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El gobierno federal no creó los estados

Una de las estatuas que se retiraron en la purga de 2020 de las estatuas del Sur fue la del gran estadista americano de Carolina del Sur, John. C. Calhoun. El entonces alcalde de Charleston (Carolina del Sur), John Tecklenburg, dijo que «aunque reconocemos los esfuerzos de Calhoun como estadista, no podemos ignorar sus posiciones sobre la esclavitud y la discriminación». La razón por la que, en su opinión, «la esclavitud y la discriminación» no podían ignorarse, era que Black Lives Matter estaba en la cúspide de su poder político, organizando protestas en las calles de Charleston a raíz de los disturbios de George Floyd.

En su compromiso de «no ignorar la esclavitud y la discriminación» estaba dispuesto a pasar por alto todo lo demás dicho o hecho por un hombre al que admitía como estadista influyente. La destrucción de estatuas históricas ilustra cómo la conveniencia política lleva a los políticos a seguir un curso de acción destructivo que tendrá implicaciones nocivas a largo plazo. El alcalde de Charleston permitió que el furor político temporal en torno a BLM, que ahora se ha desvanecido del discurso público casi tan rápido como empezó, anulara la importancia del legado de Calhoun.

En su libro, Calhoun: A Statesman for the 21st Century (Calhoun: un estadista para el siglo XXI), el gran historiador Clyde Wilson subraya que Calhoun fue «el hijo más grande de Carolina del Sur» y también «un estadista y filósofo reconocido internacionalmente». No era un mero político que representaba las perspectivas partidistas del Sur, sino también un estadista, lo que significa «algo así como un profeta: alguien que tiene una perspectiva histórica y dice lo que cree que es verdad y lo que más conviene al pueblo a largo plazo, tanto si es popular como si no». Por el contrario, un mero político es alguien que «dice y hace lo que cree que le hará llegar al poder o le mantendrá en él». Al destacar el valor del legado de Calhoun para el discurso político contemporáneo, Wilson observa que «los estadistas eran raros en la época de Calhoun. Hoy han desaparecido por completo. Sabemos que Calhoun fue un estadista porque sus palabras sobre el gobierno son tan ciertas y relevantes hoy como lo fueron en su época.»

Una de las áreas más importantes del debate contemporáneo en la que es importante distinguir a los estadistas de los políticos es la cuestión de la interpretación constitucional. A diferencia de muchos políticos actuales, para quienes la Constitución significa lo que ellos quieran que signifique, Calhoun enfocaba las cuestiones constitucionales desde una perspectiva filosófica. Entendía que la Constitución representaba principios específicos, en lugar de ser simplemente un documento que podía significar casi cualquier cosa, un mero punto de partida para cualquier argumento político que se quisiera esgrimir. Así pues, el legado de Calhoun es relevante no sólo para comprender los debates que tuvieron lugar en su propia época, sino también para resolver los retos políticos contemporáneos. Por ejemplo, en su artículo «¿Puede John C. Calhoun salvar América?» Tom DiLorenzo analiza cómo las opiniones de Calhoun sobre el gobierno y la sociedad ayudan a comprender «cómo el sistema político americano podría evolucionar hacia la tiranía, y cómo impedir que eso ocurra».

La advertencia de Calhoun sobre la tiranía que sobreviene cuando la Constitución no limita el poder del gobierno resuena con fuerza hoy en día, cuando arrecian los debates sobre el equilibrio de poder entre la autoridad estatal y la federal. En Por una nueva libertad, Rothbard destaca las opiniones de Calhoun sobre el creciente poder del gobierno federal: «Uno de los teóricos políticos más brillantes de América, John C. Calhoun, escribió proféticamente sobre la tendencia inherente de un Estado a traspasar los límites de su constitución escrita». Rothbard se refiere al argumento de Calhoun de que un gobierno poderoso siempre interpretará sus poderes constitucionales de la forma más amplia posible, mientras que la parte amenazada por el poder del gobierno interpretará las limitaciones de ese poder de la forma más estricta posible, lo que conducirá a la «subversión de la Constitución»:

Se trataría entonces de construcción contra construcción: una para contraer y la otra para ampliar al máximo los poderes del gobierno. Pero, ¿de qué serviría la interpretación estricta de la parte menor frente a la interpretación liberal de la mayor, cuando la primera tendría todos los poderes del gobierno para llevar a efecto su interpretación y la otra se vería privada de todos los medios para hacer cumplir su interpretación? En una contienda tan desigual, el resultado no sería dudoso. La parte a favor de las restricciones se vería superada... El final de la contienda sería la subversión de la Constitución... las restricciones serían finalmente anuladas y el gobierno se convertiría en uno de poderes ilimitados.

Del mismo modo, Tom DiLorenzo llama la atención sobre la crítica de Calhoun a la teoría de los «poderes implícitos» de la interpretación constitucional, una teoría que permite a un gobierno adoptar cualquier poder que considere oportuno. DiLorenzo explica:

Fue Hamilton quien inventó la teoría de los «poderes implícitos» (es decir, no enumerados en el documento) de interpretación constitucional; la perversión de las Cláusulas Contractual y de Comercio de la Constitución; y otros subterfugios diseñados para convertir el documento en un sello de goma de facto para cualquier cosa que el gobierno quisiera hacer —siempre y cuando fuera interpretado «adecuadamente» por gente como él. Por eso Jefferson y sus herederos políticos, como Calhoun, consideraban al brillante y maquiavélico Hamilton una peligrosa amenaza para la libertad americana.

Calhoun también hizo hincapié en el principio de que los estados eran soberanos e independientes y no una mera creación del gobierno federal, y que por lo tanto, como dice Wilson, «La Constitución debe ser el instrumento de control de la sociedad sobre el gobierno, y no al revés».

Estas ideas tienen gran relevancia en las disputas sobre la interpretación correcta de la Constitución, ya que muchos comentaristas oscilan salvajemente de un argumento a otro muy opuesto cuando cambia el partido en el poder. Por ejemplo, los analistas políticos defienden el principio de los derechos de los estados, y el principio conexo de que debe existir un margen lo más amplio posible para la soberanía estatal, cuando sus objetivos cuentan con el respaldo de su estado. Sin embargo, los mismos analistas suelen pasar a una defensa enérgica del poder federal para aplastar a los estados cuando resulta que éstos aprueban las políticas federales. Aunque parte de esto puede explicarse por la hipocresía endémica de la vida política, hay otro factor en juego: la miopía o la tendencia a pensar sólo en las implicaciones inmediatas de la política específica en cuestión. La observación de Wilson sobre este punto es acertada: en la época de Calhoun «la mayoría de la gente, la mayor parte del tiempo, prefería vivir a corto plazo, ignorar las amenazas lejanas y esperar lo mejor». La importancia de Calhoun como estadista se reconoce en gran parte porque fue capaz de adoptar un punto de vista basado en principios incluso cuando ello le hizo perder apoyo popular. Wilson observa que, aunque algunos historiadores consideraban que Calhoun era demasiado teórico o filosófico como para ser de gran ayuda en la resolución de disputas políticas, es precisamente esta capacidad para elevarse por encima de la contienda política lo que marca a Calhoun como un estadista de principios:

Y la crítica más común a sus escritos, por parte de políticos y periodistas de mentalidad pragmática, era que eran demasiado filosóficos para el mundo americano de sentido común. Son precisamente estas dos cualidades de simplicidad y generalización superior las que hacen que sus palabras sean aún más duraderas —siguen vivas en otra época cuando las de sus críticos están muertas en la página.

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