Mises Wire

Los daños duraderos y de gran alcance causados por este precedente autoritario superan con creces los causados por el virus COVID-19. El pueblo estadounidense debe decidir por sí mismo cómo y cuándo reabrir la sociedad y volver a su vida cotidiana.

No importa cuál sea la situación, nadie tiene derecho a obligar a alguien a actuar en beneficio de otro, y eso incluye cuarentenas forzadas, cierres de negocios y expropiaciones de equipos médicos en nombre de la «salud pública».

Estamos a punto de entrar en una desaceleración de la producción —un colapso, en realidad— no porque algunas empresas calcularon mal sus inversiones, sino porque el gobierno intervino drásticamente y sin aviso para cerrar todas las empresas.

Cuanto menos ágil y adaptable es una sociedad, más severa es su impotencia en una crisis. Gracias a una obsesiva dependencia de la política monetaria para solucionar todos los problemas, nuestra sociedad ha abandonado cada vez más la innovación y la productividad.

Como con la actual política de la Reserva Federal, habría tanto ganadores como perdedores si la Reserva Federal no hiciera nada. De cualquier manera, habrá dolor, pero sin la Reserva Federal realmente construiríamos los cimientos de un sistema económico más sólido y duradero.

Los diversos niveles del gobierno de Canadá han respondido a la pandemia del coronavirus. Sus desacertadas soluciones son infligir dificultades económicas y retirar las libertades civiles. Cuanto más tiempo persistan estas políticas autoritarias, mayor será el riesgo para el tejido social.

Muchos economistas hoy en día piensan que es malo que las empresas reduzcan los costos para aumentar los beneficios. Pero esto es algo bueno que limita el gasto derrochador mientras prepara el terreno para más inversiones en otros lugares.

Las instituciones gubernamentales, incluidos los bancos centrales, han sido responsables durante mucho tiempo del aumento del coste de la vida. Pero la carga a menudo recae más en aquellos que recién comienzan su vida adulta.

Los griegos no han ahorrado o producido lo suficiente para justificar su alto nivel de vida en comparación con otros países del mundo. Esta es una frágil economía de burbuja hecha posible por los banqueros centrales europeos.

A David Gordon no le convencen los argumentos habituales que afirman que los propietarios deben ser obligados a vender su propiedad por un «precio de mercado» arbitrariamente determinado.