrupción influye en la demanda de intervención del gobierno:

Demostramos que las personas que piensan que la corrupción entre los funcionarios públicos está extendida en el país tienden a declararse a la izquierda del espectro político.... Dividimos la ideología en atributos económicos y no económicos, y documentamos su correlación con las percepciones de la corrupción. Las personas que perciben que la corrupción está muy extendida también tienden a pensar que el gobierno está haciendo muy poco para luchar contra la pobreza o a pensar que el gobierno debería dirigir las empresas.

Exportar el capitalismo a los países en desarrollo sin pretender reformar el clima político y cultural es un ejercicio inútil. Cuando los expertos intentan reproducir las instituciones occidentales en el mundo en desarrollo ignorando la primacía de los valores culturales, sólo consiguen generar desprecio por el capitalismo. De hecho, el capitalismo puede llegar a los países en desarrollo, si superan los obstáculos culturales.

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Image Source: Getty
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