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La fuente última de las pérdidas y ganancias en el mercado

Los cambios en los datos cuya repetición reiterada impide que el sistema económico se convierta en una economía en rotación continua y produzca una y otra vez beneficios y pérdidas empresariales son favorables para algunos miembros de la sociedad y desfavorables para otros. Por tanto, concluye la gente, la ganancia de un hombre es el daño de otro, nadie se beneficia sino con la pérdida de otros.

El dogma ya lo avanzaron algunos autores antiguos. De entre los escritores modernos. Montaigne fue el primero en reformularlo, por lo que bien podemos llamarlo el dogma de Montaigne. Era la quintaesencia de las doctrinas del mercantilismo, el viejo y el nuevo. Está en el fondo de todas las doctrinas modernas que enseñan que prevalece, dentro del marco de la economía de mercado, un conflicto irreconciliable entre los intereses de distintas clases sociales dentro de una nación y además entre los intereses de cualquier nación y los de las demás.1

Es verdad que el dogma de Montaigne es cierto en relación con los efectos de los cambios inducidos por el efectivo en el poder adquisitivo en los pagos diferidos. Pero es enteramente incorrecto en relación con cualquier tipo de beneficio o pérdida empresarial, ya aparezcan en una economía estacionaria en la que el total de beneficios iguale el total de pérdidas o en una economía en progreso o en retroceso en la que estas dos magnitudes son diferentes.

Lo que produce un beneficio de un hombre en el curso de sus negocios en una sociedad de mercado no intervenida no es el perjuicio y la aflicción de sus conciudadanos, sino el hecho de que alivia o elimina completamente lo que causa el sentimiento de incomodidad de sus conciudadanos. Lo que daña al enfermo es la enfermedad, no el médico que trata el mal. La ganancia del doctor no es un resultado de la epidemia, sino la ayuda que da a los afectados. La fuente última de beneficios es siempre la previsión de las condiciones futuras. Quienes tienen más éxito en prever acontecimientos futuros y en ajustar sus actividades al estado futuro del mercado obtienen beneficios porque están en situación de satisfacer las necesidades más urgentes de la gente. Los beneficios de quienes han producido bienes y servicios por los que se pelea la gente no son la fuente de pérdidas de quienes han traído al mercado productos por los que la gente no está dispuesta a pagar la cantidad total de costes de producción gastados. Estas pérdidas se producen por la falta de visión mostrada en anticipar la demanda futura de los consumidores.

Los acontecimientos externos que afectas a la oferta y demanda pueden a veces aparecer tan repentina e inesperadamente que la gente dice que ningún hombre razonable podría haberlos previsto. Así el envidioso puede considerar como injustificados los beneficios de quienes obtienen ganancias del cambio. Aún así, esos juicios arbitrarios de valor no alteran el estado real de los intereses. Indudablemente para un hombre enfermo es mejor ser curado por un doctor por un precio alto que no tener asistencia médica. Si fuera de otra manera, no consultaría al médico.

No hay conflictos en la economía de mercado entre los intereses de compradores y vendedores. Hay inconvenientes producidos por una previsión inadecuada. Sería una bendición universal si todos los hombres y todos los miembros de la sociedad de mercado siempre previeran las condiciones futuras correctamente y en tiempo y acción adecuadas. Si fuera el caso, la retrospección establecería que ninguna partícula de capital y trabajo se desperdiciaría para la satisfacción de deseos que ahora se consideran menos urgentes que otros ahora no satisfechos. Sin embargo, el hombre no es omnisciente.

Sería erróneo ver estos problemas desde el punto de vista del resentimiento o la envidia. No es menos erróneo restringir nuestras observaciones a las posiciones momentáneas de varios individuos. Son problemas sociales y deben juzgarse en relación con el funcionamiento de todo el sistema de mercado. Lo que garantiza la mejor satisfacción posible de las demandas de cada miembro de la sociedad es precisamente el hecho de que quienes tienen más éxito que otros en anticipar las condiciones futuras ganan beneficios. Si los beneficios se recortan en beneficio de aquéllos a quienes un cambio en los datos ha dañado, el ajuste de oferta y demanda no mejorará sino empeorará. Si se impide a los doctores ganar ocasionalmente una alta paga, no se aumentará, sino que se disminuirá el número de quienes elijan la profesión médica.

El acuerdo es siempre ventajoso tanto para el comprador como para el vendedor. Incluso un hombre que vende a pérdida sigue estando mejor que si no vendiera en absoluto o sólo a un precio todavía menor. Pierde por culpa de su falta de previsión, la venta limita su pérdida incluso si el precio recibido es bajo. Si tanto el comprador como el vendedor no consideraran la transacción como la acción más ventajosa que pueden escoger bajo las condiciones existentes, no realizarían el acuerdo.

La afirmación de que la bendición de un hombre es el daño de otro sólo es válida en relación con el robo, la guerra y el saqueo. El botín del ladrón es el daño de la víctima despojada. Pero la guerra y el comercio son dos cosas diferentes.

Volaire erraba cuando (en 1764) escribió en el artículo “Patria” de su Diccionario filosófico:

Ser un buen patriota es querer que tu propia comunidad se enriquezca por el comercio y adquiera poder por las armas; es evidente que un país no puede beneficiarse sino a expensas de otro y que no puede conquistar sin infligir daño a otro pueblo.

Voltaire, como muchos otros autores que le precedieron y siguieron, consideraba superfluo familiarizarse con el pensamiento económico. Si hubiera leído los ensayos de su contemporáneo David Hume, hubiera aprendido lo falso que es identificar guerra y comercio exterior. Voltaire, el gran debelador de supersticiones antiguas y mentiras populares, cae sin darse cuenta presa de la mentira más desastrosa.

Cuando el panadero provee de pan al dentista y el dentista le quita al panadero el dolor de muelas, ni el panadero ni el dentista se ven dañados. Es erróneo considerar ese intercambio de servicios y el pillaje de la panadería por bandas armadas como dos manifestaciones de la misma cosa. El comercio exterior difiere del local sólo en que los bienes y servicios se intercambian más allá de las fronteras que separan los territorios de dos naciones soberanas. Es monstruoso que el Príncipe Luis Napoleón Bonaparte, el emperador Napoleón III, hubiera escrito muchas décadas después de Hume, Adam Smith y Ricardo: “La cantidad de mercancía que exporta un país está siempre en proporción directa al número de cargas que puede descargar sobre sus enemigos siempre que su honor y dignidad lo pueda 2 requerir”.

Todas las enseñanzas de economía referidas a los efectos de la división internacional del trabajo y del comercio internacional hasta ahora han fracasado en destruir la popularidad de la falacia mercantilista “de que el objeto del comercio internacional es empobrecer a los extranjeros”.3

Es tarea de la investigación histórica descubrir los orígenes de la popularidad de estos y otros engaños y errores. Para la economía, el asunto está resulto desde hace tiempo.

  • 1Cf. Montaigne, Essais, ed. F. Strowski, Bk. I, cap. 22 (Burdeos, 190a), I, 135–136; A. Oncken, Geschichte der Nationalökonomie (Leipzig, 1902), pp. 152–153; E.F. Heckscher, Mercantilism (Londres, 1935), II, 26–27.
  • 2Cf. Louis Napoleon Bonaparte, Extinction du pauperisme (éd. populaire, Paris, 1848), p. 6.
  • 3Con estas palabras caracteriza H.G. Wells (The World of William Clissold, Lib. IV, sec. 10) la opinión de un representante típico de la nobleza británica.
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