Mises Daily

Descentralizar la política comercial global

[Publicado originalmente el 29 de abril de 2004]

Qué es y qué no es libre comercio es una fuente de confusión interminable, como demuestra la nueva sentencia de la Organización Mundial del Comercio sobre el algodón de EEUU.

Es bueno que la trama de las subvenciones al algodón de EEUU reciba una buena reprimenda, aunque sea a manos de una institución innecesaria y objetable como la OMC. Si genera una retirada de esas subvenciones, muy bien. Es un completo sinsentido que el sector del algodón de EEUU afirme que por alguna razón el algodón “se encuentra por encima de todos los demás cultivos” en “su contribución a la economía de EEUU” (más bien, si esto es verdad, dejemos que el algodón se sostenga por sí mismo).

La administración Bush retiró sus desastrosos aranceles al acero solo cuando se vio amenazada por sanciones aprobadas por la OMC. Un régimen cuyas políticas son proteccionismo en casa y guerra en el extranjero, ignorando todas las críticas y encerrando indefinidamente a los ciudadanos disidentes como “combatientes enemigos”, tiene que estar controlado por alguna institución. Por muy polémicas que sean estas disputas, nos recuerdan lo mucho más civil que es el mundo de la economía que el de la guerra.

Aun así, la subvención de EEUU al algodón, que mantiene altos los costes de producción y bajos (relativamente) los precios debido a los excedentes, no es en modo alguno más injusta para los cultivadores de algodón en el extranjero que las subvenciones de Brasil a su sector aeronáutico para los de EEUU y Canadá. En el mundo real, no existe un “campo nivelado de juego” en que todos los productores tengan los mismos costes de producción: ningún comprador ni vendedor disfruta en ningún lugar de un derecho a competir solo contra suministradores y compradores que venden y compran a un precio aprobado.

Como antecedente: Brasil se quejaba de que las subvenciones de EEUU (12.500 millones de dólares entre 1999 y 2003) hacían difícil a Brasil obtener un precio alto para sus propias exportaciones de algodón. En su caso, Brasil estimaba que la producción de EEUU sería un 29% inferior y que los precios del algodón serían un 12,6% superiores en ausencia de subvenciones estadounidenses. Esto supuestamente ayudaría a los granjeros de Brasil a vender más algodón, una teoría que olvida que los precios más altos, en igualdad de condiciones, llevan a más producción de todo origen.

Las políticas de EEUU parecen especialmente objetables cuando se consideran los 1.700 millones que los fabricantes y negocios agrícolas estadounidenses han recibido del gobierno para comprar un algodón con un precio más alto. Tal vez EEUU deberían limitarse a mandar miles de millones a todas las personas afectadas y ahorrar a todos el problema de producir y comprar algodón. De esa manera, las tierras agrícolas de EEUU podrían usarse mejor para proyectos más justificables económicamente.

Dejemos aparte los modelos perfectos de precios que Brasil usó en su argumentación en la OMC y consideremos el caso sobre sus principios. La sentencia de la OMC es indudablemente una victoria para los contribuyentes de EEUU. También podría beneficiar a los cultivadores de algodón de Brasil, aunque eso no puede darse por seguro cómo se posicionarían los precios y el sector en una economía real de mercado. Sin embargo, no es una victoria del libre comercio como tal. Para entender por qué tenemos que tratar de pensar sobre este tema con cierto grado de disciplina intelectual.

Libre comercio significa intercambio libre de cargas de bienes y servicios y nada más ni nada menos. Esto significa, por ejemplo, que si el vino de algún lugar está llamando a las puertas de nuestra frontera, los consumidores de EEUU deberían ser libres para comprarlo. El libre comercio no insiste en que el vino sea producido y vendido en un “campo nivelado de juego” con algún otro. No reclama que los costes de producción sean los mismos en todos los países. El derecho a comprar y vender no está condicionado por la existencia de un entorno mítico y perfectamente competitivo.

¿Qué pasa si Chile subvenciona su producción de vino? Es muy malo para los contribuyentes de Chile, pero estupendo para el resto del mundo, que disfruta de precios más bajos en el vino debido a la mayor producción (en igualdad de condiciones). A las bodegas de California no les gustará (ningún productor en ningún lugar quiere precios más bajos), pero así son las cosas. El objetivo de la producción es el consumo y los consumidores están bastante contentos. Su interés es el mejor indicador del interés público.

¿Qué pasa si el gobierno rechaza dejar que entre el vino por cualquier razón? Los estadounidenses pagarán precios más altos de los que habrían tenido que pagar en caso contrario, lo que no hace más que aumentar el desperdicio de recursos. Las bodegas de California podrían vender a precios más alto que el precio de libre comercio. Esto acumula un daño sobre otro y un desperdicio sobre otro. Las bodegas de California son las únicas partes que se benefician de esto y solo porque disfrutan de una subvención.

Subrayemos esto para una mayor claridad teórica. La subvención que da Chile a su vino es una mala política. No es una violación de los principios de libre comercio. Por el contrario, proteger a las bodegas de California frente a la competencia exterior es una violación de los principios de libre comercio. Significa perjudicar a los consumidores estadounidenses solo para beneficiar a un sector.

Otro ejemplo: si Francia malgasta su riqueza nacional para estimular la fabricación de queso, eso es una tragedia para los que pagan (los contribuyentes franceses deberían rebelarse furiosos), pero un beneficio ilimitado para los comedores de quesos en todo el mundo, que disfrutarán de queso a precio barato. ¿Qué pasa con los demás fabricantes de quesos en todo el mundo que ansían precios más altos? Tendrán que competir de otras maneras o dejar el negocio.

Es verdad que ningún gobierno debería ser tan tonto como para subvencionar cualquier sector en cualquier lugar. Si las bodegas de Chile o los fabricantes de quesos de Francia no pueden arreglárselas solos, tendrían que abandonar el negocio. Es un completo desperdicio robar a unos para dar a otros para que produzcan bienes y servicios de alto coste. El que algunos gobiernos hagan esas cosas idiotas no es una justificación para impedir que los consumidores hagan buenos negocios. ¿Pagaríais a alguien un 30% más por segar vuestro césped sencillamente porque su competencia obtuvo su equipo gratis?

Si esperáramos a que todos los gobiernos en el mundo dejaran de manipular la producción interna a través de medidas intervencionistas, ningún país comerciaría nunca con otro. De hecho, dentro de Estados Unidos, los estados no comerciarían entre sí. En cualquier caso, la OMC ni siquiera busca un mundo así. Las normas permiten que EEUU subvencione su producción de algodón con 1.600 millones de dólares al año. EEUU defiende sus subvenciones adicionales como nada más que una subvención interior que no daña a los mercados globales. Eso es técnicamente cierto.

Lo que tenemos aquí es una práctica muy vieja en funcionamiento. Las instituciones del comercio internacional se han visto arrastradas a una política que aspira a crear paridad de precios de los productores a través de las fronteras. Es un proyecto inútil y la OMC no tendrá más éxito en esto que los demás pretendidos planificadores económicos que han tratado de hacer esto durante la mayor parte de un siglo.

Con o sin sentencia de la OMC, EEUU debería eliminar sus subvenciones al algodón, como ejemplo para el mundo. Debería eliminar todas las subvenciones de miles de millones diarios que lanza sobre la agricultura. Los brasileños ya no serían capaces de culpar a EEUU de las ineficiencias de sus propios productores y se aseguraría a todos que los precios que prevalecen en el mundo son precisamente los que deberían ser.

Son los contribuyentes de EEUU, las víctimas principales, quienes tendrían que estar reclamando el fin de la planificación centralizada de EEUU. El sector del algodón no puede continuar su política anunciada de “Reducir las subvenciones agrícolas distorsionadoras del comercio, pero conservar los importantes programas nacionales y de exportación mientras sean necesarios para competir con las tesorerías de los competidores del algodón de EEUU, incluyendo el programa de garantías de crédito exportador”. Es una completa hipocresía y no es sorprendente que moleste en todo el mundo.

En toda esta disputa, incluso la izquierda política parece haber aprendido una lección económica y ahora protesta reclamando el final de las subvenciones masivas a la agricultura de EEUU (no en nombre del libre comercio como tal, por supuesto). El mundo en desarrollo probablemente sí disfrute de una ventaja comparativa de la producción de ciertos bienes agrícolas. Solo un libre mercado dentro y entre todos los países pueden responder honradamente a nuestras preguntas sobre producción y geografía.

Con respecto a los productores de EEUU que han vivido una vida exuberante con las subvenciones, tendrían que buscar reparar la perdida de subvenciones en forma de impuestos y regulaciones drásticamente reducidos. Eliminar todo el aparato planificador de EEUU pondría a los productores estadounidenses en una mejor posición para competir. Si esto significa recortes drásticos para el sector del algodón, que sea así: la caradura no puede durar eternamente.

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