Es erróneo creer que los librecambistas hayan estado históricamente a favor de acuerdos de libre comercio entre gobiernos. Paradójicamente, la verdad es la contraria. Curiosamente, muchos defensores laissez faire caen en la trampa creada por el gobierno apoyando los tratados de libre comercio. Sin embargo, como decía Vilfredo Pareto en el artículo «Traités de commerce of the Nouveau Dictionnaire d’Economie Politique» (1901):
Si aceptamos el libre comercio, los tratados de comercio no tienen razón para existir como objetivo. No hay necesidad de tenerlos, ya que lo que tratan de arreglar ya no existe. Esta era la doctrina de J.B. Say y de toda la escuela económica francesa hasta Michel Chevalier. Es el modelo exacto que Léon Say adoptó recientemente. Era asimismo la doctrina de la escuela económica inglesa hasta Cobden. Cobden, al asumir la responsabilidad del tratado de 1860 entre Francia e Inglaterra, se acercó más a la recuperación de la odiosa política de los tratados de reciprocidad y se acercó a olvidar la doctrina de la economía política de la cual había sido, en la primera parte de su vida, un defensor intransigente.1
En 1859, el economista liberal francés Michel Chevalier se reunió con Richard Cobden para proponer un tratado de libre comercio entre Francia e Inglaterra. Es verdad que este tratado, aprobado en 1860, fue un éxito temporal para los librecambistas. Sin embargo, lo que es menos conocido es que, al principio, Cobden, de acuerdo con la doctrina del libre comercio, rechazó negociar o firmar ningún tratado de «libre comercio». Su argumento era que el libre comercio debería ser unilateral, que no consiste en tratados, sino en completa libertad en el comercio internacional, independientemente de dónde proceden los productos.
Chevalier acabó teniendo éxito en conseguir el apoyo de Cobden. Pero Cobden estaba confuso por el completo secreto que rodeaba las negociaciones y, en una carta a Lord Palmerston, atribuía este secreto a la «falta de coraje» del gobierno francés.2 Igualmente hoy la falta de transparencia con respecto a las negociaciones de libre comercio es problemática y a menudo difícil de conocer cuál será el contenido de un tratado.
Hoy, mientras se están negociando algunos de estos tratados, ya hay ejemplos de aplicación de acuerdos similares. Nos podríamos referir al General Agreement on Tariffs and Trade (GATT), el General Agreement on Trade in Services (GATS), el Agreement on Trade-Related Aspects of Intellectual Property Rights (TRIPS) o a acuerdos más regionales como el North American Free Trade Agreement (NAFTA) o la European Economic Area (EEA).
¿Pero por qué los gobiernos proteccionistas que dedican su tiempo a intervenir en los mercados concediendo monopolios y otros tipos de privilegios a nivel nacional iban a abrir mercados a nivel internacional? El mismo hecho de que los gobiernos estén negociando en nombre del libre comercio debería resultar sospechoso para cualquier libertario o verdadero defensor del libre comercio.
Los acuerdos intergubernamentales aumentan el poder del estado
Murray Rothbard se oponía al NAFTA y demostró que lo que los orwellianos estaban llamando acuerdo de «libre comercio» era en realidad un medio para cartelizar y aumentar el control público sobre la economía. Varias pistas nos llevan a la conclusión de que las políticas proteccionistas se esconden a menudo detrás de acuerdos de libre comercio, pues, como decía Rothbard, «el genuino libre comercio no requiere un tratado».
La primera pista es la aproximación intergubernamental y de arriba abajo. La intergubernamentalidad no es más que un proceso que usan los gobiernos para mutualizar sus respectivas soberanías para completar tareas que no pueden lograr solos. Los Estados-nación son entidades que raramente renuncian al poder. Cuando llegan a acuerdos, son para reforzar su poder, no para debilitarlo. Por el contrario, el libre comercio requiere una disminución del poder regulatorio de la administración.
Asimismo, el libre comercio no requiere cooperación interestatal. Por el contrario, el libre comercio puede y tiene que ser realizado unilateralmente. Igual que la libertad de expresión no necesita cooperación internacional, la libertad de comercio con los extranjeros no necesita gobiernos ni tratados. Igualmente, nuestro gobierno no debería robar a su población con políticas corporativistas y proteccionistas solo porque otros lo hacen. Quien crea en el libre comercio no teme el unilateralismo. El sencillo hecho de que burócratas y políticos no conciban la economía internacional fuera de un marco legal establecido por acuerdos intergubernamentales basta para demostrar la desconfianza que expresan hacia la libertad individual. Esto refuerza la convicción de que estos acuerdos están motivados por las preocupaciones mercantilistas, en lugar de por genuinos objetivos de libre comercio.
Extendiendo el control regulatorio más allá de tus propias fronteras
La segunda pista se refiere a los intensos conflictos entre gobiernos sobre estos acuerdos, caracterizados por un alto grado de tecnicismo. La historia demuestra que el multilateralismo lleva a un punto muerto. El fracaso de la ronda de Doha es la causa de la proliferación de iniciativas bilaterales y regionales. Las relaciones polémicas entre gobiernos provienen de la voluntad de algunos estados para dictar sus normas a los productores de otros países a través de un proceso de armonización internacional. Pero esto es exactamente lo contrario del libre comercio. Como nos demuestra la teoría económica, el intercambio y la división del trabajo no se basan en la igualdad y la armonización, sino más bien en las diferencias y la desigualdad. Además, los tecnicismos y el secretismo que rodean a los acuerdos de libre comercio favorecen el mercantilismo y el proteccionismo en la medida en que las regulaciones técnicas se usan para favorecer a los productores que están bien relacionados políticamente.
El Trans Pacific Partnership (TPP) es un buen ejemplo de este equilibrio de poder. Era al principio un acuerdo entre cuatro países (Brunei, Nueva Zelanda, Singapur y Chile) que trataban de resistir la influencia comercial de algunos vecinos, especialmente de China. Luego llegó Estados Unidos y convenció a más países (Australia, Malasia, Perú, Vietnam, Canadá, México y Japón) a unirse a las negociaciones. Advirtamos también que la mayoría de los países invitados ya estaban ligados a Estados Unidos con acuerdos regionales o bilaterales. China permaneció excluida del proceso. Esta dirección pública hacia la hegemonía regulatoria es evidentemente algo totalmente opuesto al libre comercio. De hecho, el libre comercio supone dejar que los consumidores elijan pacíficamente qué productos quieren promover en lugar de determinar qué está disponible mediante coacción burocrática.
Consolidación de monopolios
La tercera pista se refiere al vigor con que los gobiernos han tratado durante varias décadas de imponer a nivel internacional un marco legal más limitador para la llamada «propiedad intelectual». Las primeras iniciativas aparecieron en 1883 y 1886, con la Convención de París de la propiedad intelectual y la Convención de berna para la protección de la literatura y las obras artísticas. Enmendadas varias veces durante el siglo XX, las iniciativas implican, respectivamente, a 176 y 168 estados. Estas convenciones se pusieron bajo los auspicios de la World Intellectual Property Organization (WIPO), una burocracia internacional que se unió al sistema de la ONU en 1974. Un punto de inflexión se produjo en 1994 con la firma del Agreement on Trade-Related Aspects of Intellectual Property Rights (TRIPS), administrado por la Organización Mundial del Comercio (OMC). Ahora está incorporado como parte esencial de la administración del comercio internacional y se beneficia de los mecanismos de sanción de la OMC.
En 2012 soportamos un nuevo intento de nuestros gobiernos de reducir nuestra libertad para cear y compartir obras intelectuales con el Anti-Counterfeiting Trade Agreement (ACTA). Y si atendemos a los mandatos de negociación de estos acuerdos comerciales, podemos ver que todos incluyen en capítulo de refuerzo de los derechos de «propiedad intelectual». La propiedad intelectual se ha convertido en un concepto clave de la economía internacional. Pero esto no debe ocultar su ilegitimidad.
Como señalaba Vilfredo Pareto: «Desde el punto de vista del proteccionista, los tratados de comercio son (…) lo más importante para el futuro económico de un país». Cada vez que se aprueba un nuevo tratado de «libre comercio», lo que se ve es la atenuación de las barreras arancelarias, pero lo que no se ve es la subrepticia proliferación y armonización de barreras no arancelarias que impiden la libre empresa y crean monopolios a escala internacional a costa del consumidor. Es la hora del verdadero libre comercio.
- 1La versión francesa original dice:
Si l’on admet le libre-échange, les traités de commerce n’ont aucune raison d’exister comme but. Il n’y en a pas besoin, puisque la matière qu’ils devraient régler n’existe plus, chaque peuple laissant librement, à ses frontières, entrer et sortir toute marchandise. C’est la doctrine de J.B. Say et de toute l’école économique Française jusqu’à Michel Chevalier; c’est celle qu’a reprise récemment M. Léon Say. C’était également la doctrine de l’école économique anglaise jusqu’à Cobden. Cobden, en prenant la responsabilité du traité de 1860 entre la France et l’Angleterre, s’est rapproché de faire revivre la détestable politique des traités de réciprocité et d’oublier les doctrines de l’économie politiques dont il avait été dans la première partie de sa vie le défenseur intransigeant. In Léon Say, ed., «Nouveau Dictionnaire d’économie politique» (Guillaumin: Paris, 1900): 1047. - 2Gustave de Molinari, «Michel Chevalier, “Sa Vie et Ces Travaux”», Journal des Economistes 4, nº. 25 (1880): 30-39.