Mises Wire

La compasión de Neil Peart

Mises Wire Jeff Deist

Neil Peart, el extraordinario batería de la banda Rush, ha publicado otro terrible diario de viaje titulado Far and Wide: Bring that Horizon to Me! Peart ya es un fotógrafo de cierto prestigio, que ha escrito varios diarios de viaje a lo largo de años, llenos de reflexiones e imágenes de la vida en la carreta con un uno de los grupos de rock de más éxito de nuestro tiempo.

Muchos libertarios nacidos en la generación X, incluido el autor de este artículo, son fans incondicionales de Rush. La mezcla característica de un rock progresivo preponderante del trío canadiense suena bien con sonido alto, pero consigue mantener un sonido que no es heavy metal pero es completamente distinto de sus principales influencias: The Who, Led Zeppelin, Cream entre otros. Rush se coloca aparte como la banda de rock cerebral del hombre que piensa en una época de actuaciones en directo de Spinal Tap en los 80, haciendo casi genial ser un fan de Rush (en una de sus primeras giras como teloneros de KISS, se dice que el libertino Gene Simmons entró en su habitación del hotel encontrando al grupo… leyendo).

Los álbumes temáticos nunca buscaban atraer a las radios y sus temas (especialmente en los primeros trabajos de la banda) mandaban mensajes individualistas, antiigualitarios y anticolectivistas en canciones como Anthem, 2112, The Trees y especialmente Freewill.

Esos temas procedían de Peart, que escribía las letras de la banda y contribuía en buena parte de su música. Está considerado uno de los mejores baterías de todos los tiempos, tanto técnica como estilísticamente, en contraste con baterías puntuales que se quedan al fondo. Conocido por haber sido un fan de Ayn Rand (de ahí la canción Anthem), las opiniones racionalistas y librepensadores de Peart se mostraban íntegramente en sus primeras obras. Incluso mencionaban a Rand en las notas de agradecimiento del álbum 2112, siendo llamados “jóvenes fascistas” por algunos en la prensa.

Pero Rand fue un interés pasajero para Peart y los años le suavizaron hasta el punto de que en una entrevista en Rolling Stone de 2012 se calificó como algo que Ms. Rand nunca hubiera aceptado: un “libertario compasivo”:

Ahora me califico como un libertario compasivo. Porque sí creo en los principios del libertarismo como ideal: porque soy un idealista. La definición de Paul Theroux de un cínico es la de un idealista decepcionado. Así que cuando dejas de ser un veinteañero, tu idealismo se va a ver decepcionado muchísimas veces. Así que he expresado mi opinión y también (me acabo de dar cuenta de esto) el libertarismo como lo entiendo era muy bueno y puro y todos vamos a tener éxito y ser generosos con los menos afortunados y, para mí, no era algo oscuro ni cínico. Pero luego vi enseguida, por supuesto, la manera en que se ve tergiversado por los defectos de la humanidad. Y es así como evoluciono para ser (…) un libertario compasivo. Eso soy.

Sin embargo, unos pocos años después Peart añadió a esta entrevista una extraña declaración sobre el entonces aspirante a la presidencia Rand Paul (un gran fan de Rush): “odia a las mujeres y a la gente de color”, una calumnia por la que Peart nunca ha pedido perdón. La banda tampoco permaneció inactiva cuando el senador Paul hacía sonar canciones de Rush en los eventos de su campaña, aunque su abogado insistiera en que la carta de cesación y desistimiento trataba de proteger derechos de autor, no de atacar la política de Paul.

Independientemente de la antigua opinión libertaria Peart, Far and Wide es una gran lectura y un ejemplo único del género de diario de un viaje. El libro relata la gira final de despedida de Rush de 2015, llamada “R40” para simbolizar las cuatro décadas de la banda de giras y éxito con los tres mismos miembros. La propia gira es una maravilla de logística y planificación, desplegando un pequeño ejército de conductores, pilotos, directores, cocineros, aparejadores, técnicos de iluminación, ingenieros de sonido y recaderos. Todo el espectáculo requiere mover miles de libras de equipos cada día, siempre una ciudad o dos por delante de la banda. Todo el proceso, perfeccionado durante décadas como mucha prueba y error, podría ser un caso de estudio de descubrimiento y riesgo empresarial. Los costes que implica son desmesurados y hay que contar hasta el último penique. Por suerte para Rush, sus relativamente adinerados y cada vez mayores fans crean suficiente demanda de entradas, especialmente dada la insistencia de la banda en decir que despedida significa realmente despedida.

La gira tiene lugar a lo largo de tres agotadores meses, incluyendo 35 conciertos y recorriendo 25.000 kilómetros en Norteamérica. La culminación fue el concierto agridulce final de la banda en el Forum de Los Ángeles, un lugar que conocían bien, por sus 25 conciertos a lo largo de los años.

La diferencia es que Peart viajó esos kilómetros en motocicleta, no en avión privado o autobús de lujo.

Conocido como viajero inveterado que ama las aventuras, Peart empezó llevando una bicicleta en el autobús de la gira en la década de 1980, esperando estar más en la tierra y explorar realmente las ciudades que de otra manera pasarían a toda velocidad. Al llegar a Salt Lake City o Atlanta o Calgary, se montaba en su bicicleta y veía el pueblo, de manera anónima, hasta que llegaba el momento de volver al escenario al final de la tarde. Los fans que hacían cola nunca imaginarían la identidad del ciclista con casco que pedaleaba detrás del local.

Esto acabó llevando a un interés por viajar en motocicleta, debido a algunos contratiempos tratando de montar su bicicleta entre las etapas de sus viajes. Después de unos terribles 10 meses en la década de 1990, en los que Peart perdió tanto a su hija adolescente como a su esposa, usó la motocicleta como terapia y recorrió más de 80.000 kilómetros por toda América. En algún momento le vino al pensamiento: ¿Por qué no conduzco una motocicleta en las giras, entre etapas?

Esto es lo que hace tan interesante Far and Wide, especialmente si os gusta la música rock, los viajes por carretera y las motos BMW. Y no cualquier BMW, sino la R1200GS, una bestia cara, considerada la reina de las motos de “aventura”. Y Peart lleva la aventura al límite, sometiéndose a sí mismo y a su compañero de viaje a caminos que ni siquiera aparecen en los GPS. Evitan cuidadosamente las carreteras principales, colocándose directamente a merced de cenas, cadenas de comida rápida, tiendas baratas y hoteles Best Western (o algo peor).

Pero a Peart le encanta y no deja de volar un poco, ni siquiera con la confortable aviación privada que se permiten sus colegas de banda. En carretera durante miles de kilómetros sin un automóvil que le rodee, Peart se aventura en al corazón de Estados Unidos y a menudo le gusta lo que ve. Frecuentemente acalorado, polvoriento, mojado por la lluvia, cansado y en busca de un lugar donde descansar, se acerca admirablemente a los deplorables: de la mecánica a las camareras a los autoestopistas sufridores del clima en las paradas de camiones. Está claro que a Paert le gusta Estados Unidos, con todos sus defectos y de hecho se mudó de Toronto a Los Ángeles antes de nacionalizarse estadounidense.

Curiosamente, en este sentido Peart es todo lo contraio a los “liberales” compasivos en lo que se refiere a los estadounidenses medios al sobrevolar el país: le gustan muchísimo, tiene contacto frecuente con ellos y a menudo los admira, en persona. Pero, en abstracto, le preocupan y le parecen imposibles de redimir en algunos casos. Es una molestia repetida, aunque pequeña, a lo largo del libro: hay un elemento de desengaño en muchas de las observaciones de Peart, algo que traiciona su sensación de que las cosas podrían ser mucho mejores si los patanes abandonaran ciertas maneras antiguas de pensar.

Una anécdota significativa se produce cuando se avería la motocicleta de su compañero de viaje. Una amable pareja de mormones en un restaurante se ofrece a llevar a su compañero mientras Peart continúa solo e incluso maniobran con su pickup marcha atrás en una colina para poder cargar la moto en lugar de tener que esperar a una grúa. Aunque encuentra a la pareja “moderna e inteligente” durante el largo trayecto a Los Ángeles, el compañero procura “no revelar mi agnosticismo, por miedo a generar tensión o echarme del vehículo”. Está bromeando en parte, pero su idea de que a la pareja le importara algo si fuera católico, judío o ateo resulta arrogante y estrecha de miras. Los mormones conocen realmente a los no mormones.

La religión y la religiosidad son espantajos particulares de Peart y su insistencia en sazonar el libro con pensamientos personales acerca de la irracionalidad de la fe se hace enseguida tediosa. En el Capítulo 10 se encuentra mirando un mapa del norte del estado de Nueva york buscando carreteras atractivas cuando advierte la diminuta ciudad de Palmyra, lugar de nacimiento del fundador de la Iglesia de los Santos de los Últimos Días, Joseph Smith. Esto lleva a un largo pasaje acerca de lo perplejo que le deja el mormonismo, aunque todas las religiones sean estúpidas y sospechosas:

Pero no hay que criticar concretamente a los mormones: son solo un ejemplo de pensamiento mágico y están lejos de ser los más extremistas. Toda superstición tiene sus vestimentas mágicas: gorros, bufandas y bucles judíos; sacerdotes, obispos y papas con sus ropas y sombreros elegantes e incluso los austeros budistas con sus prendas de color azafrán.

Después de unos pocos ataques a algunos tópicos sobre la agudeza empresarial, la “ropa interior mágica”, el literalismo fundamentalista con respecto al libro del Génesis y la historia del arca de Noé, va a la raíz de su oposición a lo que considera un sinsentido religioso místico:

No hace falta ser cínico (tal vez solo escéptico) para creer que las generaciones futuras nos verán como nosotros a los antiguos egipcios y aztecas. Tal vez fascinantes, pero risiblemente primitivos. Y probablemente un poco… “horribles”. La pregunta más significativa para tratar cualquier religión me parece obvia: ¿Cómo tratan a las mujeres?

Su remate con respecto a la estúpida gente religiosa acaba con una manera de rechazar a Cristo, Moisés, Abraham, Joseph Smith y L. Ron Hubbard de un solo golpe:

Todos ellos fueron innegablemente visionarios, así los definiría yo, y aparentemente creían en sus ideas. Está bien, pero el mlagro es que otros les creyeran. El resto, o al menos los racionalistas, respondemos con Christopher Hitchens: “Lo que se afirma sin evidencias puede rechazarse sin evidencias”. O estando de acuerdo con el astrofísico Neil deGrasse Tyson: “Lo bueno de la ciencia es que es verdad creas o no en ella”.

Presentar a Hitchens y deGrasse Tyson como autoridades ateas fiables puede que rasque el picor mojigato de Peart, que también (gemido) presenta a la “Westboro Baptist Church” como un símbolo de aquello contra lo que están los pensadores ilustrados. Pero hay una sensación superficial en sus inclinaciones, sugiriendo que un hombre que no pueda entender del todo que rechazar la fe es casi un lujo para los occidentales ricos en siglos recientes. Uno tiene la percepción de que no ha estudiado en profundidad ninguna religión y que, a pesar de toda su intelectualidad, tiene poca paciencia para con la gente religiosa que coloca la razón en algún contexto más amplio.

Hay otras tonterías, aunque sean menores, que sugieren que Peart es más compasivo que libertarios. Para empezar, el libro está patrocinado con fondos del contribuyente a través del Canadian Council for the Arts y el Canada Book Fund del gobierno de Canadá. No es un delito, supongo, ya que sin duda Peart ha pagado millones en su país natal. Pero no es un artista desconocido que pase hambre: indudablemente alguien con su riqueza, fama y contacto puede conseguir un libro de forma completamente privada.

Tampoco es un delito que un libertario, especialmente un motociclista ávido, disfrute de los Parques Nacionales de EEUU. Peart está encantado cuando se le regala un pase anual y muestra orgulloso cuando viaja a través del Glacier National Park. Pero sus quejas acerca del tráfico en la temporada alta y las lentas caravanas no llevan a ningún pensamiento interesante acerca de precios de mercado o conservación privada. Y su desagrado por el fracking en Texas no muestra ningún indicio de impulso libertario, dada su lamentación de que al sector “se le ha permitido crecer completamente descontrolado”. ¿Afecta a sus tierras o capital? ¿Tiene pruebas de daños externos? ¿Y a quién encargaría y confiaría exactamente “controlar” el sector del fracking? Admite que “nadie ha sido capaz de demostrar que el fracking sea malo, pero sin duda no parece una buena idea”. Esto suena más a dogma que a libre pensamiento.

Tampoco puede pasar el libro sin mencionar a Walmart, con el que tiene una relación de amor-odio. Su autobús personal, transportando a Peart, su compañero de viaje, un conductor y un tráiler para motocicletas, pasa a menudo la noche estacionado en aparcamientos de Walmart. Los estacionamientos son seguros, están bien iluminados, cerca de las carreteras principales y hacen la compra a primera hora de la mañana rápida y sencilla. Pero Peart ofrece la crítica más floja y menos original: Walmart representa la fea desgracia suburbana, mató los negocios de papá y mamá, promueve un consumismo vulgar de rentas bajas… Este tipo de opiniones trilladas da de nuevo la imprensión de que Peart no ha pensado muy profundamente algunas cosas.

Aparte de estas tonterías es un libro que merece la pena para los seguidores de Rush a los que sencillamente les gusten historias atractivas de viajes. Peart cuenta muchas cosas de su banda, su historia y sus crisis y su propia evolución en él. Estas historias reflejan un hombre que es refrescantemente humilde y lo más lejano posible del estereotipo de una estrella del rock. El lector llega a apreciar la leyenda inteligente, reflexiva y completamente modesta detrás de la batería.

Al final, Far and Wide solo puede ofrecernos una visión incompleta de las experiencias y la visión del mundo de Mr. Peart. Pero su concepción de la libertad humana que apreciamos en el libro es más del corazón que de la mente, dejándonos con la duda de si aplica el mismo racionalismo librepensador y demandas de pruebas empíricas a las políticas públicas compasivas.

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