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Los efectos económicos de las pandemias: un análisis austriaco

Tradicionalmente, los teóricos austriacos se han centrado con especial interés en los recurrentes ciclos de auge y recesión que afectan a nuestras economías y en el estudio de la relación entre estos ciclos y ciertas modificaciones características de la estructura de las etapas de bienes-capital. Sin duda, la teoría austriaca de los ciclos económicos es una de las aportaciones analíticas más significativas y sofisticadas de la Escuela austriaca. Sus miembros han conseguido explicar cómo los procesos de expansión crediticia conducen a errores sistemáticos de inversión que dan lugar a una estructura productiva insostenible. Dichos procesos son impulsados y orquestados por los bancos centrales y ejecutados por el sector bancario privado, que opera con reserva fraccionaria y crea dinero de la nada en forma de depósitos, que inyecta en el sistema a través de préstamos a empresas y agentes económicos en ausencia de un aumento real previo del ahorro voluntario. La estructura productiva se desplaza artificialmente hacia numerosos proyectos demasiado intensivos en capital y que sólo podrían madurar en un futuro más lejano. Desgraciadamente, los agentes económicos serán incapaces de llevar a cabo estos proyectos, porque no están dispuestos a respaldarlos sacrificando suficientemente su consumo inmediato (es decir, ahorrando). Inevitablemente se producen ciertos procesos de reversión que ponen de manifiesto los errores de inversión cometidos, así como la necesidad de reconocerlos, abandonar los proyectos insostenibles y reestructurar la economía transfiriendo masivamente los factores productivos (bienes de capital y mano de obra) desde donde se utilizaron por error hacia nuevos proyectos menos ambiciosos pero realmente rentables. La recurrencia del ciclo se explica tanto por el carácter esencialmente inestable de la banca de reservas fraccionarias como principal proveedora de dinero en forma de expansión crediticia, como por el sesgo inflacionista generalizado de teóricos, autoridades políticas, agentes económicos y sociales y, sobre todo, banqueros centrales, que consideran la prosperidad económica como un objetivo a perseguir a corto plazo a toda costa y ven las inyecciones monetarias y crediticias como una herramienta de la que no se puede prescindir en ningún caso. Por eso, una vez que la recuperación está bien encaminada, tarde o temprano las autoridades vuelven a sucumbir a las viejas tentaciones, racionalizan las políticas que han fracasado una y otra vez y reinician todo el proceso de expansión, crisis y recesión, y todo vuelve a empezar.

Los economistas austriacos han propuesto las reformas necesarias para poner fin a los ciclos recurrentes (básicamente, la eliminación de los bancos centrales, la reprivatización del dinero —el clásico patrón oro puro— y la sujeción de la banca privada a los principios generales del derecho de propiedad privada —es decir, un requisito de reservas del 100% para los depósitos a la vista y equivalentes—). Sin embargo, los austriacos siempre han estipulado que estas reformas no evitarían las crisis económicas aisladas y no recurrentes si, por ejemplo, las guerras, los graves trastornos políticos y sociales, las catástrofes naturales o las pandemias provocan un gran aumento de la incertidumbre, cambios repentinos en la demanda de dinero y, posiblemente, en la tasa social de preferencia temporal. En tales casos, la estructura productiva de las etapas de capital-bienes podría incluso alterarse de forma permanente.

En este trabajo analizaremos hasta qué punto una pandemia como la actual (y pandemias similares han azotado muchas veces en la historia de la humanidad) puede desencadenar estos y otros efectos económicos y hasta qué punto la intervención coercitiva de los Estados puede mitigar los efectos negativos de las pandemias o, por el contrario, puede resultar contraproducente, agravar estos efectos y hacerlos más duraderos. En primer lugar, estudiaremos el posible impacto de la pandemia en la estructura económica. En segundo lugar, consideraremos el funcionamiento del orden de mercado espontáneo impulsado por la eficiencia dinámica del empresariado libre y creativo. En este escenario, los empresarios dedican su atención, de forma descentralizada, a detectar los problemas y retos que plantea una pandemia. Por el contrario, analizaremos la imposibilidad del cálculo económico y de la asignación eficiente de recursos cuando se intentan imponer las decisiones desde arriba, es decir, de forma centralizada, utilizando el poder sistemático y coercitivo del Estado. En la tercera y última sección de este trabajo, examinaremos el caso concreto de la intervención masiva de los gobiernos y, especialmente, de los bancos centrales en los mercados monetarios y financieros para hacer frente a la pandemia tratando de aminorar sus efectos. Nos centraremos también en las políticas gubernamentales simultáneas de impuestos y aumento del gasto público que se presentan como la panacea y el remedio universal para los males que nos aquejan.

1. Los efectos de las pandemias en la estructura productiva real: El Mercado de Trabajo, el Proceso de Etapas de Capital-Bienes y el Impacto de la Incertidumbre

1.1. El mercado laboral

La aparición de una nueva enfermedad altamente contagiosa que se extiende por todo el mundo y tiene una alta tasa de mortalidad constituye, sin duda, un escenario catastrófico capaz de producir una serie de graves consecuencias económicas a corto, medio e incluso largo plazo. Entre ellas, el coste en términos de vidas humanas, muchas de ellas aún activamente productivas y creativas. Recordemos, por ejemplo, que la llamada «gripe española» mató a unos 40 o 50 millones de personas en todo el mundo a partir de 1918 (más de tres veces el número de muertos, incluyendo combatientes y civiles, en la Primera Guerra Mundial). Esta pandemia de gripe atacó principalmente a hombres y mujeres que eran relativamente jóvenes y fuertes; es decir, personas en edad de trabajar.1 Por el contrario, la actual pandemia del covid-19 causada por el virus SARS-CoV-2 produce síntomas comparativamente leves en el 85% de los infectados, aunque golpea duramente al 15% restante. Requiere incluso la hospitalización de un tercio de éstos y provoca la muerte de cerca de uno de cada cinco de los hospitalizados con un caso grave de la enfermedad, la gran mayoría de los cuales son ancianos, jubilados y personas con graves afecciones preexistentes.

Por lo tanto, la actual pandemia no está teniendo un impacto notable en la oferta de mano de obra y en el talento humano del mercado laboral, ya que el aumento de las muertes entre las personas en edad de trabajar es relativamente pequeño. Como ya he mencionado, esta situación difiere considerablemente de la que se produjo con la «gripe española», tras la cual se estima que la oferta agregada de mano de obra cayó en todo el mundo en más de un 2%. Esta cifra tiene en cuenta las víctimas mortales tanto de la enfermedad como de la Primera Guerra Mundial (40 o 50 millones de bajas por la enfermedad y más de 15 millones por la guerra). Esta escasez relativa de mano de obra hizo subir los salarios reales durante los locos años veinte, cuando se completó la reestructuración de la economía mundial. Se pasó de una economía de guerra a una de paz, y todo el proceso estuvo acompañado de una gran expansión del crédito, que no podemos analizar en detalle aquí, pero que, en cualquier caso, preparó el terreno para la Gran Depresión que siguió a la grave crisis financiera de 1929.2

A lo largo de la historia, varias pandemias han tenido un impacto mucho mayor en el mercado laboral. Por ejemplo, se calcula que la peste negra, que asoló Europa a partir de 1348, redujo la población total en al menos un tercio. La aguda e inesperada escasez de mano de obra resultante provocó un considerable crecimiento de los salarios reales, que se afianzó en las décadas siguientes. Resulta exasperante que los monetaristas y, en particular, los keynesianos sigan insistiendo en lo que suponen que son los efectos económicos «beneficiosos» de las guerras y las pandemias (para todo el mundo, excepto para los millones de personas que mueren o se empobrecen a causa de ellas, imagino). Se argumenta que estas tragedias permiten a las economías superar su letargo e iniciar el camino hacia una boyante «prosperidad». Al mismo tiempo, estas calamidades justifican las políticas económicas de intenso intervencionismo monetario y fiscal. Con su habitual perspicacia, Mises se refiere a estas teorías y políticas económicas como puro «destruccionismo económico», ya que simplemente sirven para aumentar la oferta monetaria per cápita junto con, y especialmente, el gasto público.3

1.2. La estructura productiva y los bienes de capital

Además de estos efectos sobre la población y el mercado de trabajo, hay que tener en cuenta el impacto que una pandemia ejerce sobre la tasa social de preferencia temporal y, por tanto, sobre el tipo de interés y la estructura productiva de las etapas de capital-bienes. Quizás el escenario más catastrófico que se puede concebir es el que describe Boccaccio en su introducción al Decamerón cuando escribe sobre la peste bubónica que afligió a Europa en el siglo XIV. Porque si se generaliza la creencia de que todo el mundo tiene muchas probabilidades de contraer una enfermedad y morir a corto o medio plazo, es muy comprensible que las valoraciones subjetivas se orienten hacia el presente y el consumo inmediato. «Comamos y bebamos, porque mañana moriremos». O por el contrario: «Arrepintámonos, hagamos penitencia, recemos y pongamos en orden nuestra vida espiritual». Estas dos actitudes opuestas y, sin embargo, perfectamente comprensibles ante la pandemia tienen el mismo efecto económico: ¿Qué sentido tiene ahorrar y lanzar proyectos de inversión que sólo podrían madurar en un futuro lejano si ni nosotros ni nuestros hijos estaremos aquí para disfrutar de sus frutos? El resultado obvio pudo verse en la Florencia del siglo XIV, asolada por la peste bubónica. La gente abandonó en masa las granjas, el ganado, los campos y los talleres y, en general, descuidó y consumió los bienes de capital sin reemplazarlos.4 Este fenómeno puede ilustrarse gráficamente de forma simplificada como se describe en la sección «El caso de una economía en regresión» de mi libro Dinero, crédito bancario y ciclos económicos.5 Allí utilizo el conocido triángulo hayekiano, que representa la estructura productiva de una sociedad. (Para una explicación detallada de su significado, véanse las páginas 291 y siguientes del libro).

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Como vemos en el Gráfico 1, en este caso un aumento repentino y espectacular de la tasa social de preferencia temporal aumenta el consumo monetario inmediato (figura b) a costa de la inversión. En concreto, se abandonan numerosas etapas (representadas por la zona de sombra de la figura c) del proceso productivo, una parte muy importante de la población deja de trabajar (por muerte o voluntariamente) y los supervivientes se dedican con ahínco a consumir bienes de consumo (cuyos precios, en unidades monetarias, se disparan por la reducción de su oferta y la disminución generalizada de la demanda de dinero). Las transacciones en el mercado de tiempo y de fondos prestables prácticamente se detienen, y los tipos de interés de las pocas que se realizan se disparan.

En contraste con el escenario anterior, no hay indicios de que la actual pandemia del covid-19 haya ido acompañada de un cambio significativo en la tasa social de preferencia temporal (aparte del efecto de un aumento temporal de la incertidumbre, que discutiremos más adelante). Para empezar, las circunstancias actuales no se parecen en absoluto a las de una pandemia tan virulenta como la que describe Boccaccio en el Decamerón. Como he señalado, la mortalidad esperada entre las personas en edad de trabajar es prácticamente insignificante, y las expectativas sobre la culminación con éxito de los procesos de inversión que madurarán en un futuro lejano permanecen inalteradas. (Por ejemplo, se sigue invirtiendo en el diseño, la innovación y la producción de los coches eléctricos del futuro y en muchos otros proyectos de inversión a largo plazo). Y como la tasa social de preferencia temporal permanece básicamente inalterada, la estructura productiva de las etapas de capital-bienes descrita de forma simplificada en nuestro gráfico hayekiano también permanece inalterada, salvo por tres efectos: uno a corto plazo inmediato, otro a medio plazo (de uno a tres años) y otro a largo plazo (que puede llegar a ser indefinido).

1. En primer lugar, está el efecto inmediato y a corto plazo (que dura unos meses) ejercido sobre la estructura productiva real por las medidas coercitivas de confinamiento que han impuesto los gobiernos. Podemos suponer que el parón económico decretado durante varios meses ha afectado, en términos relativos, principalmente a los esfuerzos productivos más alejados del consumo final. Al fin y al cabo, la población —incluso las personas confinadas en sus casas y sin poder trabajar— ha tenido que seguir demandando y consumiendo bienes y servicios de consumo (aunque sea a través del comercio electrónico —Amazon, etc.— ya que muchas tiendas y distribuidores finales se vieron obligados a cerrar, porque sus actividades se consideraron «no esenciales»). Si esto es así, y suponiendo que la demanda final de dinero destinado al consumo no haya variado significativamente, bien porque los hogares en situación de bloqueo impuesto por el gobierno hayan recurrido a sus reservas financieras, bien porque hayan compensado su disminución de ingresos recurriendo a los subsidios temporales de desempleo (indemnizaciones por despido, etc.), la estructura productiva en términos monetarios habrá fluctuado en un corto intervalo como un péndulo, tal y como se muestra a continuación (en el gráfico 2).

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En cualquier caso, cuando finaliza la «desconexión» obligatoria del proceso productivo y se vuelven a emplear los factores productivos, el proceso productivo puede volver a empezar donde lo dejó, ya que no han salido a la luz errores sistemáticos, causantes de mala inversión, que requieran una reestructuración.6 A diferencia de lo ocurrido en la Gran Recesión de 2008, la estructura productiva no ha sufrido daños irreversibles, por lo que no es necesario un prolongado y doloroso proceso de reorganización y reasignación masiva de mano de obra y factores productivos: Todo lo que se necesita es que los empresarios, trabajadores y autónomos vuelvan a trabajar, retomen sus tareas donde las dejaron y utilicen el equipo de capital que no se dañó (hace varios meses) y que sigue estando disponible ahora.

Respecto a este primer efecto en el corto plazo inmediato, debo aclarar que también habría aparecido —aunque habría sido mucho más suave y menos traumático y, por tanto, habría provocado una fluctuación mucho menor que el movimiento pendular reflejado en el gráfico— si el encierro hubiera sido voluntario y selectivo y la decisión se hubiera tomado a nivel «micro» por parte de las familias, empresas, urbanizaciones, barrios, etc. en el contexto de una sociedad libre en la que o bien no existen gobiernos monopolistas (y en su lugar tenemos el autogobierno del anarcocapitalismo) o bien no son centralistas y no imponen medidas de encierro generalizadas, coercitivas e indiscriminadas.

2. En segundo lugar, varios sectores asociados fundamentalmente a la fase de consumo final siguen experimentando una drástica disminución de la demanda tras el confinamiento y pueden seguir haciéndolo durante muchos meses7 hasta que la pandemia haya terminado y las actividades hayan vuelto completamente a la normalidad. Estos sectores tienen que ver principalmente con el turismo, el transporte, la hostelería y el entretenimiento, y en términos relativos, son muy importantes para ciertas economías como la de España, donde el turismo representa casi el 15% del PIB. Estos sectores requieren un cambio más profundo que la mera fluctuación pendular descrita en el primer punto. Por el contrario, las circunstancias exigen un cambio que repercuta en la estructura productiva durante un periodo de tiempo más largo (alrededor de dos años). Evidentemente, en igualdad de condiciones, si los hogares gastan menos en transporte aéreo, hoteles, restaurantes y espectáculos teatrales, gastarán más en bienes y servicios de consumo alternativos o sustitutos, dedicarán más parte de sus ingresos a la inversión o aumentarán sus saldos de efectivo. Aparte de un posible aumento de la demanda de dinero, del que hablaremos más adelante cuando consideremos la incertidumbre, es evidente que la estructura productiva tendrá que adaptarse temporalmente a las nuevas circunstancias aprovechando al máximo los recursos activos que queden en los sectores (al menos parcialmente) afectados. Me refiero especialmente a aquellos recursos que, durante un tiempo, quedan involuntariamente desempleados y que tendrán que ser reasignados a líneas de producción alternativas donde puedan encontrar un empleo fructífero (temporal o definitivo).

A modo de ejemplo, algunos restaurantes se mantienen abiertos contra viento y marea adaptando su oferta (por ejemplo, preparando comidas para el reparto a domicilio), reduciendo los costes en la medida de lo posible (despidiendo personal o reciclándolo directa o indirectamente —por ejemplo, para ser repartidores—) y ajustando sus obligaciones con los proveedores para minimizar las pérdidas y el consumo de capital. De este modo, los propietarios evitan tener que tirar por la borda años invertidos en la construcción de una reputación y la acumulación de equipos de capital muy valiosos y difíciles de reutilizar. Y esperan que, cuando las circunstancias cambien, estén mejor posicionados que sus competidores y tengan una gran ventaja competitiva a la hora de afrontar la nueva recuperación que se espera para el sector. Por el contrario, otros empresarios optarán por retirarse e «hibernar» cerrando temporalmente sus puertas, pero dejando las correspondientes instalaciones y contactos comerciales preparados para una reapertura en cuanto las circunstancias lo permitan. Otro grupo de empresarios —generalmente aquellos cuyos proyectos empresariales eran marginalmente menos rentables incluso en las condiciones previas a la pandemia— se verán obligados a cerrar definitivamente sus negocios y liquidar sus respectivos proyectos empresariales.

Todas estas actividades y decisiones empresariales pueden y deben tener lugar con relativa rapidez, y los costes deben minimizarse. Esto sólo será posible en una economía dinámicamente eficiente que fomente el libre ejercicio de la actividad empresarial y no lo obstruya con regulaciones perjudiciales (especialmente en el mercado laboral) e impuestos desalentadores. Evidentemente, no será el gobierno ni los funcionarios públicos quienes consigan tomar las decisiones más adecuadas en cada momento y en cada conjunto de circunstancias específicas de tiempo y lugar. Será, simplemente, un ejército de empresarios que, a pesar de todas las adversidades, desean seguir adelante y, con entereza y una confianza inquebrantable en un futuro mejor, siguen confiando en que, tarde o temprano, éste llegará.

En cuanto al triángulo que utilizamos para representar, de forma simplificada, la estructura productiva, lo máximo que podemos representar (véase el gráfico 3), suponiendo que no se produzca ningún cambio significativo en la tasa social de preferencia temporal, es una fluctuación horizontal de la hipotenusa, primero hacia la izquierda que muestra el impacto global de la disminución de la demanda experimentada en los sectores afectados (y por los proveedores de esos sectores), y luego hacia la derecha, a medida que se sustituye por nueva demanda durante el período de meses que tarda en volver la normalidad completa, y en la medida en que se recupera la mayor parte de la demanda monetaria perdida en esos sectores.

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Evidentemente, el gráfico no permite mostrar las innumerables decisiones empresariales y operaciones reales de inversión que dan lugar a la rápida y flexible fluctuación horizontal representada por las flechas de doble sentido. Sin embargo, el gráfico nos permite visualizar el grave riesgo que supone poner en marcha políticas que tienden a rigidizar la estructura productiva manteniendo empresas zombis que deberían ser liquidadas lo antes posible y dificultando, vía regulaciones e impuestos, que se produzca un rebote que empuje la hipotenusa de nuestro triángulo hacia la derecha. De hecho, la intervención fiscal y regulatoria puede fijar indefinidamente la estructura productiva real en la posición BB e impedir que rebote hacia la posición AA.

Ni que decir tiene que todos estos procesos de ajuste y recuperación rápidos requieren un mercado laboral muy ágil y flexible en el que sea posible despedir y recontratar personal con gran rapidez y a un coste mínimo. Hay que recordar que, a diferencia de lo que ocurrió en la Gran recesión de 2008 (y de lo que ocurre en general tras cualquier crisis financiera que sigue a un largo proceso de expansión crediticia), en la actual pandemia no partimos de una mala inversión generalizada de factores productivos (en el sector de la construcción, por ejemplo, como ocurrió en 2008) que pudiera justificar un gran volumen de desempleo estructural de larga duración. En cambio, ahora es posible reasignar la mano de obra y los factores productivos de forma rápida, sostenible y permanente, pero los correspondientes mercados de trabajo y de factores deben ser lo más libres y ágiles posible.

3. En tercer lugar, nos queda por analizar la posibilidad de que determinados cambios en los hábitos de consumo de la población se produzcan, se conviertan en permanentes y requieran modificaciones permanentes en la estructura productiva de la sociedad de las etapas de inversión en bienes de capital. Debemos señalar que en cualquier economía de mercado no controlada, la estructura productiva siempre se adapta de forma gradual y no traumática a los cambios en los gustos y necesidades de los consumidores. Es cierto que la pandemia puede acelerar el descubrimiento y la adopción definitiva por parte de la mayoría de los consumidores de ciertos nuevos hábitos de comportamiento (pertenecientes, por ejemplo, a la participación generalizada en el comercio electrónico, al mayor uso de ciertos métodos de pago y a la generalización de las videoconferencias en el mundo de los negocios y la educación, etc.). Sin embargo, en la práctica podemos estar exagerando el impacto de estos cambios supuestamente radicales, sobre todo si los comparamos con los cambios que han surgido, desde el inicio del siglo XXI, tanto de una globalización aún mayor del comercio y los intercambios como de la revolución tecnológica que la ha acompañado y hecho posible. Estos avances han permitido a cientos de millones de personas salir de la pobreza; miles de millones de personas (sobre todo de Asia y África) que hasta ahora permanecían fuera de los circuitos de producción y comercio distintivos de las economías de mercado se han incorporado a los flujos de producción. Así, las fuerzas productivas del capitalismo se han desatado como nunca antes en la historia de la humanidad. Y a pesar del peso de la intervención y la regulación estatal, que continuamente obstaculizan el progreso y le cortan las alas, la humanidad ha alcanzado el gran éxito social y económico de contar con 8.000 millones de personas y mantener un nivel de vida que hace tan sólo unas décadas no podía ni imaginarse.8 Desde esta perspectiva, deberíamos dar menos importancia al impacto a largo plazo de la actual pandemia en un contexto de cambios mucho más grandes y profundos a los que las economías de mercado se adaptan constantemente sin mayores dificultades. De ahí que debamos volver a centrar nuestro análisis en el estudio de los efectos a corto y medio plazo de la actual pandemia, ya que, debido a su mayor proximidad, podemos considerarlos más significativos en este momento.

1.3 Incertidumbre y demanda de dinero

Para concluir la primera parte de este trabajo, vamos a considerar ahora el impacto de la incertidumbre que ha provocado la pandemia. Al adoptar este enfoque, mi principal propósito es destacar, como veremos en la parte final, el hecho de que esta incertidumbre ha llevado a promover aún más las políticas de intervención fiscal y (especialmente) monetaria, tan extremadamente laxas que no tienen precedentes históricos, suponen una grave amenaza y pueden seguir teniendo graves consecuencias una vez que la actual pandemia haya terminado.

Inicialmente, el impacto de una pandemia sobre la incertidumbre y, por tanto, sobre la demanda de dinero puede oscilar entre dos extremos opuestos. Una pandemia puede ser tan virulenta que, como vimos en el caso de la peste bubónica en Florencia a mediados del siglo XIV, que tan bien describe Boccaccio en el Decamerón, más que incertidumbre, da a una franja muy amplia de la población la certeza de que sus días están contados y que, por tanto, su esperanza de vida se ha reducido drásticamente. En tales circunstancias, es comprensible que la demanda de dinero se desplome y que el dinero pierda gran parte de su poder adquisitivo en un contexto en el que nadie desea desprenderse de bienes o prestar servicios cuya producción ha disminuido en gran medida, y la mayoría desea consumirlos lo antes posible.

Más interés analítico tienen ahora las pandemias como la actual, que son mucho menos virulentas y en las que, aunque la supervivencia de la mayoría de la población no está en peligro, sí aumenta la incertidumbre, sobre todo en los primeros meses, respecto a la amplitud, la evolución y el ritmo de la propagación y sus efectos económicos y sociales. Los saldos de tesorería son el medio por excelencia para hacer frente a la incertidumbre inerradicable del futuro, ya que permiten a los agentes económicos y a los hogares mantener todas sus opciones abiertas y, por tanto, adaptarse con gran rapidez y facilidad a cualquier situación futura una vez que ésta surja. Por lo tanto, es comprensible que el aumento natural de la incertidumbre derivado de la actual pandemia haya ido acompañado de un aumento de la demanda de dinero y, por lo tanto, en igualdad de condiciones, de su poder adquisitivo. El gráfico 4 puede ayudarnos a visualizarlo. El gráfico contiene varios diagramas triangulares que representan la estructura productiva en términos de demanda de dinero. Estos diagramas representan el efecto del aumento de la demanda de dinero como: un movimiento uniforme de la hipotenusa hacia la izquierda cuando la tasa de preferencia temporal no cambia (diagrama a), un movimiento hacia la izquierda que refleja una mayor inversión relativa cuando los saldos de efectivo se acumulan disminuyendo el consumo (diagrama b), y un movimiento hacia la izquierda que refleja un mayor consumo relativo cuando el nuevo dinero se acumula vendiendo bienes de capital y activos financieros pero no reduciendo el consumo (diagrama c).

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Tres posibles efectos ejercidos sobre la estructura productiva por el aumento de la demanda de dinero derivado de la pandemia:

Aunque cualquiera de estos tres efectos es teóricamente posible, lo más probable es que en las circunstancias actuales se haya producido una combinación de ellos, en particular de las situaciones reflejadas en los diagramas a y b. De ahí que podamos superponer estos diagramas a los que analizamos a partir de los gráficos de las secciones anteriores. Para facilitar la comprensión de esos gráficos iniciales y su examen por separado, no consideramos los efectos de un posible aumento de la demanda de dinero, que ahora incluimos en nuestro análisis. Hay tres puntos importantes a tener en cuenta en relación con el aumento de la incertidumbre y de la demanda de dinero derivado de la pandemia.

En primer lugar, el aumento de la incertidumbre (y el consiguiente aumento de la demanda de dinero) es temporal y de duración relativamente corta, ya que tenderá a revertirse en cuanto empecemos a ver la luz al final del túnel y surjan expectativas de mejora. Por lo tanto, no será necesario esperar a que hayamos superado completamente la pandemia (unos dos años). Antes de eso, se producirá un retorno gradual a los niveles «normales» de incertidumbre; los movimientos representados en los diagramas a, b y c, cambiarán de dirección, y la estructura productiva en términos monetarios volverá a su estado anterior.

En segundo lugar, a medida que los nuevos saldos monetarios se acumulan por la reducción de la demanda de bienes de consumo (diagramas a y b) —y esto ciertamente ocurre en los sectores más afectados por las restricciones a la movilidad (turismo, hostelería, etc.)—, esta menor demanda monetaria de bienes de consumo tenderá a dejar sin vender un volumen importante de los mismos. De este modo, se podrá hacer frente tanto a la ralentización de su producción (derivada de los inevitables cuellos de botella y del mayor o menor confinamiento de sus productores) como a la demanda derivada de la necesidad de seguir consumiendo experimentada por todas las personas que dejaron de trabajar total o parcialmente durante los primeros meses de impacto de la pandemia. Por lo tanto, el aumento de la demanda de dinero sirve de importante amortiguador respecto al shock de oferta que se produce en la producción de bienes de consumo como consecuencia del confinamiento obligatorio. De este modo, se evita que los precios relativos de estos bienes se disparen, lo que perjudicaría gravemente a los sectores más amplios de la población.

En tercer y último lugar, debemos señalar que el intervencionismo monetario, fiscal y tributario de los gobiernos y bancos centrales puede aumentar aún más la incertidumbre y, de hecho, puede prolongarla más allá de lo estrictamente necesario y de lo que la pandemia por sí sola hubiera requerido. Sin duda, y como veremos con más detalle en el tercer apartado, los gobiernos y los bancos centrales pueden crear un clima adicional de desconfianza empresarial que dificulte la rápida recuperación del mercado y obstaculice el proceso empresarial de vuelta a la normalidad. De este modo, sería posible incluso reproducir el bucle de retroalimentación perverso que estudio detenidamente en mi artículo «La japonización de la Unión Europea «.9 En este bucle perverso, la inyección masiva de oferta monetaria y la bajada de los tipos de interés a cero por parte de los bancos centrales no producen ningún efecto perceptible en la economía y son contraproducentes. Esto se debe a que son neutralizados por el aumento simultáneo de la demanda de dinero que se deriva del coste de oportunidad cero de mantener activos líquidos y, especialmente, del aumento adicional de la incertidumbre causado por las propias políticas de endurecimiento de la regulación económica, el bloqueo de las reformas estructurales pendientes, el aumento de los impuestos, el intervencionismo y la falta de control fiscal y monetario.

2. Pandemias: Burocracia gubernamental sistemática y coerción frente a coordinación social espontánea

2.1. El teorema de la imposibilidad del socialismo y su aplicación a la crisis actual

La reacción de los distintos gobiernos y poderes públicos del mundo (y en particular los de mi país, España) ante la aparición y evolución de la pandemia del Covid-19, las medidas intervencionistas que han tomado una tras otra, y el seguimiento de los efectos de estas medidas, ofrecen una oportunidad única a cualquier teórico económico que quiera observar, comprobar y aplicar a un caso histórico muy cercano y significativo para nosotros el contenido esencial y las principales implicaciones del «teorema de la imposibilidad del socialismo» formulado por primera vez por Ludwig von Mises hace cien años.10 Es cierto que el colapso de la antigua Unión Soviética y del socialismo real, junto con la crisis del Estado del bienestar, ya había ilustrado suficientemente el triunfo del análisis austriaco en el debate histórico sobre la imposibilidad del socialismo. Sin embargo, el trágico estallido de la pandemia de Covid-19 nos ha proporcionado un ejemplo más de la vida real —en este caso uno mucho más cercano a nosotros y más concreto— que ilustra y confirma magníficamente lo que la teoría sostiene, a saber: que es teóricamente imposible que un planificador central otorgue una cualidad coordinadora a sus órdenes, independientemente de lo necesarias que parezcan estas órdenes, de lo noble que sea su objetivo o de la buena fe y el esfuerzo que se dedique a conseguirlo con éxito.11

El impacto mundial de la actual pandemia, que ha afectado a todos los países con independencia de su tradición, cultura, riqueza o sistema político, pone de manifiesto la aplicabilidad general del teorema descubierto por Mises (que podríamos denominar acertadamente «teorema de la imposibilidad del estatismo») a cualquier medida coercitiva e intervencionista que utilice el Estado. Es cierto que las medidas intervencionistas adoptadas por los distintos gobiernos difieren considerablemente. Sin embargo, aunque algunos gobiernos hayan gestionado la crisis mejor que otros, las diferencias han sido en realidad más de grado que de tipo, ya que los gobiernos no pueden desvincularse de la coerción esencial en su propio ADN. De hecho, la coerción es su característica más fundamental, y siempre que la ejercen, y precisamente en la medida en que la ejercen, aparecen inevitablemente todos los efectos negativos que predice la teoría. Por lo tanto, no se trata sólo de que unas autoridades sean más ineptas que otras (aunque ciertamente es el caso de España12 ). Se trata más bien de que todas las autoridades están condenadas a fracasar cuando insisten en coordinar la sociedad mediante el uso del poder y los mandatos coercitivos. Y éste es quizás el mensaje más importante que la teoría económica debe transmitir a la población: Los problemas surgen invariablemente del ejercicio del poder estatal coercitivo, independientemente de lo bien que lo haga el político de turno.

Aunque este artículo trata en general del análisis económico de las pandemias, nos centraremos casi exclusivamente en las implicaciones de la actual pandemia a la luz del «teorema de la imposibilidad del estatismo-socialismo». La razón de ello es doble: En primer lugar, desde el punto de vista de cualquier lector contemporáneo, la pandemia actual es más cercana en el tiempo y tiene un impacto personal. En segundo lugar, los modelos de intervención empleados en otras pandemias están ya bastante alejados de nosotros en la historia, y aunque podemos identificar muchos de los mismos fenómenos que hemos observado recientemente (como la manipulación de la información por parte de las potencias aliadas durante la pandemia de gripe de 1918, mal llamada gripe «española» precisamente por eso), es evidente que hoy ofrecen menos valor añadido como ilustración del análisis teórico.

Como explico detalladamente en mi libro Socialismo, cálculo económico y función empresarial, en particular en el capítulo 3, que se aplica directamente aquí13 3 la ciencia económica ha demostrado que es teóricamente imposible que el Estado funcione de forma dinámicamente eficiente, ya que está perpetuamente inmerso en una ignorancia inerradicable que le impide infundir una cualidad coordinadora a sus mandos. Esto se debe principalmente a los cuatro factores que se enumeran a continuación de menor a mayor importancia:

En primer lugar, para coordinarse realmente con sus mandos, el Estado necesitaría un enorme volumen de información y conocimiento, no principalmente técnico o científico, aunque también lo necesitaría, sino el conocimiento de innumerables circunstancias específicas y personales de tiempo y lugar (conocimiento «práctico»). En segundo lugar, esta información o conocimiento vital es esencialmente subjetivo, tácito, práctico e inarticulado, por lo que no puede ser transmitido a la agencia estatal de planificación y toma de decisiones centralizada. En tercer lugar, este conocimiento o información no está dado ni es estático, sino que cambia continuamente como resultado de la capacidad creativa innata del ser humano y de la fluctuación constante de las circunstancias que le rodean. El impacto de esto en las autoridades es doble: Llegan siempre tarde, porque una vez digerida la escasa y sesgada información que reciben, ésta ya ha quedado desfasada; y no pueden dar en el clavo con sus mandatos para el futuro, ya que éste depende de una información práctica que aún no ha surgido porque todavía no ha sido creada. Y finalmente, en cuarto lugar, recordemos que el Estado es coerción (esa es su característica más fundamental), y por tanto, cuando impone sus mandatos por la fuerza en cualquier ámbito de la sociedad, obstaculiza e incluso bloquea la creación y el surgimiento de precisamente el conocimiento o la información que el Estado necesita desesperadamente para dar una calidad coordinadora a sus mandatos. De ahí la gran paradoja del intervencionismo estatista, ya que tiende invariablemente a producir resultados opuestos a los que pretende conseguir.14 Típicamente, y a gran escala, vemos el surgimiento, a diestra y siniestra, de desajustes y descoordinaciones; acciones sistemáticamente irresponsables por parte de las autoridades (que ni siquiera se dan cuenta de lo ciegas que están respecto a la información que no poseen y al verdadero costo de sus decisiones); escasez constante, desabastecimiento y mala calidad en los recursos que las autoridades intentan movilizar y controlar; la manipulación de la información para reforzarse políticamente; y la corrupción de los principios esenciales del estado de derecho. Desde el estallido de la pandemia y la movilización del Estado para combatirla, hemos observado todos estos fenómenos, que han surgido inevitablemente, uno tras otro, en forma de cadena. Y repito, estos fenómenos no surgen de la mala praxis de los poderes públicos, sino que son intrínsecos a un sistema basado en el uso sistemático de la coacción para planificar y tratar de resolver los problemas sociales.

Como ejemplo, recomiendo a los lectores que estudien, a la luz del análisis teórico que estamos comentando sobre la imposibilidad del estatismo, el artículo de investigación «El libro blanco de la pandemia»15 , escrito por José Manuel Romero y Oriol Güell. Este artículo ilustra, paso a paso, la práctica totalidad de las insuficiencias y carencias del estatismo, aunque los autores, periodistas de profesión, crean ingenuamente que su descripción de los hechos servirá para evitar que se cometan los mismos errores en el futuro. No comprenden que los errores en cuestión no tienen su origen principalmente en errores políticos o de gestión, sino en la propia lógica del sistema estatal de regulación, planificación y coerción, que siempre, de una u otra manera, desencadena los mismos efectos de descoordinación, ineficacia e injusticia. Como un ejemplo entre otros muchos, podríamos citar la cronología de los hechos, que los autores han reconstruido perfectamente, y las preciosas semanas que se perdieron cuando, a partir del 13 de febrero de 2020, los médicos del hospital público Arnau de Vilanova de Valencia lucharon sin éxito para obtener la autorización de las autoridades sanitarias autonómicas (y nacionales) para realizar las pruebas de coronavirus en las muestras que habían tomado de un paciente de sesenta y nueve años que había fallecido con síntomas que sospechaban podían haber sido causados por el Covid-19. Pero se encontraron con una dura realidad: Los organismos centrales de planificación sanitaria correspondientes (la Consejería de Sanidad de Madrid y la Consejería de Sanidad de la Comunidad Autónoma) denegaron reiteradamente la autorización de las pruebas, ya que el paciente sospechoso de estar infectado (que, muchas semanas después, se demostró que había fallecido a causa del Covid-19) no cumplía las condiciones que las autoridades habían establecido anteriormente (el 24 de enero), a saber: haber viajado a Wuhan en los catorce días anteriores a la aparición de los síntomas o haber estado en contacto con personas diagnosticadas con la enfermedad. Evidentemente, en un sistema descentralizado de libre empresa en el que no se hubiera restringido la creatividad y la iniciativa de los actores implicados, no se habría producido este monumental error y habríamos obtenido un conocimiento de varias semanas clave. Habríamos sabido que el virus ya circulaba libremente por España y habríamos podido conocer medidas preventivas y formas de combatir la pandemia. (Por ejemplo, habría sido posible cancelar, entre otras, las manifestaciones feministas del 8 de marzo).

También es muy destacable el notable libro de Mikel Buesa (que ya hemos citado16 ) en cuanto a la presentación (especialmente en las páginas 118 y siguientes) de la letanía de errores, descoordinación, corrupción, manipulación de la información, violaciones de derechos y mentiras que, natural e inevitablemente, han surgido de la actividad, a distintos niveles, del Estado al intentar hacer frente a la pandemia. Por ejemplo, «...los fabricantes españoles interpretaron, comprensiblemente, las órdenes de incautación de material sanitario como un ataque a sus intereses comerciales, y el resultado fue la paralización de la producción y de las importaciones» (p. 109) justo cuando más urgente era salvaguardar la salud de los médicos y del personal sanitario, que acudían a trabajar cada día sin las medidas de protección necesarias. Asimismo, las incautaciones en las aduanas por orden del Estado provocaron la pérdida de pedidos de millones de mascarillas cuando los proveedores correspondientes prefirieron enviarlas a otros clientes por temor a que el gobierno pudiera confiscar la mercancía (ibíd.). También se dio el caso —uno entre muchos— del fabricante gallego cuyos materiales fueron congelados en un almacén por orden del Estado, pero nadie los reclamó (pp. 110-111). Además, estaban las empresas españolas especializadas en la fabricación de pruebas de PCR cuyas existencias y producción fueron requisadas por el Estado y, en consecuencia, estas empresas no pudieron producir más de 60.000 pruebas de PCR cada día ni satisfacer la demanda nacional y extranjera (p. 119). Y a ello se sumó el cuello de botella derivado de la falta de bastoncillos de algodón para la recogida de muestras, problema que podría haberse resuelto inmediatamente si se hubiera permitido a los productores españoles operar libremente (p. 114). También la escasez generalizada que dominó el mercado de las mascarillas, los geles de manos y los guantes de nitrilo como consecuencia de la regulación estatal y la fijación de precios máximos, y todo ello durante los meses de más rápida propagación del virus (p. 116).17 Y de los 971 millones de unidades de diferentes productos (mascarillas, guantes, batas, dispositivos de respiración, equipos de diagnóstico, etc.) adquiridos desde el mes de marzo, sólo 226 millones se habían distribuido realmente en septiembre de 2020, mientras que el resto languidecía en el almacenamiento en numerosos almacenes (p. 118). Y la lista sigue y sigue, en un catálogo interminable que más bien se asemeja a la descripción de las ineficiencias sistemáticas que existieron en la producción y la distribución en la antigua Unión Soviética durante el siglo XX y que llevaron al colapso definitivo del régimen comunista a partir de 1989.18 Y repito, todo ello se ha debido no a la falta de trabajo, de gestión o incluso de buena fe de nuestras autoridades, sino a su falta de los conocimientos más fundamentales de economía (y ello a pesar de que hay profesores de filosofía e incluso doctores en economía al frente de nuestro gobierno). Por ello, no debe sorprendernos que, en un momento de máxima urgencia y gravedad, hayan optado —como hacen siempre las autoridades, pues ese es precisamente su papel en el marco del Estado— por la coacción, la regulación, la confiscación, etc. en lugar de por la libertad de empresa, de producción y de distribución y por apoyar en lugar de obstaculizar la iniciativa privada y el libre ejercicio de la actividad empresarial.

2.2. Otros efectos colaterales del estatismo predichos por la teoría

Además de las consecuencias básicas de los desajustes, la descoordinación, las acciones irresponsables y la falta de cálculo económico, el estatismo provoca todo tipo de efectos negativos adicionales que también se tratan en el capítulo 3 de mi libro Socialismo, cálculo económico y función empresarial.19 Otra característica típica del estatismo y de las autoridades que lo encarnan es el intento de aprovechar las crisis —en este caso la que ha provocado la pandemia— no sólo para aferrarse al poder sino (y sobre todo) para aumentar aún más su poder haciendo propaganda política para manipular e incluso engañar sistemáticamente a la ciudadanía con ese fin.20 Por ejemplo, cuando se produjo la pandemia, las autoridades chinas trataron inicialmente de ocultar el problema persiguiendo y acosando a los médicos que habían dado la voz de alarma. Más tarde, las autoridades lanzaron una descarada campaña de encubrimiento, falta de transparencia y supresión de muertes que ha durado al menos hasta el presente, ya que en el momento de escribir este artículo (enero de 2021), más de un año después del estallido de la pandemia, el gobierno chino aún no ha permitido que la comisión internacional organizada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) entre en el país y realice una investigación independiente sobre el verdadero origen de la pandemia.

En lo que respecta al Estado español, los trabajos citados documentan múltiples mentiras que se han difundido de forma deliberada y sistemática en forma de propaganda política para manipular y engañar a los ciudadanos para que no puedan valorar el verdadero coste de la gestión del gobierno. De estas mentiras, me gustaría destacar las siguientes, por su importancia: En primer lugar, el verdadero número de muertos. (Según Mikel Buesa, sólo se ha informado del 56,4% de un total, hasta la fecha, cercano a los 90.000 -p. 76-). Segundo, el número total de personas realmente infectadas (que, dependiendo de la fase de la pandemia, varía entre cinco y diez veces el número de casos notificados). Y tercero, los datos falsos, inflados en un 50 por ciento, que el gobierno proporcionó deliberadamente al Financial Times a finales de marzo de 2020 sobre el número de pruebas de PCR administradas (355.000 en lugar de las 235.000 reales), cifras que el propio gobierno utilizó después públicamente para presumir de que España era uno de los países con más pruebas realizadas (véase, por ejemplo, la p. 113 del libro de Buesa).

Debemos tener en cuenta que los Estados en general y sus gobiernos en particular se centran invariablemente en la consecución de sus objetivos de forma extensiva y voluntarista21 . «Voluntarista» ya que esperan lograr los fines que se proponen mediante la mera voluntad coercitiva en forma de mandatos y reglamentos. «Extensiva» puesto que la consecución de los objetivos perseguidos se juzga sólo en función de los parámetros más fácilmente medibles —en este caso, el número de muertos, que, curiosamente, ha sido infravalorado a casi la mitad en las estadísticas oficiales, como hemos visto—. Y en cuanto a la prostitución de la ley y la justicia, otro efecto colateral típico del socialismo,22 Buesa documenta con detalle el abuso de poder y el uso indebido e inconstitucional del estado de alarma, cuando lo adecuado hubiera sido declarar un verdadero estado de excepción, con todas las protecciones contra el control gubernamental que establece la Constitución. De este modo, se incumplió tanto el «Estado de Derecho» como el contenido fundamental de la Constitución (Buesa, pp. 96-108 y 122).

Merece una mención especial todo el coro de científicos, «expertos» e intelectuales que dependen y son cómplices del Estado. Dependen del poder político y se dedican a dar un supuesto apoyo científico a todas las decisiones que emanan de él. De este modo, utilizan el halo de la ciencia para desarmar a la sociedad civil y dejarla indefensa. De hecho, la «ingeniería social» o el socialismo cientificista es una de las manifestaciones más típicas y perversas del estatismo, ya que, por un lado, pretende justificar la idea de que los expertos, por su supuesta mayor formación y conocimiento, tienen derecho a dirigir nuestras vidas; y por otro, pretende bloquear cualquier queja u oposición con la simple mención del supuesto respaldo de la ciencia. En resumen, los gobiernos nos hacen creer que, en virtud del supuesto mayor conocimiento y superioridad intelectual de sus asesores científicos con respecto a los ciudadanos de a pie, los gobiernos tienen derecho a moldear la sociedad a su gusto mediante mandatos coercitivos. En otro lugar23 he escrito sobre la letanía de errores desencadenados por esta «borrachera de poder», alimentada por el fatal engreimiento de «expertos» y técnicos. A su vez, el origen de este engreimiento fatal radica en el error fundamental de creer que la información dispersa y práctica que los actores del proceso social crean y transmiten constantemente puede llegar a conocerse, articularse, almacenarse y analizarse de forma centralizada a través de medios científicos, y esto es imposible tanto en la teoría como en la práctica.24

2.3. Pandemias: sociedad libre y economía de mercado

No podemos saber a priori cómo haría frente a una pandemia tan grave como la actual una sociedad libre que no estuviera sometida a la coacción sistemática del intervencionismo estatal. Como ahora, la sociedad sentiría sin duda un profundo impacto en los ámbitos de la salud y la economía. Sin embargo, la reacción de la sociedad descansaría claramente en la creatividad empresarial. La búsqueda de soluciones y los esfuerzos realizados para detectar y superar los problemas a medida que fueran surgiendo serían dinámicamente eficaces. Es precisamente esta fuerza de la creatividad empresarial la que nos impide conocer los detalles de las soluciones que se adoptarían, ya que la información empresarial que aún no se ha creado —porque la coacción monopolística del Estado ha impedido su creación— no puede conocerse hoy, aunque, al mismo tiempo, podemos estar seguros de que los problemas tenderían a ser detectados y resueltos con gran agilidad y eficacia.25 En otras palabras, como venimos analizando, los problemas se manejarían de manera exactamente opuesta a lo que vemos con el Estado y la acción combinada de sus políticos y burócratas, independientemente de la buena fe y el trabajo que pongan en sus esfuerzos. Y aunque no podemos ni siquiera imaginar la inmensa variedad, riqueza e ingenio que se reuniría para combatir los problemas derivados de una pandemia en una sociedad libre, tenemos numerosos indicios que nos dan al menos una idea aproximada del escenario completamente diferente que surgiría en un entorno libre de coacción estatal.26

Por ejemplo, en lugar del confinamiento total y omnicomprensivo —y la obligada paralización económica asociada a él— (que, no debemos olvidar, se originó nada menos que en la China comunista), en una sociedad libre, las medidas que predominarían serían mucho más descentralizadas, desagregadas y de carácter «micro», como el confinamiento selectivo de zonas residenciales (privadas), barrios, edificios, empresas, residencias de ancianos, etc. En lugar de la censura ejercida durante las semanas clave del inicio de la pandemia (y el acoso a quienes la revelaron), la información se transmitiría libre y eficazmente a gran velocidad. En lugar de la lentitud y la torpeza en el seguimiento, mediante pruebas, de los posibles casos, desde el principio los empresarios y propietarios de hospitales, residencias, aeropuertos, estaciones, medios de transporte, etc. introducirían, en su propio interés y en el de sus clientes, estas pruebas de forma inmediata y con gran agilidad. En una sociedad y un mercado libres, no se producirían desabastecimientos y embotellamientos agudos, salvo en ocasiones muy aisladas. No se desaconsejaría el uso de mascarillas (cuando medio mundo ya las utiliza con buenos resultados), ni se impondría después frenéticamente en cualquier situación. El ingenio empresarial se centraría en probar, descubrir e innovar soluciones de forma policéntrica y competitiva, y no, como ocurre ahora, en bloquear y amortiguar la mayor parte del potencial creativo de la humanidad mediante una planificación centralizada monopolística del Estado.27 Y no hace falta que mencione la enorme ventaja de la iniciativa individual y de la empresa privada, ni lo diferentes que son a la hora de investigar y descubrir remedios y vacunas, ya que incluso en las circunstancias actuales, los Estados se han visto obligados a recurrir a ellas para obtener estas cosas con rapidez ante el estrepitoso fracaso de sus pomposos y bien financiados institutos públicos de investigación para ofrecer soluciones eficaces y oportunas.28 Lo mismo podría decirse de la mucho mayor agilidad y eficiencia de las redes sanitarias privadas (compañías de seguros médicos, hospitales privados, instituciones religiosas, fundaciones de todo tipo, etc.), que tienen la posibilidad adicional de expandirse mucho más rápidamente y con mucha más elasticidad en tiempos de crisis. (Como ejemplo, recordemos que en España, curiosamente, casi el 80 por ciento de los propios funcionarios públicos —incluida la vicepresidenta del gobierno socialista— eligen libremente la sanidad privada frente a la pública, mientras que a sus conciudadanos se les niega injustamente esa opción; y aun así, al menos el 25 por ciento de ellos hace el sacrificio de pagar el coste adicional de una póliza sanitaria privada). Y así sucesivamente...29

2.4. El servilismo y la obediencia de los ciudadanos

Para concluir este apartado, quizá sea conveniente preguntarse por qué, a pesar de todas las insuficiencias, carencias y contradicciones inherentes a la gestión del Estado que han sido puestas de manifiesto por el análisis económico30 , la mayoría de los ciudadanos, seducidos por sus políticos y autoridades públicas, siguen obedeciéndoles con tanta disciplina como resignación. Cuando apareció su Discurso de la servidumbre voluntaria, allá por 1574, Etienne de la Boétie31 identificó cuatro factores para explicar el servilismo de los ciudadanos hacia los gobernantes y las autoridades, y estos factores siguen teniendo plena vigencia aún hoy: la costumbre de obedecer que, aunque de origen tribal y familiar, se extrapola a toda la sociedad; la perenne autopresentación de las autoridades políticas con un sello «sagrado» (en el pasado, la elección divina; hoy, la soberanía popular y el apoyo democrático) que legitimaría la supuesta obligación de obedecer; la perpetua creación de un amplio grupo de incondicionales (en el pasado, los miembros de la guardia pretoriana; hoy, los expertos, los funcionarios, etc.) que dependen del establishment político para su subsistencia y lo apoyan, sostienen y respaldan constantemente; en definitiva, la compra del apoyo popular mediante la concesión continua de subsidios (en el pasado, estipendios y premios; hoy, por ejemplo, prestaciones del astutamente llamado «estado del bienestar»), que hacen a los ciudadanos progresiva e irreversiblemente dependientes del establishment político. Si a esto añadimos el miedo (incitado por el propio Estado) que lleva a la gente a reclamar a las autoridades que hagan algo, especialmente en tiempos de crisis graves (guerras, pandemias), podemos entender cómo creció y se reforzó el comportamiento servil de los ciudadanos, especialmente en este tipo de situaciones. Pero en cuanto comenzamos cualquier estudio en profundidad desde un punto de vista teórico o filosófico, queda claro que la autoridad especial atribuida al Estado carece de legitimidad moral y ética. Muchos han demostrado que esto es cierto, como Michael Huemer en su libro El problema de la autoridad política.32 Obviamente, no podemos profundizar aquí en este grave problema, que sin duda está en la raíz de la principal crisis social de nuestro tiempo (y, en cierto sentido, de todos los tiempos). Sin embargo, en el marco de nuestro análisis económico de las pandemias, lo que sí podemos constatar es que existe un «virus» aún más mortífero que el que desencadenó la actual pandemia, y no es otro que el estatismo «que infecta el alma humana y se ha extendido a todos nosotros».33

3. La pandemia como pretexto para una creciente falta de control fiscal y monetario por parte de los gobiernos y los bancos centrales

3.1. La eficiencia dinámica como condición necesaria y suficiente para que la economía se recupere de una pandemia

Cualquier economía afectada por una pandemia requiere una serie de condiciones que, en un primer momento, permitan a la economía adaptarse a las nuevas circunstancias con el menor coste posible y, una vez superada la pandemia, permitan iniciar una recuperación saludable y sostenible. En la primera parte de este trabajo, consideramos los posibles efectos estructurales que podrían derivarse de una pandemia a corto, medio y, eventualmente, largo plazo y el papel que el aumento natural de la incertidumbre (provocado por la pandemia) juega inicialmente en el incremento de la demanda de dinero y de su poder adquisitivo: En el contexto de un confinamiento (sectorial o general) en el que se paraliza temporalmente la actividad productiva, es especialmente importante que se produzca una disminución de la demanda que la acompañe, para liberar bienes y servicios de consumo y que todas las personas que se ven obligadas a suspender su actividad productiva o laboral puedan seguir consumiendo lo mínimo que necesitan. En otras palabras, el aumento de los saldos de caja y la caída de los precios nominales facilitan la adaptación de los consumidores y los agentes económicos a las circunstancias difíciles y, al mismo tiempo, permiten que todos ellos respondan rápidamente una vez que pueden ver la luz al final del túnel y la confianza comienza a regresar. En cualquier caso, la economía debe ser «dinámicamente eficiente»34 si quiere descubrir las oportunidades que empiezan a surgir y hacer posible que se aprovechen y que la recuperación se ponga en marcha. Las condiciones para la eficiencia dinámica están dadas por todo aquello que permita y facilite el libre ejercicio de la iniciativa empresarial (tanto creativa como de coordinación) por parte de todos los agentes económicos, de forma que sean capaces de canalizar los recursos económicos disponibles hacia proyectos de inversión nuevos, rentables y sostenibles, centrados en la producción de bienes y servicios que satisfagan las necesidades de los ciudadanos y sean demandados por ellos de forma independiente a corto, medio y largo plazo. En un entorno como el actual, de economías fuertemente controladas, el proceso por el que se forman y fijan los precios propios del sistema de libre empresa debe discurrir con fluidez y agilidad. Para ello, hay que liberalizar al máximo los mercados, especialmente el del trabajo y otros factores productivos, eliminando todas las regulaciones que rigidizan la economía. Además, es imprescindible que el sector público no dilapide los recursos que las empresas y los agentes económicos necesitan, primero, para hacer frente a los estragos de la pandemia y sobrevivir y, después, cuando las cosas mejoren, para hacer uso de todos sus ahorros y recursos ociosos disponibles para lograr la recuperación. Por ello, es imprescindible proceder a una reducción general de impuestos que deje el mayor número posible de recursos en los bolsillos de los ciudadanos y, sobre todo, que rebaje al máximo cualquier impuesto sobre los beneficios empresariales y la acumulación de capital. Hay que recordar que los beneficios son la señal fundamental que guía a los empresarios en su imprescindible, creativa y coordinadora labor. Los beneficios les dirigen para detectar, emprender y completar proyectos de inversión rentables y sostenibles que generen empleo estable. Y es necesario promover, en lugar de castigar fiscalmente, la acumulación de capital si queremos beneficiar a las clases trabajadoras y, en particular, a las más vulnerables. Esto es así porque los salarios que perciben están determinados en última instancia por su productividad, que será mayor cuanto mayor sea el volumen de capital per cápita en forma de bienes de equipo que los empresarios pongan a su disposición en cantidad y sofisticación cada vez mayores. En cuanto al mercado de trabajo, hay que evitar cualquier tipo de regulación que disminuya la oferta, la movilidad y la plena disponibilidad de la mano de obra para volver a trabajar rápidamente y sin problemas en nuevos proyectos de inversión. Así, son especialmente perjudiciales: la fijación de salarios mínimos; la rigidización y sindicalización de las relaciones laborales dentro de las empresas; la obstaculización y, sobre todo, la prohibición legal del despido; y la creación de subsidios y subvenciones (en forma de planes de ajuste temporal de la mano de obra, prestaciones por desempleo y programas de renta mínima garantizada). La combinación de estas medidas puede desanimar a la gente a buscar trabajo y a querer encontrarlo si se hace evidente que para muchos la opción más ventajosa es vivir de los subsidios, participar en la economía sumergida y evitar trabajar oficialmente.35 Todas estas medidas y reformas estructurales deben ir acompañadas de la necesaria reforma del Estado del bienestar. Hay que devolver la responsabilidad de las pensiones, la sanidad y la educación a la sociedad civil, permitiendo a quienes lo deseen externalizar sus prestaciones al sector privado mediante la correspondiente deducción fiscal. (Como señalamos en el último apartado, cada año, casi el 80% de los millones de funcionarios españoles eligen libremente la sanidad privada frente a la pública. Debe haber una razón para ello...)

Por lo tanto, el enfoque económico-político más adecuado o la hoja de ruta para hacer frente a una pandemia y, sobre todo, para recuperarse de ella, está bastante claro. Algunos de sus principios esenciales son ampliamente conocidos, y otros son un «secreto a voces», especialmente para todos aquellos que caen en la trampa de alimentar la demagogia populista creando expectativas falsas e inalcanzables entre una población tan asustada y desorientada como cabe esperar durante una pandemia.26

3.2. El agotamiento de la política monetaria extremadamente laxa en los años anteriores a la pandemia

Centrémonos ahora en la actual pandemia del Covid-19, que venimos analizando y utilizando como ejemplo principal en este trabajo. Podríamos destacar una peculiaridad muy significativa que condiciona e impacta la evolución económica futura de la pandemia más negativamente de lo que sería necesario. En efecto, esta pandemia surgió y se extendió por todo el mundo a partir de 2020 en un contexto en el que los bancos centrales de todo el mundo ya habían iniciado una política monetaria extremadamente laxa, de tipos de interés cero o incluso negativos, y de inyecciones monetarias como, por su grado de intensidad, por su carácter generalizado y por la coordinación internacional implicada, no se había visto nunca en la historia económica de la humanidad. Esta política ultralaxa había sido adoptada muchos meses o incluso años antes de que se produjera la pandemia, y los bancos centrales la habían empleado con la excusa, primero, de ayudar a la incipiente recuperación tras la Gran Recesión de 2008 y, después, de hacer frente a las supuestas o reales incertidumbres que invariablemente surgen de vez en cuando (el proteccionismo populista de Trump, el Brexit, etc.).

En mi artículo sobre «La japonización de la Unión Europea»37 , explico que las políticas monetarias extremadamente laxas aplicadas por los bancos centrales antes de la aparición de la pandemia han tenido un efecto contraproducente. Por un lado, es obvio que no han conseguido impulsar los precios cerca del 2%. De hecho, la inyección masiva de dinero ha sido neutralizada en gran medida, en un entorno de gran rigidez e incertidumbre institucional, por un aumento generalizado de la demanda de dinero por parte de los agentes económicos, ya que el coste de oportunidad de mantener saldos en efectivo se ha reducido a cero. Además, no se abren oportunidades claras de inversión sostenible en un entorno de constante regulación e intervencionismo económico que lastra las expectativas de beneficio e impide recuperar plenamente la confianza perdida a partir de la Gran Recesión de 2008. Como consecuencia, tampoco se ha podido completar la necesaria rectificación de todos los errores de inversión cometidos durante los años de burbuja y expansión crediticia anteriores a 2008. Por otra parte, en el momento en que los bancos centrales pusieron en marcha sus políticas de inyecciones monetarias masivas, flexibilización cuantitativa y tipos de interés cero, eliminaron ipso facto cualquier incentivo que los distintos gobiernos (de España, Italia, Francia, etc.) pudieran haber tenido para introducir o llevar a cabo las reformas económicas, regulatorias e institucionales pendientes, imprescindibles para fomentar un entorno de confianza en el que los empresarios estén libres de restricciones y obstáculos innecesarios y puedan dedicarse a poner en práctica su creatividad y a realizar inversiones a largo plazo que proporcionen puestos de trabajo sostenibles. En efecto, ¿qué gobierno va a asumir el elevado coste político de, por ejemplo, sanear sus cuentas y liberalizar el mercado laboral si, de facto, independientemente del déficit incurrido, el banco central lo financiará directa o indirectamente y a coste cero, es decir, monetizándolo por completo? Por ejemplo, el Banco Central Europeo ya posee casi un tercio de la deuda soberana emitida por los Estados miembros de la zona euro, y en el momento en que lanzó su política de compra indiscriminada de esta deuda, detuvo todo el proceso de reforma económica e institucional que los Estados miembros necesitaban desesperadamente. La conclusión que se desprende de la teoría económica no puede ser más clara: En un contexto de gran rigidez institucional e intervencionismo económico, las políticas monetarias ultralaxas sólo sirven para mantener indefinidamente la rigidez y el letargo de las economías afectadas y para aumentar el endeudamiento de los respectivos sectores públicos hasta un punto muy difícil de sostener.

3.3. La reacción de los bancos centrales ante el inesperado brote de la pandemia

Fue en estas circunstancias económicas tan preocupantes, en las que los banqueros centrales ya habían agotado prácticamente todo su arsenal de herramientas de política monetaria no convencionales y ultralaxas, cuando la pandemia del Covid-19 estalló inesperadamente en enero de 2020. La reacción de las autoridades monetarias ha sido simplemente más de lo mismo: han redoblado aún más las inyecciones monetarias. Para ello, han ampliado sus programas de compra de activos financieros (y el precio, para regocijo de los grandes inversores, como los fondos de inversión, los hedge funds, etc., no ha dejado de subir, y de esta forma, los bancos centrales han hecho aún más grande la fortuna de unos pocos, mientras la economía de la mayoría de los ciudadanos se contrae y entra en recesión). Además, el nuevo dinero se está distribuyendo, de facto, cada vez más a través de ayudas y subvenciones directas financiadas a través del déficit público monetizado, de manera que una gran parte del dinero recién creado ya está empezando a llegar directamente a los bolsillos de los hogares. Sin embargo, desde al menos 1752, cuando Hume38 lo señaló, sabemos que la mera distribución equitativa de unidades monetarias entre la ciudadanía no tiene ningún efecto real.39 Por esta razón, las autoridades monetarias, en última instancia, no quieren ni oír hablar del famoso «dinero helicóptero» de Friedman como herramienta de su política monetaria, ya que éste sólo produce efectos expansivos aparentes cuando sólo unos pocos sectores, empresas y agentes económicos reciben inicialmente el nuevo dinero, lo que va acompañado de todos los efectos colaterales de un aumento de la desigualdad en la distribución de la renta a favor de un grupo reducido. (He mencionado a este grupo en relación con los efectos de las políticas de expansión cuantitativa como factor determinante del enriquecimiento de los agentes en los mercados financieros). En cualquier caso, es seguro que, tarde o temprano, y en la medida en que no sea esterilizado por la banca privada40 y los sectores empresariales desmotivados, el nuevo dinero acabará llegando a los bolsillos de los consumidores y generando presiones inflacionistas, al aparecer el efecto Hume de pérdida inexorable del poder adquisitivo de la unidad monetaria. Y este efecto se hará cada vez más evidente a medida que la incertidumbre inicial de los hogares se vaya superando y sus miembros dejen de sentir la necesidad de mantener saldos de efectivo tan elevados o simplemente se vean obligados a gastar el dinero que reciben en forma de subsidios para subsistir mientras están desempleados y no pueden producir. En cualquier caso, todo apunta en la misma dirección: Una demanda monetaria creciente sobre una producción que ha disminuido debido a la pandemia conduce inevitablemente a una creciente presión al alza de los precios.41 Y eso es precisamente lo que ya ha empezado a aparecer mientras escribo estas líneas (enero de 2021). Por ejemplo, el precio de los productos agrícolas ha seguido subiendo y ha alcanzado su punto más alto en tres años. Los fletes y los precios de muchas otras materias primas (minerales, petróleo, gas natural, etc.) también se han disparado, hasta alcanzar máximos históricos...

3.4. Los bancos centrales se han metido en un callejón sin salida

La conclusión no puede ser más evidente. Los bancos centrales se han metido realmente en un callejón sin salida. Si hacen una huida hacia adelante y avanzan aún más en su política de expansión monetaria y monetización de un déficit público cada vez mayor, corren el riesgo de provocar una grave crisis de deuda pública e inflación. Pero si, ante el temor de pasar de un escenario de «japonización» previo a la pandemia a uno de casi «venezolanización» después de ella, detienen su política monetaria ultralaxa, entonces la sobrevaloración de los mercados de deuda pública se hará evidente de inmediato, y se producirá una grave crisis financiera y una recesión económica tan dolorosa como saludable a medio y largo plazo. De hecho, como demuestra el «teorema de la imposibilidad del socialismo», es imposible que los bancos centrales (verdaderos organismos de planificación central financiera) determinen correctamente la política monetaria más adecuada en cada momento.

Resulta muy ilustrativo, en la dificilísima situación en la que evidentemente nos encontramos, prestar atención a las reacciones y recomendaciones que, cada vez con más ansiedad e inquietud (yo diría que incluso con «histeria»), nos hacen llegar los inversores, los «expertos», los entendidos e incluso las más reputadas autoridades económicas y monetarias.

Por ejemplo, los nuevos artículos y comentarios que aparecen continuamente (sobre todo en los periódicos de color salmón, empezando por el Financial Times) tienden invariablemente a tranquilizar a los mercados y a enviar el mensaje de que los tipos de interés cero (e incluso negativos) están aquí para quedarse durante muchos años, porque los bancos centrales no se desviarán de sus políticas monetarias ultralaxas y, por tanto, los inversores pueden relajarse y seguir enriqueciéndose negociando en los mercados de bonos. Los banqueros centrales, a su vez, anuncian con excesiva cautela una revisión de sus objetivos de inflación para flexibilizarlos (obviamente en sentido ascendente) con el pretexto de compensar los años que no han podido alcanzarlos y para justificar que no se tomen medidas de control monetario aunque la inflación se dispare.42 Otros asesores de las autoridades monetarias proponen incluso abandonar el objetivo de inflación y fijar directamente el objetivo de adhesión a una determinada curva de tipos de interés -especialmente baja- (es decir, tipos cero o incluso negativos durante muchos años de la curva de tipos, para lo cual se realizarían todas las operaciones de mercado abierto necesarias). Y todo esto es aplaudido por los representantes de la llamada «Teoría Monetaria Moderna», que, a pesar de su nombre, no es ni moderna ni monetaria, sino simplemente un popurrí de viejas recetas keynesianas y mercantilistas más propias de los soñadores utópicos de siglos pasados (ya que sostienen que el déficit es irrelevante porque se puede financiar sin límite emitiendo deuda y monetizándola) que de verdaderos teóricos de la economía; esta teoría está haciendo estragos entre nuestras autoridades económicas y monetarias.43 Ahora llegamos a la última de las «ideas brillantes», una que se está haciendo cada vez más popular: la cancelación de la deuda pública comprada por los bancos centrales (que, como hemos visto, ya asciende a casi un tercio del total).

En primer lugar, los cada vez más numerosos que se suman al coro a favor de esta anulación se delatan claramente, ya que si, como afirman, los bancos centrales recomprarán siempre a un tipo de interés cero la deuda emitida para hacer frente a los vencimientos a medida que vayan venciendo, no será necesaria ninguna anulación. El mero hecho de que lo soliciten precisamente ahora revela su ansiedad ante los crecientes indicios de aumento de la inflación y su consiguiente temor a que los mercados de renta fija se hundan y los tipos de interés vuelvan a subir. En tales circunstancias, consideran crucial que se reduzca la presión sobre los gobiernos despilfarradores mediante una condonación que equivaldría a una remisión de casi un tercio del total de la deuda emitida por esos gobiernos. Tal cancelación, se considera, sólo sería perjudicial para una institución tan abstracta y alejada de la mayor parte del público como es el banco central. Pero las cosas no son tan sencillas como parecen. Si se llevara a cabo una anulación como la que ahora se solicita, quedaría patente lo siguiente: en primer lugar, los banqueros centrales se han limitado a crear dinero y a inyectarlo en el sistema a través de los mercados financieros, haciendo así que unos pocos se enriquezcan exorbitantemente sin conseguir ningún efecto significativo, real y a largo plazo (además de la reducción artificial de los tipos de interés y la destrucción simultánea de la asignación eficiente de los recursos productivos).44 En segundo lugar, el clamor popular contra esta política sería tan grande si se produjera esta cancelación que los bancos centrales perderían no sólo toda la credibilidad,45 sino también la posibilidad de continuar en el futuro con sus políticas de compra en el mercado abierto (flexibilización cuantitativa). En estas circunstancias, los banqueros centrales se verían obligados a limitarse a dar inyecciones de dinero directamente a los ciudadanos (el «dinero helicóptero» de Friedman). Estas serían las únicas inyecciones «equitativas» desde el punto de vista de sus efectos sobre la distribución de la renta, pero al carecer de efectos expansivos reales observables a corto plazo, supondrían el fin definitivo de la capacidad de los bancos centrales para influir notablemente en las economías en el futuro a través de la política monetaria.

En este contexto, la única recomendación sensata que se puede dar a los inversores es que vendan todas sus posiciones en renta fija lo antes posible, ya que no sabemos cuánto tiempo más van a seguir los bancos centrales manteniendo artificialmente los precios de estos valores más desorbitados que nunca en la historia. De hecho, hay pruebas más que suficientes de que los inversores más despiertos, como los hedge funds y otros, mediante el uso de derivados y otras técnicas sofisticadas, ya están apostando por el colapso de los mercados de renta fija, mientras, oficialmente, siguen filtrando mensajes y recomendaciones tranquilizadoras a la prensa a través de los comentaristas más prestigiosos.46 Esto no debería sorprender, ya que desean salir de los mercados de deuda sin que se note y al mayor precio posible.

3.5. La «Pièce de Résistance» del gasto público

Y ahora llegamos a la última receta que se ofrece como imprescindible para superar la crisis provocada por la pandemia y volver a la normalidad: Olvídese de sanear las cuentas públicas o de recortar de ellas el gasto público improductivo. Olvídense de reducir la presión fiscal o de aligerar la carga burocrática y regulatoria de los empresarios para que recuperen la confianza y se embarquen en nuevas inversiones. Olvídense de todo eso; hay que hacer exactamente lo contrario: Hay que apostar por la política fiscal en la medida de lo posible y aumentar aún más el gasto público —de forma desproporcionada— aunque, se nos dice, hay que dar prioridad a las inversiones en medio ambiente, digitalización e infraestructuras. Pero este nuevo estertor de la política fiscal es procíclico y preocupantemente contraproducente. Por ejemplo, para este verano (2021), cuando empiece a llegar el «maná» de 140.000 millones de euros aportados a España por la Unión Europea a fondo perdido (de un programa total de 750.000 millones organizado por las autoridades comunitarias y ampliable a 1,85 billones en préstamos), es más que probable que las economías tanto de España como del resto de países de la UE ya se estén recuperando por sí solas. Por lo tanto, estos fondos absorberán y desviarán los escasos recursos esenciales para que el sector privado pueda iniciar y completar los proyectos de inversión necesarios que, por ser realmente rentables, pueden, por sí mismos y sin ayudas públicas, generar un alto volumen de empleo sostenible a corto, medio y largo plazo. Tales empleos se diferencian notablemente del trabajo invariablemente precario que depende de las decisiones políticas que conducen a un gasto público consuntivo, aunque sea en grandiosos proyectos medioambientales y de «transición» digital. Y no hace falta ni mencionar la ineficiencia inherente al sector público a la hora de dirigir los recursos recibidos y la inevitable politización de su distribución, siempre muy vulnerable a quienes buscan los beneficios y el mantenimiento del sistema de botín político. Todos recordamos, por ejemplo, el abismal fracaso del «Plan E», que supuso la inyección de gasto público y que fue impulsado por la administración socialista de Zapatero para hacer frente a la Gran Recesión de 2008. También recordamos el lamentable fracaso de la política fiscal japonesa de grandes aumentos del gasto público, que no ha tenido otro efecto apreciable que convertir a Japón en el país más endeudado del mundo. En definitiva, la historia se repite una y otra vez.

Conclusión:

No existen atajos milagrosos para superar una crisis tan grave como la provocada por la actual pandemia. Aunque los gobiernos y las autoridades monetarias se empeñen en presentarse ante los ciudadanos como sus indispensables «salvadores», debido a sus frenéticas actividades y esfuerzos por hacer cosas aparentemente beneficiosas. Incluso si todas estas autoridades ocultan sistemáticamente su incapacidad intrínseca (como ha demostrado la Escuela Austriaca) para dar en el blanco y obtener la información que necesitan para infundir una cualidad coordinadora a sus mandatos. Y aunque sus actuaciones sean sistemáticamente irresponsables y contraproducentes, ya que dilapidan los escasos recursos de la sociedad e impiden la correcta asignación de recursos y el cálculo económico racional en los procesos de inversión. A pesar de todo, es decir, a pesar de los gobiernos y de los bancos centrales, dentro de unos años la pandemia del covid-19 no será más que un triste recuerdo histórico que pronto será olvidado por las generaciones futuras, al igual que nadie se acordó de la «gripe española» de hace un siglo y de los estragos mucho mayores que causó en la economía y en la salud de la población. Ahora, como entonces, saldremos adelante gracias a nuestro esfuerzo individual y colectivo por sacar adelante con creatividad nuestros proyectos de vida en los pequeños espacios que, a pesar de todo, siguen abiertos a la libre empresa y al mercado incontrolado.

  • 1Siempre recordaré la historia de mi amigo Arthur Seldon sobre la pérdida de sus padres. Después de graduarse en la London School of Economics, Seldon llegó a ser, junto con Lord Harris of High Cross, presidente fundador del Instituto de Asuntos Económicos (IEA) de Londres, miembro distinguido de la Mont Pelerin Society, gran escritor sobre una amplia gama de temas y defensor de la economía de mercado. Los dos padres de Seldon fallecieron a causa de la gripe española con poco tiempo de diferencia - a la edad de treinta años - cuando él sólo tenía dos años. Así pues, cuando Arthur Seldon era todavía un niño muy pequeño, se quedó huérfano y posteriormente fue adoptado. Con el tiempo, consiguió superar la traumática experiencia, pero le dejó un tartamudeo permanente que le acompañó el resto de su vida. No le impidió convertirse en uno de los economistas más brillantes del Reino Unido y, en gran medida, en el inspirador de la revolución conservadora de Margaret Thatcher, iniciada a finales de la década de 1970. Véase Arthur Seldon, Capitalism (publicado por Wiley-Blackwell, 1991).
  • 2Véase, por ejemplo, Murray N. Rothbard, America’s Great Depression, 5ª ed. (Auburn, AL: Ludwig von Mises Institute, 2000). (Auburn, AL: Ludwig von Mises Institute, 2000).
  • 3Véanse, por ejemplo, los comentarios de Carlo Maria Cipolla sobre los efectos de la peste negra del siglo XIV en su libro The Monetary Policy of Fourteenth-Century Florence (Berkeley: University of California Press, 1982) y mi crítica de sus observaciones en Money, Bank Credit, and Economic Cycles, 4th ed. (Auburn, AL: Ludwig von Mises Institute, 2020), pp. 71-72 y especialmente la nota 56. (Auburn, AL: Ludwig von Mises Institute, 2020), pp. 71-72 y especialmente la nota 56. Sin embargo, la paranoia destruccionista alcanza su punto álgido en Paul Krugman, quien en su artículo de 2011 «¡Oh! What A Lovely War!» afirma en realidad: «La Segunda Guerra Mundial es el gran experimento natural sobre los efectos de los grandes aumentos del gasto público, y como tal ha servido siempre como un importante ejemplo positivo (!) para quienes estamos a favor de un enfoque activista de una economía deprimida.» Citado por J. R. Rallo en su prólogo al libro de Murray N. Rothbard La gran depresión (Madrid, Unión Editorial, 2013), pp. XXVI-XXVII. Para el original en inglés, véase America’s Great Depression, op. cit. https://business.time.com/2011/08/16/paul-krugman-an-alien-invasion-could-fix-the-economy/
  • 4«...Todos, como si esperaran la muerte ese mismo día, estudiaban con todo su ingenio, no para ayudar a madurar el producto futuro de sus ganados y sus campos y los frutos de sus propios trabajos pasados, sino para consumir los que estaban a mano». Véase G. Boccaccio, el Decamerón, Día Primero y los comentarios que, basándome en las observaciones relacionadas de John Hicks (Capital and Time: A Neo-Austrian Theory, Clarendon, Oxford, 1973, pp. 12-13), hago en Jesús Huerta de Soto, Money, Bank Credit, and Economic Cycles, 4th ed., (Auburn, AL: Ludwigsburg, Reino Unido). (Auburn, AL: Ludwig von Mises Institute, 2020), pp. 71-72 y 346.
  • 5Ibídem, pp. 344-346.
  • 6Por supuesto, no me refiero aquí a los errores que ya existían antes de la pandemia y que todavía están pendientes de liquidación o reestructuración.
  • 7En el caso de la «gripe española», este periodo duró algo más de dos años. En cuanto a la actual pandemia de Covid-19, a pesar de las vacunas, creemos que esta segunda fase tendrá una duración similar, aunque puede terminar unos meses antes.
  • 8Véase, entre otros muchos estudios, el de Hans Rosling, Factfulness (Londres: Sceptre, 2018).
  • 9Jesús Huerta de Soto, «La japonización de la Unión Europea», Mises Wire, Instituto Mises, 11 de diciembre de 2019.
  • 10Ludwig von Mises, «Die Wirtschaftsrechnung im sozialistischen Gemeinwesen», Archives of Social Science and Social Policy, nº 47, 1920, pp. 86-121.
  • 11Encontramos otra ilustración histórica concreta, en este caso del otro lado del telón de acero durante los últimos años del comunismo soviético, en la explosión de la central nuclear de Chernóbil el 26 de abril de 1986. Se ha escrito mucho analizando y comentando el accidente, y el contexto y los acontecimientos clave se presentan admirablemente en Chernóbil, una miniserie de televisión producida y distribuida en cinco episodios por HBO-SKY a partir de 2019. La serie se ha convertido en la de mayor audiencia de la historia.
  • 12Véase, por ejemplo, Mikel Buesa, Abuso de poder: El coronavirus en España. Incompetencia y fracaso en la gestión de la crisis. (Madrid: Marcial Pons, 2020).
  • 13Jesús Huerta de Soto, Socialism, Economic Calculation, and Entrepreneurship (Cheltenham, UK; Northampton, MA: Edward Elgar, 2010), especialmente pp. 49-98.
  • 14«Surge así esta paradoja irresoluble [del estatismo]: cuanto más insiste la autoridad gobernante en planificar o controlar una determinada esfera de la vida social, menos posibilidades tiene de alcanzar sus objetivos, ya que no puede obtener la información necesaria para organizar y coordinar la sociedad. De hecho, provocará nuevos y más graves desajustes y distorsiones en la medida en que utiliza efectivamente la coacción y limita la capacidad empresarial de las personas». Ibídem, p. 58.
  • 15Publicado en varias entregas por el diario El País, 14 y 21 de junio de 2020.
  • 16Mikel Buesa, Abuso de poder: El coronavirus en España. Incompetencia y fracaso en la gestión de la crisis, op. cit. Sin embargo, el profesor Buesa atribuye los errores más a la incompetencia que al propio sistema. Y en la parte final de su, por otra parte, excelente obra, prácticamente la única propuesta que hace (salvo la relativa al mercado de trabajo) es de políticas activas estatales adicionales para mejorar la forma de hacer las cosas y superar la crisis (¡!) Todo ello al margen de la errónea interpretación keynesiana que hace de la crisis en la p. 203.
  • 17Como es bien sabido, los precios máximos dan lugar a la escasez y al mercado negro. Cuando aparece una necesidad urgente de un producto (por ejemplo, las mascarillas), la única política sensata es tanto liberalizar los precios para que suban tanto como sea necesario como fomentar la producción a escala masiva hasta que se haya satisfecho el aumento de la demanda y se haya resuelto el problema. La experiencia demuestra que los precios vuelven muy pronto a su nivel anterior (y en cualquier caso, mucho antes de que la intervención gubernamental logre el necesario aumento de la producción, que —a diferencia de lo que ocurre en un mercado libre— llega invariablemente tarde, gota a gota, y con muy baja calidad). Por tanto, el argumento de que los precios altos no son equitativos no tiene sentido, porque la alternativa es mucho peor: escasez mucho más prolongada, mercados negros y baja calidad. Para conseguir que los más desfavorecidos puedan comprar mascarillas a bajo precio lo antes posible, hay que permitir que el precio suba inicialmente tanto como determine el mercado.
  • 18En el momento en que escribo estas líneas, todos estos problemas que hemos visto están ocurriendo de nuevo en el lento y descoordinado proceso de distribución y administración de las vacunas Covid-19 a toda la población. (Las autoridades públicas también están monopolizando este proceso y excluyendo por completo a la empresa privada). Véase Hans-Werner Sinn, «Europe’s Vaccination Debacle», Project Syndicate, 18 de enero de 2021.
  • 19Jesús Huerta de Soto, Socialism, Economic Calculation, and Entrepreneurship
  • 20«Todo sistema socialista tenderá a abusar de la propaganda política, mediante la cual idealizará invariablemente los efectos sobre el proceso social de los mandatos del órgano de gobierno, al tiempo que insistirá en que la ausencia de esa intervención produciría consecuencias muy negativas para la sociedad. El engaño sistemático a la población, la distorsión de los hechos... para convencer al público de que la estructura de poder es necesaria y debe ser mantenida y fortalecida, etc., son características típicas del efecto perverso y corruptor que el socialismo ejerce sobre sus propios órganos de gobierno o agencias.» Jesús Huerta de Soto, Socialism, Economic Calculation, and Entrepreneurship, op. cit., p. 68. La acción gubernamental se refleja de nuevo en la inquietante pregunta con la que concluye la miniserie Chernobyl
  • 21Ibídem, p. 66.
  • 22Ibídem, pp. 71-76.
  • 23Ibídem, pp. 80-82.
  • 24Los expertos y las autoridades suelen atribuir los continuos desajustes que provoca el intervencionismo a la «falta de cooperación» de los ciudadanos, y estos desajustes se utilizan como una justificación más para nuevas dosis de coerción institucional en un progresivo y totalitario aumento del poder que, en presencia de una creciente descoordinación, suele ir acompañado de constantes «... sacudidas o cambios bruscos de política, modificaciones radicales del contenido de las órdenes o del ámbito al que se aplican, o ambas cosas, y todo ello con la vana esperanza de que la «experimentación» asistemática con nuevos tipos y grados de intervencionismo proporcione una solución a los problemas insolubles que se plantean.» Tal vez el vergonzoso episodio de las mascarillas —que en un principio fueron desaconsejadas por los expertos, para luego, apenas dos meses después, ser consideradas imprescindibles y declaradas obligatorias incluso al aire libre (¡!)— ofrezca una perfecta ilustración de este punto. Véase Jesús Huerta de Soto, Socialism, Economic Calculation, and Entrepreneurship, op. cit., p. 64. Véase también «Macron y la vacunación», El país, domingo 10 de enero de 2021, p. 10. Además, podría mencionar la trágica discriminación que las autoridades públicas infligieron a los residentes de las residencias de ancianos o el hecho de que, en los momentos más críticos de la pandemia, a menudo era un funcionario (un médico de un hospital público) quien decidía si los pacientes gravemente enfermos de Covid-19 merecían vivir o no.
  • 25Israel Kirzner, Discovery and the Capitalist Process (Chicago y Londres: University of Chicago Press, 1985), p. 168.
  • 26a26bPor ejemplo, la utilización por parte de la empresa privada Inditex (»Zara») de sus centros logísticos y de transporte con China permitió traer a España en un tiempo récord más de 35 millones de unidades de equipos de protección sanitaria (junto con 1.200 respiradores) que, de haberse utilizado los canales públicos habituales, habrían llegado mucho más tarde y en peores condiciones. Además, el restaurante «Coque», que ha recibido dos estrellas Michelin, preparó y entregó en Madrid miles de comidas para los necesitados y los afectados por la pandemia, etc.
  • 27Véase, entre otros muchos, el clásico artículo de F.A. Hayek, «Competition as a Discovery Procedure», en New Studies in Philosophy, Politics, Economics, and the History of Ideas (Londres: Routledge, 1978).
  • 28Los gobiernos aplican continuamente un doble rasero y condenan inmediatamente cualquier fracaso (por pequeño que sea) del sector privado, mientras que consideran que los fracasos mucho más graves y atroces del sector público son la prueba definitiva de que no se gasta suficiente dinero y de que hay que seguir ampliando el sector público y aumentando el gasto público y los impuestos.
  • 29Como es obvio, aquellos poderes públicos que, relativamente, han intervenido y coaccionado un poco menos a sus ciudadanos (como en Hong Kong, Corea del Sur, Singapur o, más cerca de nosotros, la comunidad autónoma de Madrid) no han podido librarse del todo de los problemas irresolubles del intervencionismo estatal, pero han tendido a conseguir resultados comparativamente más positivos. De ahí que sea una indicación o ilustración más a añadir a las ya mencionadas en el texto principal. Por cierto, se dice popularmente que «media España se dedica a regular, inspeccionar y multar a la otra mitad», y hay mucho de cierto en ello. Por lo tanto, al menos un efecto positivo del encierro y del parón radical ha sido precisamente que la sociedad civil ha tenido, durante unos meses, un respiro al menos parcial de esa presión.
  • 30No he mencionado en el texto principal las aportaciones de la Escuela de la Elección Pública, que sobre los fallos de la gestión pública democrática (especialmente los efectos de la ignorancia racional de los votantes, el papel perverso de los grupos privilegiados de intereses especiales, la miopía y el cortoplacismo del gobierno, y la naturaleza megalómana e ineficiente de las burocracias) adquirió tanto prestigio a partir de los años 80 (cuando su principal arquitecto pionero, James M. Buchanan, ganó el Premio Nobel de Economía en 1986). Estas aportaciones son directamente aplicables aquí. (Véase también la bibliografía que cito en la nota 27 de la p. 93 de mi libro Socialism, Economic Calculation, and Entrepreneurship, op. cit.)
  • 31Véase, entre otras ediciones, The Politics of Obedience: The Discourse of Voluntary Servitude (Auburn AL: Mises Institute, 2002). También existen varias ediciones en español, por ejemplo, la de Pedro Lomba, publicada en Madrid en septiembre de 2019 por la Editorial Trotta.
  • 32Michael Huemer, The Problem of Political Authority: An Examination of the Right to Coerce and the Duty to Obey.. (Nueva York: Palgrave Macmillan, 2013). El subtítulo invita a la reflexión.
  • 33Jesús Huerta de Soto, «Il virus più letale», Il Giornale, Milán, 14 de mayo de 2020, pp. 1 y 24. En inglés, «The State: The Deadliest Virus», Mises Wire, Instituto Mises, 24 de junio de 2020. La versión española, aparecida después de la italiana, «El virus más letal», Procesos de Mercado 17, nº 1 (primavera de 2020): 439-441.
  • 34Jesús Huerta de Soto, «The Theory of Dynamic Efficiency», en The Theory of Dynamic Efficiency (Londres y Nueva York: Routledge, 2009), pp. 1-30.
  • 35Véanse también los comentarios relacionados en Jesús Huerta de Soto, Money, Bank Credit, and Economic Cycles, op. cit., pp. 453-455.
  • 37Jesús Huerta de Soto, «La japonización de la Unión Europea», Mises Wire, Instituto Mises, 11 de diciembre de 2019, op. cit. También es plenamente aplicable a los bancos centrales el «teorema de la imposibilidad del socialismo», como se demuestra en Jesús Huerta de Soto, Money, Bank Credit, and Economic Cycles, op. cit., pp. 647-675.
  • 38David Hume, «Of Money», en Essays Moral, Political, and Literary, ed. E.F. Miller. E.F. Miller (Indianápolis: Liberty Classics, 1985), pp. 281 y siguientes. Hume afirma expresamente que si, por algún milagro, todos los hombres de Gran Bretaña se despertaran una mañana y encontraran cinco libras más en su bolsillo, el único efecto real sería una disminución del poder adquisitivo del dinero (es decir, un aumento de los precios nominales), ya que la capacidad productiva del Reino Unido seguiría siendo la misma (p. 299). Con su famosa «caída del helicóptero», Friedman simplemente copió y modernizó este ejemplo de Hume (sin citarlo).
  • 39El propio Mervyn King, ex gobernador del Banco de Inglaterra, no ha tenido más remedio que reconocer al final lo siguiente «La narrativa predominante nos dice que la combinación de estímulos fiscales y monetarios ha sido un éxito contra la pandemia, pero en este momento, no puedo ver el beneficio del activismo de los bancos centrales. Llevo días discutiendo con mi mujer sobre si es o no el momento de cenar en nuestro restaurante favorito: El tenor de esa discusión no va a cambiar porque los tipos de interés sigan bajando». El País, Madrid, domingo 17 de enero de 2021, p. 38.
  • 40The relationship between monetary authorities and private banks is «schizophrenic»: Monetary authorities flood private banks with liquidity to lend out but constantly threaten to increase their capital requirements and to very closely monitor their choice of borrowers.
  • 41Véase, entre otros, Michael D. Bordo y Mickey D. Levy, «The Short March Back to Inflation», The Wall Street Journal, 4 de febrero de 2021, p. A17.
  • 42La adopción de esta política pondría tan a prueba la gobernanza del euro que bien podría conducir a su desaparición.
  • 43Véase, por ejemplo, Patrick Newman, «Modern Monetary Theory: An Austrian Interpretation of Recrudescent Keynesianism», Atlantic Economic Journal, no. 48 (2020), pp. 23-31, así como los artículos críticos de Mark Skousen y Gordon L. Brady publicados en el mismo número de esa revista. Entre los más cautivados por la Teoría Monetaria Moderna se encuentra el propio Mario Draghi: Véase, por ejemplo, «Las claves del plan Draghi» para salvar a Italia, ABC, 4 de febrero de 2021, p. 30.
  • 44Es una verdadera tragedia que los expertos, los políticos y los ciudadanos hayan olvidado que el tipo de interés, o precio de los bienes presentes en función de los bienes futuros, el más importante de todos los precios (y por tanto, de todos los precios, el más vital es que éste sea fijado por el libre mercado), no puede ser manipulado impunemente por los gobiernos y los bancos centrales sin bloquear el cálculo económico y la correcta asignación intertemporal de los recursos productivos.
  • 45. Entre otras razones, porque, sin activos que vender (debido a la cancelación), los bancos centrales no podrían drenar reservas del sistema si un aumento de la inflación lo hiciera necesario en el futuro. Sólo en el contexto de una transición irrevocable a un sistema bancario con 100 por ciento de reservas como el que propongo en el capítulo 9 de mi libro Money, Bank Credit, and Economic Cycles (op. cit., pp. 791 y ss.) tendría sentido cancelar la deuda pública en manos del banco central, para evitar que se convierta en el propietario de una parte significativa de la economía real cuando, como sugiero, la deuda se cambie por los activos bancarios que ahora compensan los depósitos a la vista.
  • 46Véase, por ejemplo, la letanía de comentarios y recomendaciones sobre política monetaria y fiscal del prestigioso Martin Wolf en el Financial Times o del propio Paul Krugman en el suplemento económico de El País. Apenas pasa una semana sin que recomienden más inyecciones monetarias y gasto público.
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