El Día de la Independencia los americanos tienden a celebrar «América» de alguna manera. Lo que eso significa para la gente, por supuesto, varía significativamente según la ideología y el nivel de educación de la persona. Muchos americanos no saben qué es la Declaración de Independencia ni en qué siglo se escribió. Algunos no pueden distinguir entre la Declaración y la Constitución de los EEUU. Muchos apenas piensan en ello, si es que lo hacen alguna vez.
Independientemente de lo que el americano moderno promedio pueda saber al respecto, la historia de la Declaración y su legado siguen siendo objeto de fuertes controversias. ¿Por qué? Porque los historiadores y los intelectuales públicos entienden que nuestra visión de los acontecimientos históricos da forma a nuestra ideología.
Los partidarios del régimen y del statu quo tienden a definir la Declaración como algo seguro, anodino y vago. A menudo oímos hablar de la Declaración en términos que reflejan la ideología de los intelectuales y expertos americanos de hoy en día. Nos dicen que la Declaración trata de «igualdad» y «libertad». Nos dicen que lo único que justificaba el programa revolucionario de la Declaración era el hecho de que los colonos americanos soportaban «impuestos sin representación» —y que, por tanto, la Declaración trataba en última instancia de «democracia». En otras palabras, esta interpretación apoya clara y convenientemente la agenda actual de la mayoría de los partidos políticos y movimientos ideológicos dominantes americanos.
Afortunadamente, sin embargo, el verdadero propósito y fundamento ideológico de la Declaración de Independencia es algo mucho más radical y orientado contra toda autoridad estatal. La Declaración no aboga, como se nos dice, por la igualdad, la democracia o la libertad dentro de un orden político establecido. La Declaración no pide mansamente reformas al régimen gobernante. Más bien, la Declaración parte del supuesto de que el Estado británico no ejerce ninguna autoridad legítima dentro de las colonias. La Declaración asume que tanto la secesión como la abrogación del Estado británico dentro de las colonias estaban garantizadas por derecho natural y no podían ser prohibidas por el Estado británico. La Declaración de Independencia no pedía negociaciones. Simplemente describía la nueva realidad en la que las colonias eran políticamente independientes. Ciertamente, la Declaración explica por qué las colonias se separaban del imperio, pero eso no era más que —como diríamos en lenguaje moderno— «buenas relaciones públicas».
La realidad de la Declaración es que era mucho más radical de lo que sus críticos suelen estar dispuestos a admitir. La Declaración abogaba por un acto de secesión unilateral e ilegal. Evidentemente, los defensores actuales del régimen intentan restarle importancia siempre que pueden. Además, el lenguaje y los ideales de la Declaración transmiten un desprecio general por los ideales de unidad política o lealtad a las instituciones políticas, a pesar de la propaganda británica en sentido contrario.
Así pues, actuar hoy en el espíritu de la Declaración de Independencia es rechazar las llamadas a la lealtad, la unidad o el respeto al llamado «Estado de ley» del régimen. Por el contrario, la Declaración de Independencia representa la deslealtad, la desunión y el desprecio por la ley establecida por la clase política dominante.
Sí, fue secesión
En un esfuerzo por ocultar el radicalismo de la Declaración, muchos conservadores y otros expertos pro-sistema insisten en que la secesión de las colonias del imperio británico no fue realmente una secesión. Afirman, por ejemplo, que la secesión no es tal si se produce como un tipo de descolonización. (Muchos opositores modernos a la secesión inventan criterios arbitrarios como la «regla del agua salada», según la cual la secesión sólo es permisible si hay una masa de agua salada entre la madre patria y la colonia que se separa).
Sin embargo, tales afirmaciones sobrepasan los límites de la credulidad y, por este motivo, los estudiosos serios admiten sin más que la secesión americana fue exactamente eso. El historiador David Armitage, por ejemplo, describe rotundamente los esfuerzos de los americanos por «disolver» sus bandas políticas con Gran Bretaña como un esfuerzo por «separarse».
La idea de que la separación americana fue realmente una secesión ni siquiera es controvertida entre los verdaderos estudiosos de la secesión y los movimientos separatistas. Sólo entre algunos ideólogos americanos se mantiene de forma bastante ridícula que la secesión unilateral de los colonos americanos no fue realmente secesión.
No se trataba de democracia
En un esfuerzo por poner límites estrictos a lo que la secesión está «permitida», los apologistas del régimen recurrirán a la afirmación de que la secesión sólo era aceptable en 1776 porque había «impuestos sin representación». Según esta forma de pensar, la secesión sólo puede justificarse si no hay «democracia».
Sin embargo, la propia Declaración no esgrime este argumento. La Declaración sí menciona los impuestos «sin nuestro consentimiento», pero esa es sólo una razón para la independencia política entre más de dos docenas de otras razones. Por ejemplo, la Declaración también declara que la secesión de los americanos estaba justificada por las restricciones al comercio, las restricciones a la inmigración, la infrautilización del juicio por jurado, la protección de los agentes abusivos del gobierno frente a la persecución y la anulación por parte de la corona de las leyes aprobadas por las legislaturas locales.
Evidentemente, había mucho más en juego que la simple tributación sin representación.
Pero digamos, por el bien del argumento, que el Estado británico aceptó ofrecer «representación» a los ameircanos. ¿Cómo se define esto? Aquellos que afirman que la «democracia» hace innecesaria la secesión nunca definen qué se entiende por democracia. ¿Sería democracia si a los americanos se les concedieran diez o veinte escaños en el Parlamento de Londres? En aquel momento, el Parlamento tenía más de 500 miembros. Eso apenas cambiaría las realidades políticas de las colonias. La «representación» política no significa casi nada si el grupo «representado» permanece siempre en minoría. Y lo que es más importante, ¿quién decide cuánta representación política es suficiente? Los colonos no tenían ningún interés en jugar a estos juegos y optaron simplemente por la autodeterminación.
Los defensores de la «democracia» rara vez responden a esta cuestión de lo que significa la representación política en la práctica. Por razones similares, los partidarios modernos del régimen evitan la cuestión de la representación. Se nos dice que un Congreso de unos pocos cientos de millonarios «representa» de algún modo a 330 millones de americanos, la mayoría de los cuales no tienen prácticamente nada en común con el miembro medio del Congreso.
Por su parte, a la Declaración no le interesa la idea de que la democracia —sea cual sea su forma— anule el derecho natural a la secesión y a la autodeterminación política.
El radicalismo de la Declaración de Independencia
Parte del radicalismo de la Declaración proviene del hecho de que la Declaración no presenta un argumento legal a favor de la secesión. Más bien, la Declaración afirma que el derecho de separación se deriva simplemente de los derechos naturales de autodeterminación que no dependen de la autoridad legal o constitucional.
Esto no es sorprendente dadas las opiniones del autor de la Declaración, Thomas Jefferson, que era un fiel seguidor de John Locke. Después de todo, el propio Locke no consideraba que la secesión estuviera limitada por restricciones legales. Para Locke, el derecho de secesión era un derecho natural que podía ser planteado por una gran variedad de organizaciones y grupos de personas sin permiso de ninguna autoridad legal superior.
[Más información: «Thomas Jefferson seguía apoyando la secesión cuarenta años después de la Declaración de Independencia»].
Podemos ver el radicalismo de este punto de vista si lo contrastamos con las opiniones conservadoras de teóricos americanos posteriores que limitaron el derecho de secesión a los orígenes legales —y no naturales—. John C. Calhoun, por ejemplo, justificaba la secesión en contratos legales más que en derechos naturales. En comparación con los puntos de vista más amplios de Jefferson y Locke sobre la secesión, la justificación legalista de Calhoun es sin duda, muy flojo.
Y luego, por supuesto, está el hecho de que la Declaración no respetaba ninguna exigencia de lealtad a la corona, al parlamento o a cualquier otra institución política británica. Por el contrario, la Declaración era una declaración de desprecio al orden legal establecido. La propaganda británica de la época, muy parecida a la americana de hoy, cantaba las alabanzas de la unidad política al tiempo que fomentaba un vínculo emocional entre el súbdito de a pie y el ejecutivo gobernante. Afortunadamente, los secesionistas americanos de vieron tales cosas como los absurdos que eran y que siempre han sido.