La edición más reciente de la revista académica de la Escuela de Guerra del Ejército de EEUU incluye un ensayo muy inquietante sobre las lecciones que el ejército de EEUU debería extraer de la guerra en Ucrania. Con mucho, la sección más preocupante y más relevante para el ciudadano americano medio es una subsección titulada «Bajas, reemplazos y reconstituciones» que, para ir al grano, afirma directamente: «Las necesidades de tropas para operaciones de combate a gran escala bien podrían requerir una reconceptualización de la fuerza de voluntarios de los años setenta y ochenta y un avance hacia el reclutamiento parcial.»
Una guerra industrial de desgaste requeriría un gran número de tropas
El contexto de esta supuesta necesidad de reinstaurar el servicio militar obligatorio es la estimación de que si los EEUU entrara en un conflicto a gran escala, probablemente sufriría cada día treinta y seiscientas bajas y necesitaría ochocientos reemplazos, también al día. El informe señala que en el transcurso de veinte años en Irak y Afganistán, los EEUU sufrió cincuenta mil bajas, una cifra que probablemente se alcanzaría en tan sólo dos semanas de combate intensivo a gran escala.
El ejército se enfrenta ya a un enorme déficit de reclutamiento. El año pasado, el ejército se quedó por debajo de su objetivo en quince mil soldados y va camino de quedarse corto en otros veinte mil este año. Además, el informe señala que la Reserva Individual Preparada (Individual Ready Reserve), compuesta por antiguos militares que no se entrenan ni ejercitan activamente pero que pueden ser llamados de nuevo al servicio activo en caso de necesidad, ha descendido de setecientos mil en 1973 a setenta y seis mil en la actualidad.
Antes de la guerra de Ucrania, la teoría de moda en la planificación militar era la idea de la «guerra híbrida», en la que la idea de ejércitos estatales gigantes que se enfrentaban en el campo de batalla requiriendo y consumiendo enormes cantidades de hombres y material se consideraba tan anticuada como las cargas masivas de caballería. Por el contrario, estos teóricos sostenían que incluso cuando los Estados lucharan, lo harían a través de representantes y operaciones especiales, y que se parecerían más a los últimos veinte años de lucha contra actores no estatales en las colinas de Afganistán. En un reciente ensayo publicado en el Journal of Security Studies, el académico realista Patrick Porter documenta el auge de esta teoría y el hecho de que es obviamente basura dado el retorno de las guerras industriales de desgaste.
A medida que los planificadores militares han ido despertando del sueño febril de imaginar que la guerra moderna consistía en perseguir a los talibanes por las colinas con una fuerza aérea completa y abrumadora, también han empezado a despertar a la idea de que la guerra industrial tiene enormes necesidades de mano de obra y que aparentemente la única forma de cubrirlas es obligando a los jóvenes a engrosar las filas. Esa ha sido, sin duda, la única forma en que Ucrania ha podido mantener sus fuerzas, aunque para ello ha necesitado medidas cada vez más draconianas, ya que los reclutas se enfrentan a tasas de desgaste del 80 al 90 por ciento, según admite la propia Ucrania.
Obviamente, la reintroducción del servicio militar obligatorio es una perspectiva extremadamente inquietante dada la propensión de América a involucrarse en guerras sin sentido que no consiguen otra cosa que dar más poder a nuestros enemigos, matar y mutilar a nuestros soldados y malgastar ingentes recursos.
Esto es especialmente cierto dados los supuestos no declarados implícitos en este documento. ¿Quién es el enemigo que infligiría treinta y seiscientas bajas al día? Una guerra en el Pacífico contra China sería principalmente una guerra naval y aérea con un papel extremadamente limitado para el ejército (incluso el actual régimen inepto parece poco probable que sea lo suficientemente estúpido como para tratar de librar una guerra terrestre contra China), lo que obviamente deja a Rusia como el principal adversario que requeriría que el ejército de EEUU reuniera reclutas para alimentar la picadora de carne de desgaste.
No hay ningún interés nacional americano que requiera un ejército permanente
Sin embargo, mientras que esta escasez de mano de obra puede ser una preocupación válida para algún lugar como Rusia, Ucrania o Polonia, aquí en los EEUU somos bastante afortunados de no tener ningún interés nacional apremiante que nos obligue a participar en una guerra industrial de desgaste en Europa del Este.
En la medida en que corremos el riesgo de vernos envueltos en un lío tan desastroso, es enteramente obra nuestra a través de la enmarañada alianza conocida como la Organización del Tratado del Atlántico Norte y de las cruzadas gnósticas mesiánicas de nuestro líder en pro de la democracia o de cualquier ideología pseudorreligiosa que esté actualmente de moda.
Los EEUU ha sido bendecido como la potencia más segura de la historia. Somos la potencia hegemónica del hemisferio occidental, con vastos fosos en forma de los océanos Atlántico y Pacífico sobre los que ningún otro Estado tiene la capacidad de proyectar fuerza militar, y todos nuestros vecinos son débiles y relativamente amistosos. No corremos ningún riesgo de vernos obligados a librar una guerra terrestre industrial en el frente interno. Cualquier guerra en la que se utilizara el ejército sería como fuerza expedicionaria luchando en el hemisferio oriental, donde no tenemos ninguna necesidad defensiva imperiosa de hacerlo.
Desde los inicios de los EEUU se ha advertido contra los peligros tanto de las alianzas enmarañadas como de los ejércitos permanentes. La mejor solución a la crisis del reclutamiento militar es simplemente abolir el ejército permanente y no planear una guerra costosa e inútil en la otra punta del planeta que se saldaría con billones de dólares tirados por el desagüe y quién sabe cuántas decenas o cientos de miles de americanos muertos, mutilados y psicológicamente marcados.