¿En los próximos años van a continuar Estados Unidos y al mundo cabalgando una ola de crecimiento económico, mejoras en los niveles de vida, un desempleo menor y a la baja y cambios tecnológicos que continúen aumentando la calidad y variedad de la vida? ¿O esto resultará ser, al menos parcialmente, un auge económico artificial, que acabará con otro declive económico y financiero? Leer las hojas del té económico no es nunca una tarea fácil. Pero la teoría “austriaca” del ciclo económico ofrece una guía para ver mejor a través de las confusiones y complejidades de lo que puede depararnos el futuro.
Hace noventa años, en 1928, el famoso economista austriaco Ludwig von Mises publicó un libro titulado Estabilización monetaria y política del ciclo. Pretendía ser una reedición parcial y extensión de su trabajo anterior, La teoría del dinero y del crédito, que apareció por primera vez en 1912 y en una edición revisada en 1924.
Por supuesto, han pasado muchas cosas a lo largo de las últimas nueve décadas: la Gran Depresión, la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría, el fin de la Unión Soviética, montañas rusas de infracciones y recesiones, el reemplazo del oro por papel moneda prácticamente en todos los lugares del mundo, el enorme crecimiento del estado intervencionista y del bienestar y la era de la deuda pública masiva, alimentada por un gasto en déficit aparentemente perpetuo para cubrir los costes de la generosidad política en una época de politiqueo omnipresente de los intereses especiales.
Aun así, las leyes de la economía no se han modificado. Por tanto, causas similares siguen produciendo efectos similares. Las leyes de salarios mínimos siguen expulsando del mercado laboral a algunos trabajadores cuyo valor añadido para el empresario es menor a lo que el gobierno dicta que debe pagar. Los controles de rentas y las leyes urbanísticas restrictivas crean escaseces de vivienda cuando el gobierno interfiere en los precios basados en el mercado del alquiler y limita los aumentos en las ofertas de vivienda ante una demanda creciente.
El análisis monetario y del ciclo económico de Mises sigue siendo hoy relevante
Lo mismo pasa en el área del dinero y la banca (la intermediación financiera entre ahorradores y prestatarios). Cuando Mises publica Estabilización monetaria y política del ciclo en 1928, la mayoría de los grandes países del mundo se mantenían en alguna versión del patrón oro. Pero el mundo estaba todavía recuperándose de las catástrofes políticas, económicas, sociales y monetarias de la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Y el mundo estaba cerca de lo que pronto iba a ser el inicio de la Gran Depresión en 1929-1930.
Entonces, como ahora, muchos gobiernos estaban ocupados manipulando la oferta de dinero y crédito e influyendo en los tipos de interés de los mercados financieros. Los objetivos particulares de los gobiernos y sus bancos centrales puede que fueran algo distintos hace noventa años. Pero seguían la misma lógica que hoy: planificación monetaria centralizada bajo la justificación de tratar de gestionar la economía en su conjunto.
En 1928 solo habían pasado diez años desde el final de la Primera Guerra Mundial y Mises recordaba a sus lectores que antes de 1914 las principales naciones del mundo, especialmente en Europa y Norteamérica, tenían sistemas monetarios basados en un patrón oro. En realidad, eran patrones oro gestionados por el gobierno a través de bancos centrales nacionales, pero aun así había frenos importantes a la capacidad de aumento arbitrario y drástico en la cantidad de moneda que estas autoridades monetarias nacionales podrían inyectar en sus respectivas economías. En un grado notable, destacaba Mises, se había apartado la mano del gobierno de la palanca de la imprenta monetaria, sobre una base diaria. Seguía habiendo maneras en las que el gobierno podía influir en el sistema monetario y el valor del dinero. Pero eran más indirectas y estaban menos abiertas a una manipulación constante para propósitos políticos y similares.
Tras la locura monetaria durante e inmediatamente después de la Primera Guerra Mundial, cuando algunos países sufrieron hiperinflaciones masivas y ampliamente destructivas (como en Alemania y en la Austria de la que era natural Mises), había habido intentos titubeantes y parciales de volver a versiones del patrón oro. (Ver mis artículos “War, Big Government, and Lost Freedoms” y “Lessons from the Great Austrian Inflation”).
Estabilización del nivel de precios frente a valor cambiante del dinero
En la década de 1920, el objetivo de la política monetaria pública, especialmente en Estados Unidos, pasó a ser la estabilización del nivel de precios. Los economistas estadounidenses, especialmente uno de los principales del país en ese momento, Irving Fisher, argumentaban que los bancos centrales deberían gestionar la creación del dinero y el crédito para impedir tanto un aumento como una caída en el nivel general de los precios. Esto requeriría inyecciones de mayores cantidades de dinero en la economía cuando se midiera un índice general de precios y este tendiera a disminuir y retirada de dinero de la economía cuando ese índice de precios tendiera a aumentar.
La respuesta crítica de Mises era doble. Primero, señalaba que todos los índices generales de precios eran ficciones estadísticas sin ninguna validez o precisión científica. El dinero es el medio de intercambio más ampliamente usado y generalmente aceptado. Facilita un intercambio sencillo y barato de bienes y servicios entre multitud de transactores en el mercado.
Pero el dinero no tiene un precio o tipo de cambio únicos en el mercado, al contrario que otros bienes. En una economía que usa dinero, se convierte en práctica y patrón para todos intercambiar primero por una suma de dinero el bien o servicio que están especializados en ofrecer en el mercado: dos dólares por una caja de cereales de desayuno; veinticinco dólares por una comida en un restaurante; setenta y cinco dólares por un par de vaqueros; cuatrocientos dólares por unas gafas de sol graduadas, etc. Así, todo bien ofrecido en el mercado tiende, competitivamente, a tener un precio de mercado en cualquier momento del tiempo: su precio monetario.
Las personas usan los ingresos monetarios obtenidos como productores y vendedores en el mercado para luego volver a él y gastar dichos dólares como consumidores, comprando ahora a los precios existentes de mercado los bienes y servicios que les ofrecen comprar los demás participantes en este.
Pero el dinero en el mercado, al contrario que todos estos otros bienes, no tiene un precio único. Posee tantos precios diversos como esa diversidad y multitud de otros bienes individuales con los que se intercambia. Por tanto, el valor general o poder adquisitivo del dinero se representa en la serie o matriz o estructura de los precios monetarios relativos y no por ningún precio.
Las ficciones de un índice de precios
Durante muchas décadas en el siglo XIX, los historiadores económicos y estadísticos habían trabajado dura y diligentemente para idear distintas maneras de construir “cifras índice” como una medición porcentual del valor general del dinero y sus cambios. Pero Mises se había hecho famoso como crítico de todos esos intentos de medir el valor del dinero a través del uso de índices. Señalaba los límites y ambigüedades en la construcción de una hipotética “cesta” de bienes cuyo valor o coste tenía que seguirse a lo largo del tiempo:
- Tenía que decidirse qué bienes iban a considerarse “representativos” de las compras de un consumidor medio y colocarlos en esta cesta imaginaria, cuando en realidad hay tantos patrones de compra para distintos bienes y combinaciones de bienes como personas tomando decisiones de gasto en el mercado.
- Tenía que tomarse una decisión con respecto al “peso” a asignar a cada uno de los bienes en la cesta imaginaria, es decir, a las cantidades relativas de lo que se presumía que se consumiría por periodo de tiempo para poder seguir los costes de la compra de la cesta, cuando en realidad estas cantidades relativas pueden variar ampliamente, basándose en los gustos y preferencias de cada persona y su capacidad de pago.
- Tiene que suponerse que, a pesar de los constantes cambios en el mundo real en las ofertas y demandas del mercado que pueden influir en la voluntad o capacidad o interés de una persona en comprar distintas cantidades o tipos de bienes de esta cesta, estos patrones de compra representativos del consumidor permanecen iguales a lo largo del tiempo.
- Tiene que suponerse que los cambios en las cualidades y características de los bienes ofrecidos en el mercado mediante mejoras de producto lo largo del tiempo no influyen en el juicio de este consumidor representativo con respecto al valor relativo real de cualquiera de los bienes que podrían afectar de otro modo en las decisiones de compra de este comprador artificial.
Sin alguna versión de estos supuestos, no hay denominador común (una cesta concreta de bienes particulares sin cambios en las cantidades relativas adquiridas en las que no hay ningún cambio en los patrones de compra artificiales del consumidor representativo ni por un cambio en los gustos ni en los precios o valores relativos de las cosas compradas) para comparar lo que cuesta comprar la misma cesta de bienes durante periodos largos de tiempo. Así que tampoco lo hay para si la cesta se ha hecho más o menos costosa de comprar “mañana” comparada con “hoy” o tal vez sencillamente cuesta lo mismo.
Los detalles y construcción de los diversos índices de precios pueden haberse convertido en más sofisticados y complejos y desde que Mises escribió su crítica original de los métodos de índices (por ejemplo, las técnicas de medición “en cadena” tratan de reducir el impacto de cualquier cambio en la cesta periodificando los cambios a lo largo de periodos de tiempo). Pero yo diría que las críticas esenciales siguen siendo las mismas debido al alejamiento de la realidad de la diversidad y mutabilidad en los patrones de compra de las personas reales cuyas decisiones constituyen el proceso del mercado, con en principio ninguna persona en el mercado teniendo siquiera alguna de las características de compra reflejadas en la construcción del índice creado por los estadísticos económicos. (Ver mi artículo “The Consumer Price Index, A False Indicator of Our Individual Costs-of-Living”).
La complejidad de la inflación y la no neutralidad del dinero
En segundo lugar, Mises destacaba que al centrarse en el cambio proporcional de un “nivel de precios” general es fácil caer víctima del supuesto de que los cambios en la oferta de dinero y el crédito influyen en los precios más o menos al mismo tiempo y en la misma medida. Mises era también conocido por dirigir la atención hacia el hecho de que los cambios en la oferta de dinero y crédito, en realidad, no eran neutrales en sus efectos sobre la economía.
Es decir, los cambios en la oferta monetaria no son como el maná del cielo llegando a todos al mismo tiempo y en la misma medida. El impacto y la influencia de cualquier cambio monetario refleja el punto de “inyección” en el que se introduce. Supongamos que, por ejemplo, hay un aumento en la oferta de oro debido al descubrimiento y minería de nuevos yacimientos. El economista clásico del siglo XIX, John E. Cairnes, explicaba perspicazmente la historia de cómo los descubrimientos auríferos australianos que empezaron en las décadas de 1840 y 1850 pusieron en marcha un efecto onda monetario en todo el mundo.
Empezaba en las ciudades y pueblos costeros australianos donde los buscadores y mineros del oro gastaban en primer lugar el metal recién extraído, aumentando los precios de los bienes y servicios concretos que demandaban a comerciantes y vendedores australianos. Al ir pasando los nuevos suministros de oro a las manos de vendedores australianos de productos de consumo, estos demandaban más bienes importados a vendedores al por mayor y fabricantes de Gran Bretaña y otros países europeos, lo que lenta pero constantemente empujaba luego al alza los precios en los mercados europeos. Luego estos productores europeos gastaban su nuevo oro en aumentar sus demandas de recursos y materias primas y otras entradas, que importaban de otras áreas del mundo como Latinoamérica, Asia y África.
Los precios en todo el mundo aumentaron como consecuencia del aumento en la cantidad de dinero en oro inyectado en el mercado global desde Australia. Pero, como destacaba Cairnes, había una secuencia temporal, con los precios aumentando de acuerdo con un patrón característico a lo largo del tiempo, que reflejaba quién obtenía el nuevo dinero primero, segundo, tercero y así sucesivamente, produciendo un aumento primero en algunos precios, luego en otros y luego en otros más, hasta que finalmente los precios en general se veían afectados en todo el mundo, pero en diversos grados y cantidades. Por supuesto, el resultado final era una disminución del valor o el poder adquisitivo del dinero debido a un aumento en la oferta de dinero en relación con la demanda de la gente de tener dinero para transacciones y otros fines. Pero no era ni proporcional ni simultáneo. (Ver John E. Cairnes, Essays in Political Economy: Theoretical and Applied [1873] pp. 1-165).
Ahorro, inversión y tipo de interés
El otro tema principal de Estabilización monetaria y política del ciclo era que la forma institucional en la que los gobiernos tratan de influir en la cantidad de dinero y crédito dentro de una economía conlleva la potencial puesta en marcha de las fases del ciclo económico, es decir, un auge inflacionista seguido por un declive recesionista.
Los bancos centrales inyectan “reservas” adicionales en el sistema bancario, que luego sirven como medios para que las instituciones financieras aumenten su préstamo a prestatarios interesados y voluntarios. Sin embargo, el medio principal por el que los bancos con nuevas reservas excepcionales pueden atraer a potenciales prestatarios para que pidan préstamos adicionales es reducir el coste de los préstamos. Esto significa rebajar los tipos de interés a los que pueden realizarse préstamos del dinero adicional.
¿Cuál es el propósito de los tipos de interés basados en el mercado? Son los precios intertemporales a los que los ahorradores deciden dejar a un lado durante un tiempo parte de una renta ganada previamente en forma de ahorro, que queda disponible para otros que desean acceder a parte de los medios escasos de producción habitualmente para fines de inversión de que no pueden asumir completamente con sus rentas e ingresos propios. Así que los tipos de interés pretenden facilitar la transferencia y el acceso al uso de recursos y el empleo de trabajo hacia usos deseables más cercanos al presente para los cuales hacen falta procesos de producción que consumen más tiempo y cuyo producto finalizado no estará disponible para la venta y uso hasta algún momento posterior en el futuro.
Así que los tipos de interés del mercado reflejan la oferta y demanda de ahorro real y equilibran los dos lados del mercado de forma que las actividades de inversión se limitan y asumen para periodos de inversión compatibles con la voluntad y las decisiones de otros obtenedores de renta para renunciar al uso de esos ahorros por periodos equivalentes de tiempo. Así, los tipos de interés basados en el mercado coordinan ahorro e inversión de maneras compatibles a lo largo del tiempo. Los planes de inversión tienden a ser compatibles con las demandas de los ahorradores dispuestos a renunciar a bienes acabados en el presente a cambio de más y distintos bienes de consumo en el futuro.
Expansión monetaria y manipulación de tipos de interés
El núcleo de la teoría “austriaca” del ciclo económico de Ludwig von Mises es que al expandir la oferta monetaria través del sistema bancario y, como consecuencia, rebajar los tipos de interés en los mercados financieros, como cualquier precio impulsado con artificialmente por debajo de su nivel de liquidación del mercado o “equilibrio”, se genera una cantidad demandada en exceso de la cantidad ofertada. En cualquier otro mercado, si el gobierno establece o manipula artificialmente un precio por debajo de su nivel de liquidación del mercado, tiende a producir una escasez, es decir, un deseo de la gente de comprar más de un bien de lo que hay disponible para comprar a los vendedores voluntarios.
Pero con la expansión monetaria se crea una ilusión de que en realidad hay más ahorro real disponible para asumir más inversiones, y más inversiones que requieren tiempo, del que hay en realidad. La gente no intercambia bienes y recursos ahorrados a lo largo del tiempo de las manos de los ahorradores a las manos de los prestatarios inversores, como sería el caso en algún sistema el hipotético de intercambio de trueque directo.
Por el contrario, el comercio de bienes y servicios se realiza a través del uso de dinero, el medio de intercambio del mercado. La gente se abstiene de comprar todos los bienes y servicios reales que podría obtener con la renta monetaria que ha ganado previamente. Ofrecen esos ahorros monetarios a prestatarios inversionistas interesados a través de la intermediación de los bancos en los que estos ahorradores han depositado y dejado sus ahorros. Estos prestatarios toman ese dinero ahorrado de los bancos y lo usan para contratar, adquirir y emplear factores de producción disponibles que se han liberado para dichos usos precisamente por la decisión de los ahorradores de no reclamar su uso para fines más inmediatos de bienes de consumo.
Pero ahora el banco central ha creado una mayor cantidad del medio de intercambio a través del sistema bancario. Los prestamistas son capaces de obtener préstamos monetarios más grandes que no representan ahorro real (en forma de dinero) apartado por ahorradores reales, sino crédito bancario creado, que los prestamistas inversores pueden ahora usar para entrar en el mercado y reclamar una cantidad mayor de aquellos medios escasos de producción de los que habrían obtenido en caso contrario.
Con un aumento en la cantidad de dinero disponible para fines de gasto e inversión en la economía en su conjunto, a lo largo del tiempo habrá (en igualdad de condiciones) una tendencia a un aumento general en los precios, es decir, una posible inflación de precios. Pero algo esencial en el análisis de Mises es argumentar que los precios no aumentan simultáneamente o en la misma medida. El sistema bancario sirve como “punto de inyección” a partir del cual se pone en marcha el proceso inflacionista.
Primero tenderán a subir los precios de aquellos bienes demandados por los prestatarios inversores. El dinero que gastan se pasa como ingresos y rentas adicionales a aquellos a quienes se los compran (o, en el caso del trabajo, a aquellos a quienes contratan) para los proyectos de inversión de distintos tipos y duraciones que ahora tratan de asumir. Los que han recibido como ingreso y renta adicionales estas sumas adicionales de dinero creado aumentan sus demandas de los bienes y servicios concretos que desean compra y adquirir. Y eso lleva ahora a pasar más dinero a las manos de una tercera ola de vendedores en el mercado.
En este proceso inflacionista algunas demandas y precios aumentan necesariamente antes que otros. Esto influye en la rentabilidad relativa de distintas actividades económicas y de inversión, lo que, a su vez, influye en la asignación y uso de recursos, trabajo y bienes de capital de distintas maneras a través de los distintos sectores de la economía. Toda la estructura de la economía se distorsiona hacia proyectos de inversión más grandes y que consumen más tiempo y que, en realidad, el ahorro actual en la economía no puede sostener a largo plazo, dados los deseos reales de la gente de bienes de consumo en relación con su voluntad de ahorrar para apoyar proyectos de inversión en la economía.
La insostenibilidad de la fase del auge del ciclo económico
Las distorsiones de las actividades de inversión y usos de recursos inducidas por la inflación, incluyendo el trabajo, resultarán ser insostenibles a largo plazo. El uso de recursos a lo largo del tiempo no se equilibra con el deseo y la voluntad de consumir y ahorrar de los ganadores de rentas reales. La “crisis” se produce cuando estos desequilibrios llegan finalmente a un punto de ruptura y se descubre que la esperanza de rentabilidad de las inversiones era falsa debido a ser malas inversiones, muchas de las cuales no solo resultan no ser rentables, sino que no pueden siquiera completarse. Ahora la economía pasa un periodo de ajuste, un proceso de “reequilibrio” de precios y costes, así como de reasignaciones de trabajo y recursos entre diversos sectores de los mercados, a lo que se llama la fase de “recesión” o “declive” o, cuando es muy grave, de “depresión” del ciclo económico.
El análisis “austriaco” se convirtió en la base para Ludwig von Mises y su amigo y protegido más joven Friedrich A. Hayek, para explicar en la década de 1930 las causas y consecuencias de la llegada de la Gran Depresión después de 1929. El intento de “estabilizar” el nivel general de precios a través de la manipulación monetaria del banco central, especialmente por la Reserva Federal estadounidense en la década de 1920, creó la apariencia de una economía en crecimiento sana y bien equilibrada; de hecho, por debajo de la superficie del nivel relativamente “estable” de precios, la política del banco central había generado patrones desequilibrados y distorsionados de actividades de inversión y usos de recursos que significaban que los “buenos tiempos” estaban a punto de terminar.
La gravedad y duración de la Gran Depresión, argumentaban los economistas austriacos, no se debían a ningún defecto propio de la economía de mercado, como insistían en decir John Maynard Keynes y los “keynesianos” que le seguían al ir avanzando la década de 1930. Se debían a que los gobiernos, incluyendo el gobierno de EEUU bajo Herbert Hoover y Franklin D. Roosevelt, introdujeron regulaciones, controles, intervenciones y cargas fiscales que impidieron al mercado “reequilibrar” con éxito la economía en lo que debería haber sido un periodo relativamente corto de tiempo, si nos basamos en las recuperaciones de las recesiones económicas antes de la década de 1930. (Ver mi libro electrónico Monetary Central Planning and the State, para un análisis detallado y comparación de las teorías “austriaca” y keynesiana y sus respectivas interpretaciones de las causas y remedios para la Gran Depresión).
La relevancia del análisis de Mises para la situación monetaria y financiera actual
La crisis financiera y económica de 2008-2009 puede analizarse fácilmente dentro del marco “austriaco”: una gran expansión monetaria, tipos de interés artificialmente bajos y patrones reducidos de crédito alimentaron una inversión insostenible, auges en el gasto de vivienda y consumo, que acabaron con un gran desplome bursátil. A esto le siguió una lenta recuperación económica con nuevas distorsiones potenciales debidas a una expansión monetaria todavía mayor y manipulaciones en el tipo de interés desde 2009, combinados con una caja de sorpresas de trucos de la Reserva Federal para influir en los bancos para que no prestaran una buena parte del dinero que creaba la Fed en el sistema bancario a partir de 2009. (Ver mis artículos “Low Interest Rates Cannot Save a House of Cards”, “Austrian Monetary Theory vs. Federal Reserve Inflation Targeting” y “Ten Years On: Recession, Recovery and the Regulatory State”).
Si se lee cuidadosamente y se reflexiona sobre él, Estabilización monetaria y política del ciclo, de Ludwig von Mises, sigue teniendo mucho que enseñarnos acerca del dinero y los problemas de la banca centralizada de nuestro tiempo. Esto incluye una sección en la que Mises argumenta que la única solución definitiva a largo plazo para la ocurrencia periódica del ciclo económico es acabar con la banca centralizada y remplazarla por una banca libre, privada y en competencia.
Publicado originalmente por la Foundation of Freedom Foundation