En Estados Unidos, se alaba la democracia política, enseñada a jóvenes y mayores como un sistema sacrosanto que refleja la “voluntad del pueblo”. Las jornadas electorales se celebran como una oportunidad para millones de depositar su voto para elegir a los “líderes” que darán forma al futuro de nuestra nación.
¿Pero qué pasaría si hubiera otra forma de democracia delante en nuestras narices que nos permitiera votar 24 horas al día, siete días a la semana, y no solo cada dos o cuatro años?
Como decía el difunto economista Dr. William Peterson: “Esta democracia es el mercado común (aunque no se aprecie ni valore). De hecho, es todo el sector privado”.
Peterson fue el ganador del Premio Schlarbaum 2005 por los logros de una vida en el estudio de la libertad y un economista de alto nivel, cuya carrera incluyó un periodo como Profesor Emérito Lundy de filosofía empresarial en la Universidad de Campbell, como profesor de economía en la Escuela de Grado de Administración Empresarial en la Universidad de Nueva York, en varias otros puestos en la universidad y como investigador adjunto del Instituto Mises. Escribía apasionadamente para describir la “otra democracia” de Estados Unidos.
“Es más”, indicaba Peterson, “esta segunda democracia, aunque está lejos de ser perfecta, es estrictamente voluntaria, está autorregulada y es mucho más moral que la primera democracia. Sobre los asuntos críticos del consentimiento y la participación, esta segunda democracia también gana por goleada”.
Advirtamos el contraste entre esta “otra” democracia frente a la democracia política, que está llena de tráfico de influencias, gastos electoralistas, impuestos, corrupción y desperdicio. En la democracia de mercado, las personas tratan de servir las necesidades de otros para alcanzar su propio éxito. Comparemos eso con la democracia política, que tiende “a dar paso hacia la tiranía del estatismo, que consigue explotar lo explotable: a ti y a tus conciudadanos”, como escribía Peterson.
Una historia que le contó un amigo ayudaba a subrayar el contraste entre el mercado voluntario y la democracia política.
“Leonard Read solía contar la historia de una compradora en unos almacenes atestados durante las fiestas de Navidad. Después de comprar algunos regalos, se abre paso hacia el mostrador de empaquetado de regalos, diciendo a la dependienta lo atestada que está la tienda. ‘Sí’, dice la dependienta, ‘es nuestro mejor día hasta ahora’. Luego la compradora se dirige a la oficina de correos para enviar sus regalos, volviendo a comentar al empleado sobre la gran cantidad de gente en la oficina. ‘Sí’, musita el empleado, ‘es nuestro peor día hasta ahora’”. Las largas colas del mercado libre son señales positivas de que los productores están atendiendo con éxito los deseos de sus conciudadanos, mientras que las colas en las oficinas públicas se tratan como cargas desagradables.
Además, en lugar de elecciones cada dos o cuatro años, en las que se celebran tasas de participación por encima del 50%, esta otra democracia está “completamente a tu alrededor, bajo tu nariz, tan cerca como tu teléfono con el cual puedes llamar a un doctor o a un fontanero u ordenar una pizza o billetes de avión”. La participación es del 100%, porque todos participan.
En la democracia política de Estados Unidos, se emitieron algo menos de 130 millones de votos en las elecciones presidenciales de 2016, pero en la democracia del mercado “miles de millones de votos se emiten diariamente al hacer llamadas telefónicas o ver televisión o pagar rentas o usar alguna instalación del mercado como un banco, un restaurante, una estación de servicio, un hotel, un periódico, lavadoras con monedas, supermercados, oficinas de intermediación, clubs de campo, el bar de la esquina y ahora televisión interactiva u ordenadores modernos”, escribía Peterson.
En esta segunda democracia, todos los días son días de elecciones y los dólares sirven como papeletas. Sabemos que cada uno de estos votos que emitimos nos afectará directamente a través de los bienes y servicios que consumimos, mientras que en los días de elecciones políticas nuestro voto supone poca o ninguna diferencia en el gran esquema de las cosas.
¿Habéis advertido como parece que un grupo relativamente pequeño de intereses especiales y cabilderos es realmente el que toma las decisiones en la democracia política? No es así en la democracia del mercado: aquí las decisiones las toman las preferencias de consumo de cada uno. En un mercado libre, incluso la más poderosa de las corporaciones debe atender los caprichos y deseos de las masas si quiere mantener la posesión de sus recursos productivos. Muchos ordenan a pocos.
Sin embargo, en la democracia política los pocos de la clase gobernante ordenan a los muchos. Y como señalaba Peterson: “Al crecer la democracia política, el individuo encoge”.
Finalmente, como el ejercicio de democracia política de 2016 revelaba más allá de cualquier resto ingenuo de duda, las democracias políticas se están polarizando y obligando a los “perdedores” a vivir bajo la voluntad impuesta de los “ganadores”. Peterson describía esto como el “mayoritismo del ganador que se lleva todo” de la democracia política.
Sin embargo, en la democracia del mercado, incluso si tu preferencia no está en línea con la mayoría de las demás, sigues siendo libre para satisfacer tus deseos como te parezca. La mayoría puede preferir la Coca-Cola, pero sigues siendo libre de comprar una Pepsi.
Además, una democracia de mercado implica intercambios voluntarios, lo que significa necesariamente que ambas partes en las transacciones acaban ganando. Completos extraños con poco en común cooperarán sin embargo pacíficamente entre sí en intercambios mutuamente beneficiosos que pueden abarcar todo el planeta.
“Así que sorbe tu té de Sri Lanka, conduce tu coche con gasolina refinada de petróleo de Kuwait, come un plátano de Ecuador, disfruta de tu vino de Francia, tu cámara de Japón, tus muebles de Finlandia, tu cacao de Costa de Marfil. Millones de personas que no se conocen cooperan entre sí, dependen unas de otras. ¿Qué líder mundial ha logrado esa colaboración nacional e internacional tan notablemente armoniosa en todo el planeta?”, reflexionaba Peterson.
Así que la próxima vez que oigáis a políticos, expertos o activistas hablar de la importancia de conservar la “democracia”, aseguraos de recordarles la “otra democracia de Estados Unidos” e invitadlos a conservar también lo que queda de esta.