Las primeras páginas de la nueva década parecen una combinación de 1984 de George Orwell y Delirios populares extraordinarios y la locura de las masas de Charles Mackay.
La clara naturaleza religiosa del progresismo que emerge es evidente. La izquierda ha descubierto que el racismo es la configuración por defecto del hombre, y una persona «es capaz de escapar de ese estado caído» sólo a través de su arrepentimiento izquierdista.
Las leyes contra la incitación —al igual que las leyes de difamación— son ataques directos a los derechos humanos básicos y a la libertad de expresión. Ambas ponen en peligro legal a personas no violentas por el mero «crimen» de expresar opiniones.
De repente, los campeones de la teoría de las partes interesadas, como el previsiblemente despreciable Washington Post, se encuentran cantando una nueva melodía sobre los capitalistas buitre, decidiendo que los vendedores en corto de los fondos de cobertura son ahora los buenos.
Estados Unidos se ha acostumbrado a décadas de «demasiado grande para caer», lo que significa asegurarse de que la élite de Wall Street nunca tenga que soportar ningún dolor real. Por ello, los expertos se apresuraron a afirmar que el asunto de GameStop era una grave amenaza para Estados Unidos.
Alegando que están «desregulando» la vivienda, algunos políticos de California quieren hacer ilegal que las asociaciones de propietarios privadas restrinjan la construcción de unidades accesorias. Esto significa más regulación y más centralización del poder.
¡Sorpresa! Una auditoría de los confinamientos de covid de Pensilvania revela que el proceso carece de toda coherencia legal o transparencia. Sin embargo, los burócratas sanitarios de Pensilvania han utilizado estas normas arbitrarias para aplastar a los empresarios de ese estado.