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Cómo los mercados estimulan la cooperación humana

[Publicado originalmente en alemán en Schweizer Monatshefte 48:1. Abril de 1968, pp. 13-16. La versión en inglés se publicó por primera vez en Economic Freedom and Interventionism (1980)]

Para todas las especies de animales y plantas, los medios de subsistencia son limitados. Por tanto, los intereses vitales de todos los seres vivos se oponen implacablemente a los de todos los miembros de sus propias especies. Sólo los seres humanos saben cómo superar este conflicto irreconciliable dado en la naturaleza, dedicándose a la cooperación. La mayor productividad del trabajo realizado bajo el principio de la división del trabajo sustituye el sombrío antagonismo creado por la escasez de alimento por la solidaridad de intereses de personas que buscan intencionadamente objetivos comunes. El intercambio pacífico de productos y servicios, el proceso del mercado, se convierte en el tipo habitual de las relaciones entre humanos. El acuerdo mutuo de las partes desplaza al recurso a la violencia, a la ley del más fuerte.

Cooperación frente a violencia

La deficiencia propia de este método de resolver el problema fundamental de la humanidad (y no hay ningún otro método disponible) ha de verse en el hecho de que depende de una cooperación completa e incondicional de todos los seres humanos y puede frustrarse por la no cooperación de cualquier individuo. No hay otro medio disponible para eliminar la interferencia violenta con los asuntos humanos que el recurso a una violencia más poderosa. Contra personas o grupos de personas que recurran a la violencia o no estén cumpliendo con sus obligaciones resultantes de contratos no hay otra opción más que el recurso a la acción violenta. El sistema de mercado de acuerdos voluntarios no puede funcionar si no está respaldado por un aparato de compulsión y coacción dispuesto a recurrir a la violencia contra personas que no estén cumpliendo estrictamente los términos y normas del acuerdo mutuo. El mercado necesita el apoyo del estado.

El mercado en el sentido más amplio del término es el proceso que abarca todas las acciones voluntarias y espontáneas de los hombres. Es el ámbito de la iniciativa humana y la libertad y el terreno en el que florecen todos los logros humanos.

El estado, el poder que protege al mercado contra el recurso destructivo a la violencia, es un sombrío aparato de coacción y compulsión. Es un sistema de órdenes y prohibiciones y sus servidores armados siempre están listos para aplicar estas leyes. Todo lo que hace el estado lo hace mediante los sometidos a sus órdenes. El poder estatal obligó a sus súbditos a construir pirámides y otros monumentos, hospitales, institutos de investigación y escuelas. La gente ve estos logros y pone a sus autores por las nubes. No ven los edificios que destruyó el poder estatal. Tampoco ven aquellas estructuras que nunca se construyeron porque el gobierno gravó los medios que los ciudadanos individuales habrían destinado a su erección.

Hoy no hay prácticamente ningún límite al entusiasmo proestatista o, como se dice hoy, prosocialista de los pueblos y sus gobernantes. Casi nadie tiene suficiente valor como plantear objeciones si se sugiere alguna expansión del poder estatal (calificado popularmente como el “sector público de la economía”). Lo que ralentiza y en muchos campos casi detiene el progreso hacia una mayor socialización de las empresas es el manifiesto fracaso financiero de casi todas las aventuras de nacionalización y municipalización. A este respecto, la referencia al servicio de correos de EEUU desempeña un papel importante en las filosofías sociales y políticas económicas actuales. Su conocida ineficiencia y su enorme déficit financiero aplastan las fábulas populares acerca de las virtudes de la dirección de negocios por el estado, el aparato social de la acción violenta.

Es imposible defender honradamente la violencia frente a la cooperación pacífica. Así que los defensores de la violencia están recurriendo al truco de calificar como “no violencia” a los métodos de violencia y amenaza de violencia a los que recurren. El caso más llamativo es el de los sindicatos. Su procedimiento esencial, el uso de acción violenta de diversos tipos1 o la amenaza de dicha acción, es impedir que las empresas trabajen con la ayuda de personas que no obedezcan las órdenes de los sindicatos. Han tenido éxito en dar la expresión militar “piquetes” una connotación “pacífica”. Pero precisamente de la manera en que lo aplican incluye la voluntad de matar y destruir por fuerza bruta.

El antagonismo fundamental entre el ámbito del acuerdo pacífico mutuo y el de la compulsión y coacción no puede erradicarse con palabrería acerca de dos “sectores” de la economía, el privado y el público. No hay ninguna conciliación entre restricción y espontaneidad. Los intentos de resucitar el totalitarismo de los faraones de Egipto o de los incas del Perú están condenados. Y la violencia no pierde su carácter antisocial siendo rebautizada como “no-violencia”. Todo lo que ha creado el hombre ha sido el producto de cooperación humana voluntaria. En lo único que ha contribuido la violencia a la civilización es en los servicios (ciertamente indispensables) que ha ofrecido a los esfuerzos de la gente amante de la paz por limitar a potenciales enemigos de la paz.

Planificación socialista

La civilización occidental aprecia y siempre ha apreciado la libertad como el mayor de los bienes. La historia de Occidente es una historia de luchas contra la tiranía y a favor de la libertad. En el siglo XIX la idea de la libertad individual desarrollada por los antiguos griegos y resucitada por los europeos del Renacimiento y la Ilustración parecía funcionar incluso en los pueblos atrasados de Oriente. Los optimistas hablaban de una inminente era de libertad y paz.

Lo que ocurre en realidad fue todo lo contrario. El siglo XIX, con grandes éxitos en las ciencias naturales y su utilización tecnológica, engendró e hizo populares doctrinas sociales que mostraban al estado totalitario como el diseño definitivo de la historia humana. Tanto cristianos píos como ateos radicales rechazaron la economía de mercado, denostándola como el peor de todos los males. Aunque el capitalismo aumentó la productividad del trabajo económico en un grado sin precedentes y el nivel de vida de las masas en los países capitalistas mejoró año a año, la doctrina marxista de la inevitable pauperización progresiva de las “clases explotadas” fue aceptada como un dogma incontestable. Los autodenominados intelectuales, anhelando y trabajando con vigor por lo que llamaban la dictadura del proletariado, simularon continuar con el trabajo de todos los grandes defensores de la libertad.

El ideal social y político de nuestra época es la planificación. Las personas ya no deberían tener el derecho y la oportunidad de elegir el modo de su integración en el sistema de cooperación social. Todos tendrán que obedecer las órdenes emitidas por la oficina suprema de la sociedad (es decir, del estado, del poder policial). Desde la cuna a la tumba, todos se verán obligados a comportarse exactamente como se les ordene comportarse por los diseñadores del “plan”. Estas órdenes determinarán su formación y el lugar y el tipo de su trabajo, así como el salario que recibirán. No estarán en disposición de plantear ninguna objeción contra las órdenes recibidas: de acuerdo con la filosofía que subyace en el sistema, sólo la autoridad planificadora está en disposición de saber si la orden está o no en consonancia con sus planes para hacer las cosas de la manera más deseable “socialmente”.

La esclavitud total de todos los miembros de la sociedad no es simplemente un fenómeno colateral accidental de la gestión socialista. Es más bien la característica esencial del sistema socialista, el mismo efecto de cualquier tipo imaginable de dirección socialista de los negocios. Es precisamente esto lo que los autores socialistas tenían en mente cuando estigmatizaban el capitalismo como “anarquía de la producción” y pedían la transferencia de toda la autoridad y el poder a la “sociedad”. O un hombre es libre de vivir de acuerdo con su propio plan, o se ve obligado a someterse incondicionalmente al plan del gran dios del estado.

No importa que los socialistas se hagan llamar hoy “izquierdistas” y se burlen de los defensores del gobierno limitado y la economía de mercado llamándoles “derechistas”. Estos términos, “izquierda” y “derecha”, han perdido cualquier significado político. La única distinción con sentido es la que se hace entre los defensores de la economía de mercado y su corolario, el gobierno limitado, y los defensores del estado totalitario.

Por primera vez en la historia humana hay un acuerdo perfecto entre la mayoría de los llamados intelectuales y la enorme mayoría de todas las demás clases y grupos de personas. Apasionada y vehementemente, todos quieren planificación, es decir, su propia esclavitud total.

La libertad individual y la economía de mercado

Lo característico de la sociedad capitalista es la esfera actividad que asigna a la iniciativa y responsabilidad de sus miembros. El individuo es libre y supremo mientras no restrinja la libertad de sus conciudadanos en la búsqueda de sus propios fines. En el mercado es soberano en su capacidad como consumidor. En la esfera pública es un votante y en este sentido parte del legislador soberano. La democracia política y la democracia del mercado son congéneres. En la terminología del marxismo habría que decir: el gobierno representativo es la superestructura de la economía de mercado, igual que el despotismo es la superestructura del socialismo.

La economía de mercado no es simplemente uno de varios sistemas concebibles y posibles de cooperación económica de la humanidad. Es el único método que permite al hombre establecer un sistema social de producción en el que la tendencia inquebrantable es mezclarse para buscar el mejor y más barato aprovisionamiento posible de los consumidores.

  • 1Cf. Roscoe Pound, Legal Immunities of Labor Unions (Washington, D.C., American Enterprise Association, 1957).
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