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La tiranía de la econocracia

[The Econocracy: The Perils of Leaving Economics to the Experts · Joe Earle, Cahal Moran y Zach Ward-Perkins · Manchester University Press, 2017 · Xix + 212 páginas]

La crisis financiera global de hace diez años tuvo un efecto profundo sobre la percepción pública general de la profesión económica. Antes de la crisis, la mayoría de la gente parecía solo ligeramente consciente de que la profesión existiera en absoluto, ni siquiera tenía alguna influencia sobre sus vidas. Pero desde entonces las ideas e instituciones que rodean a la economía ortodoxa han sido vilipendiadas, mientras que a los propios economistas se les ha acusado de fallar en predecir el desastre o incluyo de ayudar a estimularlo.

Pero tal vez lo más importante es que la crisis reveló un profundo y creciente distanciamiento entre la profesión económica y el público general. La vieja imagen de los economistas como una especie de versión ligeramente más interesante de los contables ha dado paso a una visión de ellos como una clase sacerdotal que ayuda a los gobiernos a descubrir políticas, pero cuya oscura sabiduría y arcanos rituales están cerrados al público general.

The Econocracy es un estudio de la profesión económica y de cómo llegó a monopolizar la esfera de la opinión experta en política. Podrían decirse muchas cosas acerca de este libro, así que aquí me limitaré a unos pocos puntos generales (podéis encontrar una reseña más completa aquí). Su principal tesis es que la economía ya no es una comunidad diversa de investigación, sino una profesión independiente que ve el mundo solo a la luz de sus propias herramientas y objetivos. De hecho, de acuerdo con los autores, el mundo se dirige rápidamente hacia la “econocracia”, definida como: “Una sociedad en la que los objetivos políticos se definen en relación con su efecto sobre la economía, que se cree que es un sistema diferente, con su propia lógica y que requiere expertos para gestionarla” (p. 7). La idea es que los economistas se han hecho a sí mismos una parte indispensable del proceso político, que gestionan al definir sus objetivos políticos y sociales (que normalmente son objetivos económicos, como un mayor crecimiento), creando las políticas para alcanzarlos y haciendo acallar opiniones en su contra.

En esta disposición, la economía es para la mayoría de la gente un idioma extranjero en el que se realizan los negocios importantes para la sociedad y la política. Esta barrera de comprensión aumenta la influencia de los economistas en el proceso político y funciona como la mayoría de las demás barreras de entrada. Por ejemplo, sin formación económica, la mayor parte de la gente es incapaz de participar críticamente en los debates contemporáneos acerca del comercio, el crecimiento, la desigualdad, las crisis financieras y el medio ambiente, por nombrar solo unos pocos temas relevantes. Los economistas definen e interpretan estos problemas para el resto de la sociedad, adoptando así el papel de expertos tecnócratas. Sin “traductores”, la gente normal ve así excluida del proceso político y privada de su poder de toma de decisiones como ciudadanos. Este distanciamiento entre la economía y el público se amplía aún más con las enseñanzas a nivel universitario, que proporcionan un currículo estandarizado para apoyar el monocultivo de la profesión. También elimina cualquier discusión seria sobre escuelas alternativas de pensamiento e incluso de otras disciplinas útiles, como la historia y la filosofía. El resultado es el dominio del pensamiento económico ortodoxo y el declive de las instrucciones democráticas.

El principal objetivo de este libro es abrir la economía académica al escrutinio público y “democratizarla” en el sentido de estimular la discusión pública acerca de sus ideas y sus objetivos (a veces ocultos). Para ese fin, los autores apoyan un espíritu de pluralismo e investigación abierta en lugar de las ideas de una escuela específica de pensamiento; sin embargo, los austriacos estarán contentos al advertir que las ideas de la tradición se incluyen entre aquellas que a los autores les gustaría que se investigaran más (pp. 62-63).

Hay muchos argumentos en The Econocracy que es probable que interesen a los lectores. Por ejemplo, los autores advierten agudamente que economistas como Keynes desempeñaron un papel clave en alimentar la idea de la economía como una entidad agregada a gestionar por expertos (p. 15). Igualmente, observan la importancia del crecimiento del gobierno a la hora de crear la moderna profesión económica, que apareció en buena medida por la necesidad de planificación económica durante la Segunda Guerra Mundial (pp. 14-17).

La econocracia también depende enormemente de instituciones como los bancos centrales para dar forma a sus políticas. La independencia del banco central es un problema particular: las autoridades monetarias ejercitan un poder extraordinario sobre la economía al tiempo que disfrutan de una falta casi completa de responsabilidad (pp. 12-13, 22-24). (Aunque esto es indudablemente cierto, yo añadiría que el problema real es que esas instituciones no son responsables para la democracia del mercado no aprueban ningún examen de su valor social).

Algunas de las propuestas de reforma de los autores son igualmente sensatas. Por supuesto, parte de la “lucha por el alma de la economía” (como dicen ellos) implica enfrentarse a la ortodoxia prevaleciente, pero también es importante para todo tipo de economistas salir de los límites estrechos de la disciplina y mirar a otras ciencias sociales y a las humanidades en busca de inspiración y motivación. Esta propuesta se ajusta bien a la investigación austriaca, que siempre ha destacado la importancia de los trabajos multidisciplinares. Como dice Hayek: “el economista que es solo un economista es probable que se convierta en una molestia, si no en un claro peligro”. También hay algunos paralelismos importantes sobre este tema entre la aproximación de los autores y el extraordinario ensayo de Joseph Salerno, “¿La economía: vocación o profesión?

Una buena parte del libro se dedica a un estudio del estado actual de la enseñanza económica universitaria. Estos capítulos se centran en Reino Unido, pero muchos de los argumentos son relevantes también para otros países. También hay un elemento de historia personal de los autores en el libro. Como alumnos de la Universidad de Manchester varios años después de la crisis, advirtieron para su frustración que el currículo incluía poco sobre historia económica, crisis financieras, política práctica y casi cualquier tema fuera de los intereses de económicos ortodoxos. Por el contrario, se encontraron inmersos en ejercicios abstractos y poco realistas que parecían tener poco que ver con los problemas sociales y económicos que se desarrollaban ante ellos (y delante de ellos). En respuesta, crearon en 2013, la Post-Crash Economics Society, un grupo dedicado a reformar el currículo de economía y promover el pluralismo en la enseñanza de economía. Desde entonces, ha recibido atención internacional y varias delegaciones atestiguan la historia de la organización, así como el estudio de algunas tendencias actuales en la enseñanza económica británica. Uno de los temas clave en estas secciones es la idea de que administradores y profesores por igual tienen pocos incentivos para preocuparse por una enseñanza o investigación de alta calidad que vaya contra la marea.

De acuerdo con los autores, solo cuando se reforme la enseñanza y los ciudadanos entiendan y se relacionen con los economistas serán capaces de responsabilizarlos, junto con las autoridades públicas. Mises estaría de acuerdo. De hecho, el espíritu del libro se recoge bien en algunos de sus comentarios al final de La acción humana.

La economía no debería relegarse a aulas y oficinas estadísticas y no debe dejarse a círculos esotéricos. Es la filosofía de la vida y la acción humanas y afecta a todos y a todo. Es lo esencial de la civilización y de la existencia humana. (…) En asuntos tan vitales la confianza ciega en los “expertos” y la aceptación acrítica de expresiones populares y prejuicios equivale al abandono de la autodeterminación y a someterse al dominio de otras personas. Tal y como son hoy las condiciones, nada puede ser más importante hoy para cualquier hombre sensato que la economía. (…) Nos guste o no, es un hecho que la economía no puede seguir siendo una rama esotérica de conocimiento accesible solo a pequeños grupos de intelectuales y especialistas. La economía se ocupa de los problemas fundamentales de la sociedad y pertenece a todos. Es el estudio principal y adecuado de cualquier ciudadano.

The Econocracy es en último término más un manifiesto que un libro de investigación. Lo recomiendo especialmente para estudiantes, que en él pueden aprender mucho sobre la profesión económica contemporánea y disfrutarán del ejercicio de ir revisando los argumentos del libro, algunos de los cuales son más polémicos que los que señalado anteriormente.

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